El alto grado de conflictividad entre Occidente y el mundo árabe no inició con la invasión de George W. Bush a Afganistán donde supuestamente se ocultaba Osama Bin Laden, quien nos dicen es el artífice de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington. Comenzó mucho antes y no nos estamos refiriendo a Las Cruzadas, aunque algo tiene que ver. En tiempos más cercanos tanto París como Londres recurrieron a una estrategia del "divide y vencerás" en contra del Imperio Otomano cuyos efectos se viven hasta el día de hoy.
Lo primero que hicieron fue fortalecer donde existían y crear donde no existían exacerbados sentimientos de identidad, generando movimientos nacionalistas que se convirtieron en constantes dolores de cabeza para los otomanos. Allí donde se levantaba en armas un pueblo siempre había un "Lawrence de Arabia" inmiscuido. En donde no aceptaban al "Lawrence de Arabia" Winston Churchill ordenaba exterminar con bombas bacteriológicas, como sucedió a los kurdos.
Luego hubo que lidiar con los soviéticos y entonces Occidente, incluyendo a los Estados Unidos, iniciaron una estrategia que mostró su rostro más inhumano el 11 de marzo en Madrid. Para detener el avance del comunismo en el área de influencia de la Unión Soviética, Washington y sus aliados comenzaron a financiar y asesorar a los sectores más retrógradas del fundamentalismo religioso islámico. Si el materialismo histórico señalaba al pensamiento metafísico como un lastre para la clase trabajadora entonces había que convertir al pensamiento metafísico en un arma contra el materialismo histórico, eje teórico del socialismo.
Y surgieron los ayatolas, los mulás y demás fundamentalistas que con dinero de Occidente conformaron y avituallaron a sus propios ejércitos con los que derrocaron a los dirigentes de los estados en donde se estaban desarrollando y fortaleciendo opciones políticas de izquierda, implementando en su lugar estados teocráticos.
Ese es el origen del yihadismo que hoy lleva terror y caos a distintos puntos del planeta.
Dicho lo anterior, les compartimos el editorial que La Jornada le dedica a lo ocurrido en el barrio madrileño de Leganés:
No más terror ni depredación
Madrid fue ayer, de nuevo, escenario de terror y desasosiego: al menos tres presuntos extremistas islámicos -posiblemente vinculados a los atentados del pasado 11 de marzo- se inmolaron con explosivos tras enfrentarse a balazos con la policía en un conjunto habitacional de los suburbios de la capital española. La detonación cobró también la vida de un agente policial y dejó heridos a otros 11. El edificio en el que se registraron los hechos, ubicado en el barrio de Leganés, al sur de Madrid, quedó prácticamente destruido.
Que estos terribles sucesos hayan tenido lugar en el contexto de un operativo policiaco para capturar a presuntos implicados en los atentados de hace tres semanas dice mucho del estado de exaltación irracional en el que se encuentran sumidos quienes han optado por la vía desesperada, aunque criminal e inaceptable del terrorismo. En este sentido se inscriben también las perturbadoras amenazas emitidas recientemente por Al Qaeda: todo el mundo "infiel" es un blanco para el extremismo islámico y todas las ciudades de Occidente -Roma fue mencionada de forma explícita- pueden ser atacadas.
Pero, más allá de las amenazas directas o indirectas, ese ominoso comunicado es un indicador de las gravísimas circunstancias a las que ha sido conducido el mundo por quienes en su momento, desde Washington, Londres y el propio Madrid, no dudaron en llevar la muerte y la destrucción a Irak, abatiendo con ello la vida y el destino de miles de inocentes. Al Qaeda amenaza con aplicar una "diplomacia militar escrita con sangre y decorada de miembros humanos" pero, debe reconocerse, eso es justamente lo que Estados Unidos y Gran Bretaña han hecho en Irak y lo que Israel realiza en territorios palestinos. Al Qaeda, grupo terrorista repudiable y criminal, promete "transformar las naciones de los infieles en un infierno y en zonas de guerra", pero eso es equivalente a lo que Bush y Blair han perpetrado ya en Bagdad y lo que Sharon realiza cotidianamente en Palestina. Por ello, ha de reiterarse, el primer paso para desactivar el terrorismo es eliminar sus causas directas: los ejércitos invasores deben salir inmediatamente de Irak y Afganistán; Cisjordania y Gaza deben convertirse en un Estado palestino libre e independiente, y debe cesar el hostigamiento de Occidente en contra del mundo árabe y musulmán.
Los civiles muertos el 11 de marzo de 2004 en Madrid, el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington y los que han caído en tierras afganas, iraquíes y palestinas a manos de fuerzas invasoras. son el trágico saldo de la política depredadora, injusta y bárbara que los actuales gobernantes de las potencias occidentales -con algunas honrosas excepciones- han legado a la humanidad. El terror, así, ha alcanzado por igual a una lujosa oficina corporativa en las Torres Gemelas de Nueva York, a un suburbio de gente trabajadora en Madrid o a un barrio árabe en Nablus o Bagdad. Sin embargo, los responsables últimos de tales ataques -sean estos dirigentes islámicos radicalizados ocultos en remotos parajes o mandatarios resguardados por su aparato militar- permanecen impunes y siguen causando estragos a escala global. El terror es la cruel e intolerable herencia de su política y de su brutalidad, y son seres humanos común y corrientes -los cuales, por añadidura, se han manifestado reiterada y masivamente en favor de la paz y en contra de la guerra y la violencia- los que lo padecen en carne viva.
¿Qué sigue ahora? ¿Una nueva matanza en alguna población palestina o israelí? ¿Un nuevo atentado contra civiles en Europa o Estados Unidos? ¿Una nueva invasión devastadora e imperialista disfrazada de acción "preventiva" y llena de "bajas colaterales"?
La humanidad no debe tolerar más la preservación de este círculo perverso y bárbaro, y debe poner un alto a quienes lo impulsan. Sobre todo, en el caso de las naciones democráticas, es un imperativo que los ciudadanos hagan oír nuevamente su voz y obliguen a sus gobiernos a poner fin a la presente escalada de barbarie. Los ejércitos invasores deben salir inmediatamente de Irak, nación que debe ser devuelta, junto con su patrimonio natural, a los iraquíes. Debe ser creado, con todo el respaldo internacional, un Estado palestino libre e independiente. Las potencias -léase Estados Unidos, Gran Bretaña o Israel- deben abandonar sus actos injerencistas e imperialistas y concentrarse en la atención de sus asuntos internos y en el bienestar de su propia población. Las instituciones internacionales, sobre todo la ONU, deben restituir el multilateralismo y revalidar la negociación y el diálogo como la vía para la solución de los conflictos. Y, en general, los habitantes del orbe deben exigir el fin de la guerra, del terrorismo, de la depredación y de la muerte, e impulsar democráticamente los valores de la vida, la civilización y la paz.
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