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jueves, 4 de julio de 2019

El Naburro Maya

Afortunadamente para Mario Vargas Llosa, el tal Felipe González no es el único español que sabe ser socialista, también están María Chivite y Mayte Esporrín, las navarricas que han aupado al poder a un tipo que en otro lugar y en otro tiempo sería huésped de un hospital psiquiátrico.

Claro que para la metrópoli este desquiciado tiene un gran valor, su profundo rencor hacia todo lo vasco.

Aquí su perfil, por cortesía de Naiz:


Víctor Moreno | Miembro del Ateneo Basilio Lacort

El alcalde de Pamplona, Enrique Maya, tras recuperar la vara de mando del Ayuntamiento, anunció en su discurso protocolario que haría los posibles por «trabajar en lo que nos une y desterrar lo que nos separa, centrarnos en la ciudad y desterrar la ideologización extrema». Aparentemente, expresiones muy claras, pero, como diría Hamlet, «palabras, palabras, palabras». Veamos por qué.

Trabajar en lo que nos une y desterrar lo que nos separa. En política, es un tópico que no tiene sentido práctico alguno. Porque ¿qué mérito hay en trabajar en lo que todos están de acuerdo? Eso se hace sin más, sin discusión.

Además, ¿qué es lo que une a Maya con el resto de los partidos políticos con representación en el Ayuntamiento tras las elecciones municipales y que no sean de Navarra Suma? Nada. Y si es nada, ¿cómo pretende desterrar lo que les separa? Hay que ser un tanto iluso para trabajar en aspectos que no se dan en la realidad. En nada puede trabajar Maya con la oposición, porque no hay nada que los una.

De hecho, Maya, nada más ponerse a trabajar en la línea de esa pretendida unidad, la ha hecho añicos. Desde el poder que le confiere ser alcalde, ha tomado medidas que muestran a las claras que esa unidad en la acción le importa un carajo.

Primero, asiste a una procesión religiosa el día 23 de junio, la del Corpus. El alcalde entenderá que su gesto no es nada positivo para estrechar lazos de unidad con quienes consideran que la presencia de un cargo público en actos estrictamente religiosos no es asunto de un funcionario del Estado que, según la Constitución, es aconfesional, si nos atenemos a su artículo 16.3. El hecho en sí revelaría, entre otras fisuras, que Maya no está dispuesto siquiera a trabajar en lo que debería unir a todos por mandato expreso de la Constitución. Lo que en un político es muy grave.

Segundo. Como el objetivo de Maya es trabajar en lo que nos une, ha decidido reducir hasta la invisibilidad la impronta de las áreas de Igualdad y Participación Ciudadana, que ya no tendrán concejalías específicas, sino que dependerán de otras áreas. Y la Política Lingüística, adscrita al área de Transparencia con el Cuatripartito, desaparecerá. Sin duda que se trata de una manera exquisita, por no decir cínica, de ahondar en el trabajo fraternal y unitario.

Centrarnos en la ciudad y desterrar la ideologización extrema. ¿Ideologización? ¿Extrema? ¿La de quién? Todos los partidos políticos están rebosantes de ideología. La derecha navarra un poquito más. Hasta bien poco, solo tenía que responder de la que le dejó en herencia su fundador, Aizpún –hijo de Rafael, ministro de la CEDA en 1934–, y, ahora, en cambio, debe arrear con el plus sumado –nunca mejor dicho– del PP y Ciudadanos.

Maya quiere colar que su comportamiento como político no responde a una ideología, sino que actúa bajo el imperativo del inmenso amor que le une a Pamplona y a sus ciudadanos. Los demás, no. Los demás están en política impulsados por una ideología extremista y poco le ha faltado decir, como dirían sus socios, comunista y atea, además de negadora de los valores auténticos de Navarra, que son los que encarna Maya y el Opus Dei.

¿Acaso considera Maya que su asistencia como alcalde a una procesión religiosa no es un acto ideológico extremo, producto de entender de manera integrista la confesionalidad del Estado? ¿Acaso no es un acto ideológico cambiar el nombre de una calle por otro –Catalina de Foix por Avenida del Ejército–, sobre todo, cuando al hacerlo niega la ideología del anterior alcalde? ¿Acaso, no responde a un sustrato ideológico más o menos atávico de la derecha de su partido, decir que el euskara tiene un «peso excesivo» en las plazas municipales, cuando sabe, además, que no es verdad?

Si hay algo evidente en las primeras palabras y actos del alcalde Maya, es ideología. Y una ideología enfocada directamente a unir a los suyos en la misma dirección. Por lo que trabajar en «lo que nos une» con nuestros «amigüitos» no tiene ningún mérito. Lo realmente positivo y necesario es trabajar para hacer desaparecer las enquistadas diferencias históricas que surgen con violencia de géiser cada vez que se trata de defender el propio pesebre.

El humus ideológico del que procedemos unos y otros tiene fuentes diferentes. Ser diferentes es una cualidad fundamental del ser humano. Para unos, una riqueza cultural importante: para otros, un problema que hay solucionar con la exclusión y la uniformidad, es decir, el supremacismo racial e ideológico, valga la redundancia. A Maya, en el fondo más superficial de su ideología, no le gustan las diferencias, de ahí que apueste por trabajar en lo que nos une y para ello, como ha demostrado en tan solo cinco días en el cargo, no tiene cosa mejor que hacer que cargarse lo que no encaja en su ultramontana ideología.

La perspectiva de Maya es la que cabría esperar de su partido, ahora reforzado por Ciudadanos y PP. Es decir, trabajar en lo que une más a la derecha con sus políticas sociales, educativas y económicas: privatizando al máximo las prestaciones en educación, sanidad y servicios sociales claves; negar la participación ciudadana en las instituciones públicas; incriminar programas educativos de coeducación solventes como Skolae y, finalmente, arremeter contra las formas diferentes que tiene cierta izquierda de solucionar los problemas de la gente.

El eslogan político de Maya –trabajar en lo que nos une–, solo tiene un correlato final: la imposición de un modelo de sociedad donde se niega la diferencia y el derecho a hacerla valer tanto en el plano individual como colectivo.






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