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martes, 30 de julio de 2019

Hay Que Ser Optimista

Desde la página de Rebelión traemos a ustedes este análisis del panorama político actual tanto en Europa como en el estado español.

Adelante con la lectura:


Pedro Casas | Rebelión

El ciclo político que tuvo su origen allá en 2011 con las primaveras árabes, el 15M, las ocupaciones Walt Street y más, se ha cerrado de una manera bastante decepcionante.

Las llamadas primaveras árabes se saldaron con cambios de unos dictadores por otros en algunos países, y la destrucción literal de otros países por la rapiña de las potencias mundiales.

En EEUU ha llegado a la presidencia la expresión más temible y degradada del imperio yanqui, que supone una amenaza imprevista para la paz mundial y la interna de su propio país, con la guerra declarada a las minorías.

En Europa hemos vivido la decepción de unos partidos que aportaban savia nueva y deseos de cambio real, pero que fueron absorbidos por el sistema (Grecia), se coaligaron con la extrema derecha (Italia) o simplemente implosionaron por sus peleas internas y bandazos estratégicos, como el caso de Podemos en el estado español.

Estos fenómenos de revoluciones “interruptus” se han visto acompañados además de un ascenso preocupante de la extrema derecha en todas sus variedades a nivel mundial.

En España, además, surgieron con mucha fuerza unas mareas que configuraron confluencias que llegaron a alcanzar el poder municipal en muchas ciudades importantes, alumbrando una nueva manera de hacer política en las instituciones; cuatro años después apenas se mantiene el gobierno municipal en algunas pocas ciudades y pueblos, y poco podemos decir de su aportación al cambio en las ciudades, más allá de algunos gestos o medidas concretas, que la torpeza y demagogia de la derecha está revalorizando (caso Madrid Central).

Coincidiendo en el tiempo, en dos territorios históricos como Euskadi-Nafarroa y Catalunya se produjeron procesos novedosos:

En Catalunya la sentencia del TC recortando el nuevo estatuto de autonomía que habían votado el Congreso y la población catalana, dio alas a un proceso sostenido en el tiempo por la soberanía, que culminó en un auténtico pulso al estado, ganando el primer asalto (referéndum del 1 de octubre), pero que tiene pinta de acabar mal, a los puntos o KO técnico; de hecho ahora mismo hay personas presas y exiliadas que van para 2 años en esa situación, y amenazadas de pasarse varios años más entre rejas.

En el País Vasco (Euskal Herria en euskera) el anuncio del fin de la actividad armada de ETA se produjo precisamente también en 2011, abriendo un escenario inédito durante décadas y que prometía nuevos avances en su camino por el autogobierno y la justicia social. 8 años después los resultados distan mucho de lo esperado: La represión estatal continua como entonces, con cientos de presas y presos alejados de sus familias, condenando a sus seres queridos a un plus de sufrimientos; se suceden los macrosumarios a la antigua usanza, como el que se inicia el próximo 16 de septiembre contra 47 activistas de la solidaridad y apoyo legal de estas personas presas. Condenan a muchos años de cárcel a jóvenes por una simple pelea de bar que bien pudiera haberla provocado la misma guardia civil. Y el panorama político no se ha reactivado, sino que el PNV, la burguesía vasca, tiene más poder que nunca.

La aparición de nuevas fuerzas emergentes ha puesto en aprietos a los partidos tradicionales, habiendo aguantado mejor el envite los de derechas que los de izquierda, que corren el riesgo de desaparecer, como es el caso italiano, que tenía el partido comunista más poderoso de Europa.

No sé si hay que derramar alguna lágrima por las viejas estructuras sin futuro que el vendaval transformador se llevó por delante. Pero lo preocupante es que ese vendaval se haya llevado todo, sin dejar rastro de nada capaz de sustituirlo.

Los poderosos tienen partidos para implantarse entre las masas que les apoyan y legitiman su dominio; pero tampoco les resulta muy necesario; con dinero llegan a cualquier lado y compran voluntades, funcionarios e intelectuales que trabajen a sus órdenes.

El pueblo en cambio necesita de organizaciones capaces de articular una respuesta, una defensa de sus intereses ante la explotación del capital en todas sus facetas, laboral, territorial, urbanística, de servicios, y un largo etcétera. Y en este sentido está quedando un escenario lleno de escombros difícil de reconstruir. Los movimientos sociales, sindicales, vecinales, estudiantiles, etc. son necesarios para dar la batalla sectorial; pero para avanzar conjuntamente y dar coherencia a un proyecto conjunto con capacidad de gestionar también las instituciones a su servicio, se necesitan organizaciones con vocación de globalidad. ¿Cómo las reconstruimos, a la luz de las nuevas experiencias políticas? Uno de los grandes retos del futuro inmediato.

Volviendo al terreno municipal, el paso de los gobiernos del cambio por las instituciones ha tenido un efecto perverso en algunos aspectos que quisiera mencionar, dejando claro que no pretendo con ello hacer un balance negativo de la experiencia de los 4 años de poder, sino señalar algunos aspectos concretos, y que cada cual haga el balance que quiera (este no es al menos el objetivo del presenta artículo).

El impulso del 15M que cuestionó los cimientos de la política de nuestro país (“no nos representan” era uno de los lemas más coreados) aportaba una nueva visión de cómo hacer la política (las asambleas en la calle eran su nicho natural), y unos contenidos en los que no había reparo por transformar todo lo que se pusiera a tiro. En este sentido quisiera describir el balance que ha quedado en ambos aspectos, el organizativo, o forma de hacer política, y el de contenidos o programa de cambio.

En el primer aspecto, las candidaturas del cambio se conformaron por dos tipos de personas, básicamente: Unas con experiencia política de partidos que, en bastantes casos habían hecho de la política su medio de vida; y otras con ninguna o muy poca experiencia de actividad y organización política, y escasa vida laboral y menos estable.

En lugar de estallar esta confluencia de experiencias dispares, la burocracia tradicional se comió a los nuevos activistas, que optaron por la vía fácil de ir a caballo ganador y dedicar el menor tiempo posible a unas asambleas en las que se debatían demasiadas cosas y a veces se contradecían con la acción del día a día del gobierno. Algunos viejos rockeros renegaron varias veces de sus organizaciones con tal de conseguir puestos de salida institucional, y los nuevos vieron que para mantener el status político que proporciona buen sueldo, lo mejor es no meterse en muchos líos, y ser fiel al jefe/a de turno. En definitiva, la savia democrática que aportaban los nuevos movimientos a la gestión municipal, quedó disipada en poco tiempo, dejando las decisiones colectivas a estructuras mucho menos democráticas que cualquier partido tradicional.

Con esta experiencia vivida, ¿quién se anima a re-construir un movimiento asambleario para condicionar la gestión del gobierno? Lo peor de la experiencia negativa no es haber perdido los gobiernos, sino la ilusión por las nuevas formas de hacer política y de participación real. En este aspecto, y en términos generales y objetivos (sálvese quien pueda), el proceso ha desembocado en una gran mentira, seamos sinceros en reconocerlo.

En el aspecto programático cabe decir otro tanto. La gestión que iba a poner todo patas arriba se convirtió en posibilista, y de buen rollo con los poderes reales, pasando en pocos meses del “sí se puede” al “no se puede” (con mil excusas, presupuestarias, legales, regla del gasto, etc). Por otro lado los gobiernos “del cambio” han movilizado en su entorno a un considerable número de personas que antes no encontraban un lugar donde desarrollar sus inquietudes políticas, y en el caso de Madrid, los Foros Locales han sido el lugar perfecto donde tener a todas estas personas entretenidas; y no pretendo ser cruel, sino ácidamente realista, al afirmar esto, pues la capacidad de influir en las políticas municipales por parte de los foros ha sido nula por completo.

Pero es igual, aunque no hayan servido para nada en términos generales (digo generales, porque particulares sí que algunas personas y organizaciones han conseguido buenas subvenciones) el caso es que se producía una sintonía y una identidad hacia la acción de gobierno.

Para otro tipo de personas y organizaciones, se produjo pronto un proceso de desafección por esta labor de gobierno posibilista y decepcionante. De estos últimos, unos continúan en la trinchera, y otros muchos se han desilusionado abandonando la lucha.

La pregunta es, ¿cuál es el balance del conjunto de propuestas programáticas que se traían en la mochila en las elecciones del 2015? ¿Qué queda como realizado y como aspiración a conseguir? Pues mucho no se hizo, por muchos motivos, no todos achacables a la poca voluntad de algunos de los gestores del cambio.

Es cierto que existen obstáculos que frenan las políticas de cambio: la ley no favorece porque está hecha para lo contrario; los recursos municipales son escasos, no sólo en presupuesto sino sobre todo en personal, que limitan mucho las capacidades de nuevas inversiones; existen funcionarios boicoteadores; la inexperiencia en la gestión municipal ha retrasado muchos planes.

El problema es que en lugar de haber explicado estas trabas objetivas y haber creado una estrategia para sortearla en el futuro, todo lo que no se pudo o se quiso hacer se metió en el saco de lo que No se puede; y en estas circunstancias resulta que no sólo es que no se ha hecho mucho, sino que hemos reducido casi a la nada las expectativas de qué es lo que queremos cambiar hacia futuro.

Las personas y grupos que hoy enarbolan las aspiraciones de transformación han reducido su horizonte estratégico a la casi inmediatez de ser buenas personas, honrados gestores, con toques ambientalistas y poco más. Porque difícilmente se puede reivindicar acciones más radicales cuando se renunció a ellas mientras se estuvo en el gobierno; véase el caso de la vivienda y desahucios, que hasta algunos ayuntamientos del cambio los han promovido directamente.

Por poner un caso concreto, en el terreno de la remunicipalización, me da la impresión de que el número personas que se creen esta alternativa como más barata, eficiente y justa de gestionar los servicios públicos es ahora menos que hace 4 años, al menos entre las personas cercanas a los ámbitos políticos de izquierdas.

Al principio me declaraba como persona optimista, y así lo creo, entre otras cosas porque estoy convencido que me ahorra consulta en el psiquiatra. Después de leer lo anterior, muchos cuestionarán tal declaración. Bromas aparte, lo que trato es de describir una situación que, como también decía al inicio, me parece que está peor de lo que pensaba, al menos para mis aspiraciones de transformación social. Meter la cabeza en la tierra de poco sirve, y por eso es necesario analizar la realidad concreta para ver lo que nos hace falta para avanzar.

Eso es lo que he tratado de hacer, sin revanchismos ni acritud, como diría el innombrable.






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