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sábado, 20 de febrero de 2021

El Mártir Pedro Paulo Lapuente

Deia nos desvela un episodio histórico con protagonismo vasco, uno que se merece la etiqueta Kurlansky.

Se lo dedicamos a Isabel Medina Peralta, la campeona de la libertad de expresión de la democracia plena.

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Pedro Paulo Lapuente: un mártir navarro de la barbarie nazi

El sacerdote navarro Pedro Paulo Lapuente, que tomaría también los nombres religiosos de Víctor y Benedetto Maria, fue asesinado por tropas nazis por acoger en un monasterio en Italia a perseguidos

Óscar Álvarez Gila

El 20 de octubre de 1874 era bautizado en la parroquia de San Esteban Promártir de Murieta, Navarra, un niño nacido apenas unas horas antes, que fue llamado Pedro Paulo. Sus padres, Víctor Lapuente Martínez y Victoria Salinas Segura, se habían casado en la misma parroquia apenas diez meses antes, el 20 de enero de aquel mismo año.

Murieta era (y sigue siendo) una pequeña población eminentemente agrícola, que en palabras de Madoz "producía trigo, cebada y toda especie de granos". En 1877, según el censo realizado al acabar la última guerra carlista, contaba con una población de apenas 215 habitantes (no muy lejos de los 337 que se registraron en el último censo, el de 2011). Por estar situado apenas a unos diez kilómetros de Estella-Lizarra, donde se situaba el cuartel real del pretendiente Carlos VII, los primeros años del joven Pedro Paulo estuvieron marcados por el devenir de la última guerra carlista. Poco sabemos sobre el origen socioeconómico de su familia, aunque es razonable pensar que se trataría, como la mayoría de los habitantes de Murieta, de un hogar campesino. Campesino y, además, profundamente religioso.

Casi setenta años después, el 10 de septiembre de 1944 un grupo de soldados alemanes pertenecientes a la comandancia local de las SS se personaba en la cárcel de guerra situada en el castillo de Malaspina, en Massa (un pueblo en las cercanías de Carrara, Italia). De allí sacaron a 36 prisioneros, entre ellos 10 religiosos procedentes de la vecina Cartuja de Farneta. Los dividieron en grupos pequeños y los condujeron a diversos lugares de la localidad, para fusilarlos inmediatamente. Abandonaron los cadáveres en los mismos lugares en los que habían sido asesinados, con el objetivo de atemorizar a la población en un momento en el que el ejército alemán estaba en retirada por el avance de las tropas aliadas en la península italiana. Entre los asesinados se encontraba un anciano sacerdote identificado como fray Benedetto-Maria Lapuente. Benedetto-Maria no era otro que el mismo Pedro Paulo Lapuente.

La llamada de la religión

Volvamos a 1874. Ese mismo año, un grupo de sacerdotes vascos de la diócesis de Bayona liderados por Augustin Bastres, que habían ingresado en la orden benedictina en el monasterio francés de Pierre-que-Vire, decidieron regresar a su país para fundar allí una abadía siguiendo la misma regla de san Agustín. Localizaron una vieja granja en la localidad de Urt (Ahurti), que adquirieron para levantar allí el nuevo monasterio. Para 1889 el nuevo monasterio de Belloc fue elevado a la categoría de abadía –es decir, a su independencia canónica como monasterio desligado de cualquier otro–. Eran años en los que las vocaciones religiosas florecían en Euskal Herria, tanto al norte como al sur de la frontera, por lo que pronto afluyeron numerosos jóvenes vascos atraídos por la vida religiosa de clausura que proponía la orden benedictina. Esto no evitó, sin embargo, que los benedictinos de Belloc desplegaran una intensa labor misionera en tierras vascas a llamado de los obispos.

Entre los primeros atraídos por el estilo de vida religiosa que se ofrecía en el nuevo convento se hallaba Pedro Paulo Lapuente. Con apenas 15 años de edad dejó su Murieta natal para ser admitido como novicio en Belloc, donde comenzó sus estudios de filosofía y teología para acceder al sacerdocio. Siguiendo la práctica habitual en la mayoría de las órdenes religiosas, al emitir los votos que le unirían al monasterio cambió su nombre de pila por otro nuevo, el nombre en religión, con el que sería conocido a partir de entonces. El joven Pedro Paulo eligió entonces llamarse Víctor, muy posiblemente en recuerdo de su padre. Y fue con este nombre con el que recibió la ordenación sacerdotal de manos del obispo de Bayona a mediados de la década de 1890. Todo parecía indicar que, a partir de entonces, tendría por delante la vida ordenada y sosegada de un religioso de clausura.

Vascos de América y vida religiosa

Pero fue entonces cuando el abad de Belloc, el propio P. Bastres, embarcó a su comunidad en un empeño por expandir las ramas de la abadía de Belloc más allá de Euskal Herria. Y puso en primer lugar su mirada en América. No era un interés nuevo para él. Ya antes de ingresar en la orden benedictina se había propuesto al obispo de Bayona como capellán de las colectividades emigrantes vascas de aquel continente. En 1895 envió a un grupo de benedictinos vascos a hacerse cargo del monasterio Sacred Heart en Oklahoma; y en 1899, cuando el canónigo Jean-Pierre Arbelbide le transmitió una solicitud que le habían realizado en Argentina para que llevara allí a monjes vascos, no lo dudó. Y de este modo, en 1899 otro pequeño grupo de benedictinos vascos llegaba a la ciudad de Victoria (Entre Ríos), para poner en marcha un nuevo monasterio llamado Niño Dios. Entre los que formaban parte de la expedición fundadora se hallaba Víctor Lapuente, a quien se había seleccionado por su conocimiento del idioma castellano.

En Victoria, hay que reconocerlo, no había una comunidad vasca tan numerosa como en otras ciudades de Argentina. Pero contaba con una particularidad: su templo parroquial estaba dedicado a la virgen de Aran-tzazu. Inicialmente fundado como un oratorio levantado en 1810 por Salvador Joaquín de Ezpeleta, un comerciante vasco con posesiones en la zona, en su alrededor se fue creando un poblado, conocido inicialmente como Villa de N. S. de Aranzazu de la Victoria, que se fue reduciendo hasta quedar solamente en Victoria. Los benedictinos de Niño Dios, al tiempo que levantaban el nuevo monasterio, quedaron al cargo de su parroquia. El padre Lapuente quedaría así encargado de la atención parroquial como capellán del vecindario (es decir, como sacerdote itinerante de la población diseminada en la campiña), así como director del colegio gratuito de niños. Allí permanecería década y media.

Pero el ideal de la vida monástica de clausura, que era lo que había atraído a la orden benedictina al joven Lapuente, no se correspondía con la labor eminentemente activa que realizaba en Argentina. De este modo, a fines de 1914 optó por abandonar el monasterio de Niño Dios y pedir la incorporación a la orden de los cartujos, en la que la vida en clausura era notablemente más estricta que entre los benedictinos. Puso de este modo sus ojos en el regreso a Europa, ya que no existían por aquel entonces monasterios cartujos en el continente americano. Y así se incorporó ese mismo año a la cartuja de Farneta, "deseando vida de mayor austeridad y retiro".

La cartuja de Farneta era una fundación del siglo XIV, muy cerca de la ciudad de Lucca, en Italia. Había sido el lugar donde se habían refugiado el Padre General de la orden y varios monjes franceses cuando Francia decretó en 1903 la extinción de las congregaciones religiosas. Allí volvería a cambiar su nombre, y Víctor daría paso al nuevo Benedetto-Maria.

"Si Jesús llamara a la puerta..."

Pedro Paulo (Víctor, Benedetto-Maria) Lapuente había llegado a Italia a comienzos de la Gran Guerra. Allí vivió la victoria italiana, el ascenso del fascismo, la entrada del país en la Segunda Guerra Mundial, la caída del régimen fascista y la creación en 1943 de un gobierno títere controlado por la Alemania nazi. A partir de este momento se recrudeció la persecución a los judíos, que fueron objeto de un hostigamiento sistemático para ser llevados a los campos de exterminio. Grupos de huidos comenzaron a llamar entonces a las puertas de la cartuja de Farneta buscando refugio para evitar su captura. Entre ellos no solamente había judíos perseguidos, sino también combatientes partisanos. Se calcula que a lo largo de agosto de 1944 un centenar de personas fueron acogidas por los cartujos. Los monjes rompieron con ello una de las normas más antiguas de su orden, que prohíbe toda presencia de extraños en sus monasterios. El prior de la cartuja, recabada la opinión de los monjes, decidió violar dicha regla. "Si Jesús llamara a la puerta, ¿qué le diríamos?", preguntó el prior, "¿Tendríamos el valor de enviarlo a morir?" De este modo los cartujos convirtieron las diversas estancias del monasterio en improvisados alojamientos para los refugiados, al tiempo que trataban de mantener con la mayor normalidad posible la vida cotidiana de la comunidad, entre el trabajo, la lectura y la oración.

Hasta que el 1 de septiembre, a las 23:15, no fue Jesús quien llamó a la puerta, sino una veintena de soldados de la 16º Division Panzergrenadier Reichsführer-SS. Rápidamente apresaron a casi todos los presentes, excepto a unos pocos refugiados que, alertados por el ruido, pudieron escapar. El resto fue trasladado a un almacén abandonado en Nocchi, donde los monjes fueron brutalmente torturados por las SS. Además del P. Lapuente, entre los cartujos se encontraban dos alemanes, un suizo y un venezolano, siendo el resto italianos. El día 7 los monjes –menos el prior y el maestro de novicios– fueron transferidos a la prisión del castillo de Malaspina. De allí solo saldrían, como ya hemos visto, para ser asesinados.

Desde 1985 una lápida recuerda en la cartuja de Farneta al P. Lapuente y sus compañeros, conmemorando el martirio de su comunidad por el salvajismo nazi que impuso la misma muerte a los monjes y a aquellos que en la hora más oscura habían encontrado la hospitalidad fraternal en estos recintos sagrados. Esta lápida conmemorativa asegura la entrada en la historia del pueblo italiano del testimonio de estas víctimas. Y también, hemos de concluir, la de un navarro que entregó su vida por dichas víctimas, hasta el punto de convertirse en una de ellas.

 

 

 

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