Continuamos con el análisis de la realidad contemporánea y del Cronopiando de Koldo Campos pasamos a este texto de Iñaki Egaña que desde su trinchera en Facebook nos dibuja una línea del tiempo desde el inicio de la contingencia sanitaria provocada por el SARS CoV-2 hasta nuestros días. Para rematar, traemos a ustedes una viñeta de Tasio muy ad hoc.
Adelante:
El capitán Jefferson Kyle Kidd, interpretado por Tom Hanks, recorre los polvorientos pueblos del norte de Texas, organizando encuentros en los que por diez centavos lleva a los vecinos las últimas noticias acaecidas en Norteamérica y en el mundo. Su público, analfabeto y dedicado en exclusiva a la supervivencia, asiste asombrado a la existencia también adversa de una humanidad que intuye.
La trama de la película asume el hilo conductor de una producción made in Hollywood, con buenos y malos, esfuerzos y desánimos y un final a la medida. No pretendo hacer un spoiler, sino remarcar la profesión del capitán Kidd, un contador de historias verídicas hacia 1870, cuando la radio, la televisión e internet no existían siquiera en la mente de los visionarios. Las noticias se estancaban, los diarios eran rastreados por una elite ilustrada y los libros descansaban en conventos.
Hoy, sin embargo, el oficio de contador de noticias ha desaparecido. Quedan, con el permiso de los periodistas de vocación, divulgadores de acontecimientos, de sucesos, de circunstancias. Un oficio en el que todos tomamos parte, convirtiéndonos en generadores, transmisores y receptores de noticias al mismo tiempo. Las redes sociales han amplificado las magnitudes de cada hecho y condenado a la irrelevancia cuestiones antes capitales.
Hace exactamente un año comenzamos a recibir las primeras crónicas de una especie de gripe que afectaba a una región reducida de la gigantesca China. Una ristra de entendidos del pasado y del futuro inundó nuestra mensajería, reduciendo la peligrosidad del nuevo virus y encapsulándola a un territorio y a unas costumbres determinadas. Ni europeos, y en consecuencia vascos, comemos animales salvajes, menos aún murciélagos, al parecer origen de la enfermedad “china”.
El lejano Oriente estaba al menos a 10.000 kilómetros en línea recta desde Bilbao y la historia carecía de la trama de una película occidental. Pero fueron pasando los días y esas noticias casi secundarias se convirtieron en primarias. Y la alarma se extendió, se cancelaron eventos, se identificó al coronavirus y la ola saltó a todos los continentes habitados. El planeta había dejado de ser un cúmulo de recodos, aldeas, poblados y patrias para convertirse en una unidad. En un año, la pandemia ya ha infectado a más de 100 millones de hombres y mujeres y ha matado 2,3 millones, de los que más de 4.000 eran ciudadanos de esa Euskal Herria que ya nombró Joanes Leizarraga.
La pandemia, en plena expansión, ha devuelto a la humanidad a un estadio habitual. Habíamos olvidado que somos parte del planeta y que las epidemias, virus y bacterias son parte de nuestra naturaleza, que la viruela, la peste bubónica, el sarampión, el tifus, la malaria, el cólera fueron norma de muerte y las guerras excepción. Que los olmos desaparecieron en nuestro suelo vasco recientemente por una epidemia de grafiosis, y los conejos en Australia por la mixomatosis. Hasta nos acordamos de que la teoría de la desaparición del Neanderthal en el Viejo Continente frente a nuestros antepasados por la falta de inmunidad a los virus que trajimos de África sea probablemente la más convincente. Y leímos a Jared Diamond que los gérmenes adquiridos de animales domésticos fueron los causantes de la conquista por los europeos de los indígenas de América, África austral y Oceanía. Occidente, sin embargo, con su arrogancia habitual, desdeñó la ola.
Pasaron los meses y los nuevos amuletos (la máscara, la vacuna, las normas restrictivas) pretendieron recuperar una supuesta normalidad. Pero todo era una mofa: aplausos para sanitarios versus recortes en Sanidad, implementación de los trabajos esenciales versus precariedad. Más precariedad que nunca, más beneficios de la clase dominante que jamás. Y de nuevo la amortización de las muertes, la eugenesia, la justificación del darwinismo social. Tal y como escribió el mexicano Frabrizio Mejía: “las muertes sin sentido político ni martirio trascendente dejaron una estela de silencios, de tartamudeos para tratar de designar lo que se vivió como un tiempo de eterna duración ante la insuficiencia humana”.
La reflexión sobre el reparto mundial de las vacunas, la escenificación del mercado capitalista en el bolo de las farmacéuticas, empresas privadas salvo excepciones como la de Cuba, vendidas al mejor postor, no predicen un futuro diferente. La disposición de militares y políticos a saltarse los protocolos de vulnerabilidad haciendo valer sus galones, es una señal más en lo poco que importa la muerte del otro, en que la tentación de la eugenesia está vigente a pesar de las explicaciones de Sagardui y Ortuzar.
El filósofo camerunés Achile Mbembe señalaba que la pandemia debería servir para redescubrir nuestro vínculo inquebrantable con todos los seres vivos. De lo contrario, añadía, la epidemia del coronavirus debería ser tratada como una secuencia ininterrumpida de eventos imprevistos. Algo que tiene que ver con esa degradación acelerada de nuestro hábitat desde la industrialización. Mbembe tiene en su contra el color, no ser un guru de Silicon Walley y no pertenecer a una de esas sectas que dominan la información. Pero lleva toda la razón cuando se reafirma en ese derecho universal a la existencia.
La pandemia actual, el éxodo de decenas de millones de refugiados, el desamparo y marginalidad de la mayoría de la infancia mundial, la hambruna sistémica en el Sur, el secuestro del agua… son factores que incitan a suponer que desde el Holocausto nos enfrentamos a esa temida secuencia ininterrumpida de eventos imprevistos que nos conducirán al abismo. En nuestras manos, sin embargo, está el cambio, la perspectiva de un nuevo capitán Kidd que llegué en un futuro a nuestra ciudad contándonos, con sobresaltos menores, las noticias del gran mundo. Porque si eso sucede, sería la indicación de que la humanidad sigue viva y que el factor de inteligencia que nos ofreció la evolución sirvió para reivindicar este planeta.
La viñeta de Tasio:
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