Sin dar ni pedir cuartel, Koldo nos comparte este incisivo texto acerca de la hipocresía con la que conduce sus asuntos Washington:
La bala de fogueo
Koldo Campos Sagaseta | CronopiandoEn Estados Unidos, y con independencia de lo que representa la legalización del asesinato, hay varios aspectos, en verdad repugnantes, en relación a la hipócrita moral que rige la ejecución de un condenado a muerte.
La posibilidad de que el condenado pueda votar por el tipo de muerte en que la justicia se cobrará venganza es el primer apunte de hasta qué grado el cinismo define a esa sociedad. Cierto que nadie vota más que los estadounidenses, acostumbrados desde niños a votar por todo, por el MVP de cualquier liga deportiva, por el mejor actor, por la miss más sensual, por la resurrección de Elvis… pero cierto es, también, que nadie elige menos que ellos, habituados desde adultos a no elegir nada, ni siquiera a sus presidentes, clonadas copias, matices de color al margen, de un mismo y omnipresente poder que no pasa por las urnas.
En muchos estados del país los condenados a muerte, además de la última cena siempre que no incluya tabaco o alcohol, también pueden elegir la ejecución de su agrado y optar entre el fusilamiento, la horca, el gas letal o la silla eléctrica.
Es posible que los presos condenados a muerte, puestos a hacer realidad su último deseo, antes que elegir el menú o la ejecución se hubieran decantado por un juicio justo, un buen abogado, una revisión del caso… pero ninguno de estos supuestos suelen ser considerados.
Miles de personas han sido ejecutadas en Estados Unidos. Solo en los últimos 40 años en Texas han sido asesinadas legalmente más de 500 personas. En la mayoría de los casos, negros o hispanos pobres condenados a muerte por delitos que si hubieran sido blancos y ricos hubieran merecido una mejor defensa y sentencia. Muertos tras pasar quince años en el corredor de la muerte, muertos con retraso mental, muertos menores de edad...
En muchos casos, las pruebas de la inocencia, tantos años reclamada, llegaron a tiempo de restaurar el buen nombre del condenado a muerte pero no su cadáver. Para quienes esperan en el llamado corredor de la muerte ni siquiera es posible un acto de piedad, ya que no de justicia, que sí se tiene para indultar todos los años un pavo con motivo del “thanksgiving day”. El propio presidente estadounidense goza del privilegio de salvar la vida del afortunado pavo que, aunque no se le permita elegir, termina su apacible vida en un zoológico.
Pero si algún aspecto retrata la hipocresía moral que envuelve el asesinato de un preso a manos de un Estado que lo ha reducido a la impotencia y para el que ya no representa peligro alguno, ese es la bala de fogueo que en el arma de uno de los ejecutores permitirá a todos sentirse inocentes del crimen cometido.
Cinco policías voluntarios armados de fusiles y a solo siete metros del preso para no errar el tiro en la diana colocada sobre el corazón del condenado, disparan a la vez. Una de las cinco balas, sin embargo, es de fogueo. Ninguno de los tiradores sabrá si ha sido él quien limitó la ejecución al ruido. Cualquier día, práctica semejante se implementará también en los bombardeos de la fuerza aérea estadounidense para que el piloto, por si acaso tiene dudas sobre la misión humanitaria encomendada o cargos de conciencia al respecto, pueda hallar consuelo en la confianza de que, tal vez, sus bombas eran de fogueo y fueron las otras, las de sus uniformados cómplices, las que allá abajo sembraron el terror.
(Preso politikoak aske)
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