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domingo, 21 de febrero de 2021

La Noche del Arte Vasco

Para hablarnos de un periodo muy específico en el desarrollo del arte vasco traemos a ustedes este reportaje publicado por La Vanguardia:

El otro 'Guernica'

El museo Guggenheim recoge en la exposición 'Bilbao y la pintura' el auge que vivió el arte vasco en paralelo al apogeo industrial de la villa

Ander Goyoaga

Una de las obras icónicas del arte vasco es una monumental composición que representa en tres escenas la crudeza de la guerra. Pintada por Aurelio Arteta, uno de los artistas vascos más prestigiosos de la época, Tríptico de la Guerra puso fin a varias décadas de florecimiento del arte vasco. Ahora, el Museo Guggenheim recuerda en la exposición Bilbao y la pintura un periodo artístico excepcional que se desarrolló en paralelo a la transformación de la ciudad y del conjunto del País Vasco.

La composición de Tríptico de la Guerra se gestó en paralelo a la del Guernica y guarda varias similitudes con la obra maestra de Picasso. Arteta lo pintó en 1937, en Biarritz, en el mismo periodo histórico y con el mismo objetivo de denunciar el horror que estaba suponiendo la Guerra Civil.

En el caso del cuadro de Arteta, el pintor bilbaíno retrató tres escenas. En el lienzo de la izquierda, El frente, un joven empuña el fusil bajo un cielo sobrevolado por aviones de guerra. En el de la derecha, La retaguardia, se presenta la destrucción y los cadáveres de una madre y su hijo tras un bombardeo. Finalmente, El éxodo, algo mayor que los otros dos, muestra en un puerto vasco la despedida provocada por la guerra.

Esa despedida fue también el adiós de una época, la ruptura con un periodo próspero en lo económico, pero también desde un punto de vista artístico. El estallido de la Guerra Civil supuso el final de una generación de artistas, vinculada a la Asociación de Artistas Vasco, y el inicio de una larga noche para el arte vasco, que no volvería a brillar hasta la llegada de los Oteiza, Chillida, Basterretxea o Mendiburu.

Solo unos pocos, como Ignacio Zuloaga, continuarían una destacada carrera artística durante el nuevo régimen. Pero esa es otra historia, llena de matices, que merece un capítulo aparte.

El estallido de la Guerra Civil acabó con aquel florecimiento del arte vasco

La exposición Bilbao y la pintura reúne obras de Arteta, del propio Zuloaga, Adolfo Guiard, Anselmo Guinea, Manuel Losada, Francisco Iturrino, los hermanos José y Ramiro Arrúe, Gustavo de Maeztu, Ramón Zubiaurre o José Mari Ucelay. Muchas de las obras han sido cedidas al Museo Guggenheim para esta exposición por parte de instituciones como el Museo de Bellas Artes de Bilbao, el Athletic Club, la Casa de Juntas de Gernika o la Sociedad Bilbaína, así como varias colecciones privadas.

Los cuadros, “de gran formato y calidad”, son deudores de un tiempo histórico de enormes cambios políticos, sociales y culturales. Entre finales del XIX y principios del XX, el proceso de industrialización transforma la sociedad vasca de la época y genera las condiciones para el surgimiento de un destacado movimiento artístico.

“Bilbao pasa de ser una simple villa a transformarse en una gran ciudad industrial. Se convierte en una de las urbes más prósperas de España gracias a su industria naval y siderúrgica, así como a su actividad comercial, bancaria y cultural. Entre los ciudadanos de Bilbao de esta época existe la aspiración y la voluntad práctica de progresar, una suerte de empatía que desgraciadamente se fracturará con la llegada de la Guerra Civil”, explica Kosme Barañano, comisario de la exposición.

En ese contexto, surge una burguesía de espíritu ilustrado e interesada en la cultura que conecta con un grupo de artistas que “han viajado a París e incorporan las ideas de modernidad del impresionismo francés y las vanguardias". Su fuente de inspiración va a ser, precisamente, esa sociedad de contrastes y transformación.

Las obras muestran, por tanto, la vida de esa pujante burguesía, el contraste con la sociedad rural, las vivencias de los arrantzales (pescadores) y la dureza del mar Cantábrico o el folklore, los bertsolaris y las danzas tradicionales vascas. Retratan el contraste entre las diferentes escenas que ofrece la sociedad vasca de la época y también una mirada etnográfica sobre un mundo que desaparece.

La exposición también cuenta con un espacio introductorio en donde se contextualiza, además de la sociedad de la época, la figura de Paco Durrio. Este escultor bilbaíno de adopción tuvo un papel relevante en la historia del arte. Fue el albacea de Paul Gauguin, quien le dejó toda su obra pictórica antes de partir a Polinesia en 1895. Además, fue el encargado de pasar el testigo de la innovación de Gauguin a un joven Pablo Picasso recién aterrizado en París en 1901. Durrio prestó su estudio al pintor malagueño para que realizase sus primeras piezas escultóricas.

También dejó su impronta en aquel momento de eclosión del arte vasco a través del Monumento a Arriaga, situado junto al Museo de Bellas Artes de Bilbao. En opinión de Barañano se trata de la mejor escultura pública del siglo XX en España. El Franquismo no tardó en censurarla: para el año 1940 ya había sido retirada.

Esta anécdota es elocuente del fin de época que supuso la Guerra Civil. Aunque Barañano propone otra escena: la destrucción del Puente Colgante, el símbolo arquitectónico de aquel apogeo industrial y artístico: “El cadáver de su autor, Alberto de Palacio y Elissague tuvo que ser trasladado en una gabarra porque su gran obra había sido destruida. Es el símbolo del desastre que supone la Guerra Civil”.

Los puertos que habían retratado Ucelay, Guiard o Gustavo de Maeztu se convierten en los puertos del exilio. Y en Biarritz, Aurelio Arteta pone el epílogo a una época excepcional con un final trágico.

Hasta finales de agosto, el Guggenheim, el emblema que un siglo después volvió a impulsar la modernización de Bilbao y el País Vasco, homenajea aquel auge artístico.


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