¿Qué tan atado dejó todo el genocida español Francisco Franco Bahamonde?
La implosión de la Casa Borbón deja bien en claro que tan ceñidos están los hilos del contubernio, la corrupción y la impunidad en la Españistán custodiada por Los Pactos de La Moncloa.
Lean esta editorial de Naiz para entender:
Entre todas las anomalías informativas de esta época inverosímil hay una clamorosa. La monarquía pilar del Régimen del 78 se está desmoronando a los ojos de todo el mundo pero sin estrépito alguno, más bien en silencio. Si alguien despertara de un letargo de 10, 20, 40 años... costaría mucho explicarle que el rey elevado a tótem de la llamada transición se ha situado hoy en paradero desconocido. Que tribunales suizos, y quizás hasta españoles, le están investigando por un «regalo» de decenas de millones de euros procedente de Arabia Saudí que a su vez traspasó a una princesa amiga alemana. Que el Gobierno español reconoce que le está protegiendo al mismo tiempo que dice no saber dónde está, contradicción metafísica donde las haya. Que su hijo y sucesor intenta desentenderse cuando según algunas informaciones ha sido incluso segundo beneficiario de esa cuenta suiza. Que hay tantas preguntas abiertas que todo se asemeja en realidad a una bomba de relojería que tarde o temprano terminará por estallar; y si se descuida, hasta podría ser en las manos del propio Pedro Sánchez.
Lo que en otro tiempo hubiera sido una noticia de alcance durante días, semanas, meses... hoy simplemente es una más dentro de la agenda. En primer lugar, porque existe una pandemia que genera necesidades mucho más acuciantes y personales. También porque España sigue haciendo de cualquier escándalo monárquico una cuestión tabú en la medida posible. Y porque en Euskal Herria ocurre justo lo contrario: la podredumbre de ese régimen y esa casa están tan interiorizadas que ya poco o nada llama la atención.
¿Adorno o coraza?
En Euskal Herria Juan Carlos de Borbón ha generado noticias estas semanas únicamente en condición de objeto simbólico. Ya antes de que aflorara este último y definitivo escándalo, el Parlamento navarro fue el primero en sacar su retrato de su sede. En Gasteiz, el alcalde anuncia que se rebautizará la avenida que lleva el nombre del ahora emérito. En Iruñea se porfía por la retirada del escudo borbónico que Navarra Suma reinstauró en el Ayuntamiento. En Nafarroa se reclama la retirada de la Medalla de Oro con que le obsequió Gabriel Urralburu, como recuerda hoy el reportaje que puede leerse pasando unas pocas páginas. Y suma y sigue...
Sin embargo, reducir a Juan Carlos de Borbón a mero símbolo no es ajustado a la realidad. Aunque en España también se juegue a esa confusión, su papel resulta esencial como cualquier tótem que se precie. El personaje puede ser –es– impresentable, pero la Corona tiene adjudicada una función fundamental en el esquema del Estado. Y no desde la Constitución de 1978, sino desde que Franco le designó sucesor allá por 1969, cuando Euskal Herria ya hervía entre las primeras acciones de y contra ETA, estados de excepción, Proceso de Burgos...
¿Y por qué optó el dictador por esta especie de reencarnación monárquica? Quizás en parte por confianza en el personaje concreto, pero sobre todo porque entendía que una monarquía era la mejor forma de blindar la unidad del Estado («antes roja que rota») y garantizaba la continuidad del autoritarismo (seguro que Franco sonrió en la tumba escuchando a Felipe de Borbón amenazar a Catalunya el 3 de octubre de 2017).
Así que el emérito puede dar desde grima hasta risa, pero a la monarquía es mejor tomársela en serio. No es un mero adorno con resonancias históricas, es una coraza del sistema, es clave de bóveda del Estado.
Voltear el 78 y de paso el 36
Euskal Herria y Catalunya tienen un problema evidente para encarar la cuestión de esta crisis borbónica. Ni son españolas ni son monárquicas, por lo que es inevitable que el asunto termine resbalándoles doblemente. El problema es que en dirección contraria no hay correspondencia: antes Juan Carlos I y ahora Felipe VI se sienten compatriotas y soberanos, se creen legitimados para imponer a vascos y catalanes qué deben ser y hacer.
La oposición vasca a la monarquía española ha hecho suya un modo tradicional catalán de mostrar desprecio: colocar las fotos de los Borbones boca abajo. El gesto es contundente porque marca el camino, señala que hay que voltear completamente el Régimen del 78 y de paso el del 36, hay que revertir los marcos políticos de la dependencia. Efectivamente, de esta crisis no importa gran cosa si España es monárquica o no, pero sí importa mucho si Euskal Herria es soberana o no.
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