Desde su perfil de Facebook traemos a ustedes este texto que Iñaki Egaña dedica a Nuestra América inspirado en la vida y legado de un insigne integrante de la diáspora vasca, Salvador Allende.
Aquí lo tienen:
Allende
Iñaki Egaña
Hace 50 años, un 4 de setiembre de 1970, Salvador Allende, candidato de la Unidad Popular, ganaba las elecciones presidenciales en Chile abriendo un modo único de transición al socialismo que, al día de hoy, continúa manifestándose. Lo hace, según escribía Joan Garcés, como la experiencia más moderna de revolución anticapitalista en medio de la plena vigencia de la democracia (burguesa) y sus señales de identidad: pluralidad de partidos, supeditación a la constitución y al llamado estado de derecho, derechos iguales a la oposición…
La llamada “vía chilena hacia el socialismo” fue una nueva concepción de la toma del poder, una redefinición de la izquierda que mantenía en buena parte del planeta la insurrección popular como método para hacerse con las riendas del Estado. Una insurrección que había resultado exitosa en decenas de escenarios de los movimientos de liberación y en procesos como los que lideraban movimientos guevaristas y maoístas principalmente, y el reparto de las áreas de influencia por parte de las dos potencias de la Guerra Fría, Washington y Moscú, avalaban las tesis históricas.
Enfangados en la guerra del Vietnam como icono mundial, la izquierda revolucionaria apenas siguió y confió en las fuerzas y en el proyecto de la Unidad Popular de Allende. La desconfianza en el acceso al poder por medios pacíficos era notoria entre las fuerzas que opositaban al capital. Algunas excepciones, como la del grupo guerrillero chileno MIR, que apoyó críticamente a Allende. En Euskal Herria, donde las organizaciones clandestinas se preparaban desde el verano para el anunciado Proceso de Burgos, el eco de la campaña fue casi inexistente.
Allende superó las desconfianzas, incluso en sus propias filas. Ganó por cerca de 40.000 votos y esa misma madrugada se dirigió a sus seguidores: “Dije y debo repetirlo: si la victoria no era fácil, difícil será consolidar nuestro triunfo y construir la nueva sociedad”. Alguien recordó entonces la dedicatoria del Che Guevara, muerto en Bolivia tres años antes, en su libro sobre la guerra de guerrillas: “Para Allende, que por otros caminos trata de obtener lo mismo”. Allende le había contestado entonces: “Hay diferencias, indiscutiblemente, pero formales. En el fondo, las posiciones son similares, iguales”.
El 11 de septiembre de 1973, el Ejército chileno dirigido por Augusto Pinochet, dio un golpe de Estado, apoyado por Washington y sus aliados. Acosado en La Moneda, Salvador Allende se suicidó: “Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente”.
La vía chilena hacia el socialismo pareció definitivamente enterrada. La irrupción de grupos armados con la intención de seguir la vía guevarista se multiplicó en el continente. La victoria armada de los sandinistas en Nicaragua sólo cinco años y medio después de la muerte de Allende, confirmaba el cambio de paradigma.
En 1987, llegué a Santiago en un recorrido de cuatro meses que me llevaría a realizar numerosos artículos sobre las dictaduras latinoamericanas y gobiernos neoliberales (Chile, Argentina, Paraguay, Perú, Bolivia y Brasil) para el diario Egin, cuando su sección internacional era dirigida por Jesús Torquemada. En Chile, 3.000 muertos por motivación política y 30.000 torturados después, Augusto Pinochet seguía en La Moneda. En esos días, de ahí mi presencia periodística, Chile se aprestaba a recibir a Juan Pablo II, rey de la cristiandad y presidente del Estado del Vaticano.
Aquello fue una temeridad y las citas que llevaba finalmente no las llegué a realizar, por prevención. Que mi seguimiento permitiera la detención de clandestinos. Recogí, sin embargo, en buzones improvisados, numeroso material y seguí un protocolo que previamente me había establecido: escribir sobre un estado desde el siguiente.
Crucé la muga hacia Bolivia y en La Paz sufrí una sorpresa la primera tarde que volví a la pensión: la policía política de Paz Estenssoro me esperaba en la habitación. Habían destripado el doble fondo de mi maleta y encontrado el material acumulado furtivamente en Chile. Salí de aquella situación con problemas añadidos. Cada vez que me desplacé por Bolivia, la policía secreta llegaba a mi habitación que ponía patas arriba.
Me prometí la vuelta a Chile. Aterricé años más tarde para recorrer La Moneda con Neus Espresate, exiliada de la guerra civil española y fundadora de la editorial mexicana Era. Vistamos también la cuesta de las Achupallas donde en 1986 Pinochet salvó la vida de milagro (¿por eso la visita del papa un año después?), en acción del FPMR que causó la muerte de cinco de sus escoltas y una feroz represión. Chile, Allende, la vía al socialismo, Pinochet, la lucha armada… se habían convertido en símbolos internacionales. En esta segunda ocasión no hubo artículo, lo recuerdo ahora, pero las sensaciones fueron intensas.
La Unidad Popular de Allende, y de los grupos que la conformaron, tuvo con cierto retraso, como mis impresiones, un eco importante allí y aquí. En América, algunos cronistas compararon su proyecto con el del Socialismo del Siglo XXI, el acceso de la izquierda al poder por vías pacíficas. Desde la propuesta en Bolivia de Evo Morales hasta la de Hugo Chávez en Venezuela, con los tintes de Brasil, Ecuador, El Salvador… Creo que las diferencias son notables. Ahí quedan para el debate.
Entre nosotros, Herri Batasuna tuvo mucho del aporte de la Unidad Popular chilena: trabajadores, clases populares y medias, movimientos sociales. Monzon, Txillardegi, Solabarria, Gorostidi, Erkizia… Sin embargo, el de Allende era un movimiento patriótico (estatal), el vasco de liberación. Aun así, 50 años después, las claves de aquella vía chilena para el socialismo siguen teniendo la validez de las ideas revolucionarias. De las que aportan para crear un corpus ideológico tanto particular como universal.
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