Inspirado en el cutre manejo periodístico otorgado a la detención de los integrantes de los CDRs, Iñaki Egaña nos comparte este texto desde su cuenta de Facebook:
Iñaki EgañaXabier Arana fue un comprometido militante con las causas sociales de los setenta. Militó en los Comités Antinucleares de la Margen Izquierda, apoyó las huelgas obreras de Sefranito y Altos Hornos, pero era apenas un niño cuando se produjo la mítica de Bandas de Etxabarri. Tuvo la fortuna de asistir, por televisión por supuesto, a la muerte del dictador Franco, con la tristeza acumulada de los fusilamientos previos que se llevaron la vida de Ángel Otaegi y Txiki Paredes.En 1977, a unos meses de las primeras anunciadas elecciones a Cortes españolas, Xabier volvía en una noche cerrada de una cena con sus compañeros de facultad, todavía universidad de Bilbao tres años antes de modificar su nombre por el del País Vasco. Había sido una de esas cenas que valían para todo, para conspirar, para organizar en Lutxana unos cursos de historia vasca, y, esencialmente, para comer bien y beber mejor. En una curva que ni sus amigos recordaban, el viejo seat 127 que conducía uno de sus compañeros derrapó y se salió del carril. Excepto Xabier, el resto no pasó de algunos rasguños.Xabier Arana fue ingresado en estado gravísimo en Cuidados Intensivos de Cruces, en Barakaldo. Aparentemente no tenía heridas externas. Pero un golpe en la cabeza le hizo perder el sentido de forma permanente. A las semanas, fue trasladado a un ala del hospital, alimentado con una sonda y removido constantemente por las enfermeras en su sueño, para evitar las llagas en su cuerpo inerte. Pasaron años, demasiados para lo corta que es la vida de los humanos. Y Xabier perdió la posibilidad de encontrar un amor para toda la vida, como se decía entonces, de tener hijos, incluso de conocer a los de su hermana.Xabier Arana estuvo inconsciente desde entonces, 1977, hasta el reciente 24 de setiembre de este año. Había perdido la conciencia con 21 años y la había recuperado con 63. Un hecho insólito entre los muchos insólitos que recoge la medicina.Sucedió lo de todos los días, la enfermera del horario de mañana le cambió los pañales, le aseó y abrió la ventana. Como había ordenado su padre al hospital, y para ello donó sus ahorros en herencia cuando murió con el cambio de siglo, todos los días la enfermera de turno repetía la misma letanía. Le llamaba por su nombre y le dejaba un ejemplar del diario. Esa mañana, sólo en su habitación, Xabier abrió los ojos de repente, se incorporó en la cama, miró a los lados, se encontró solo y echó mano al diario que reposaba en su mesilla, después de beber un trago de agua. Como si se acabara de despertar tras haberse acostado la noche anterior.El periódico de ese 24 de setiembre de 2019 era “El Correo” y su titular, a seis columnas, las que componía la portada, decía: “Detienen a nueve radicales catalanes con explosivos preparados para atentar”.Xabier, cuyos pensamientos durante su prolongado sueño habían desparecido, recuperó la cordura y el habla en un tiempo récord. Le salió una especie de chillido que más bien parecía un gemido. Pero como no había en la habitación más personas que él mismo, abandonado hasta la hora del cambio del suero, no hay certeza del estilo del grito que lanzó. Su pensamiento, sin embargo, era nítido. Por lo que creía Arana, Josep Tarradellas se encontraba en Francia, presidiendo la Generalitat en el exilio. Así que no pudo más que deducir que Cataluña se hallaba en pie de guerra, tanto como Euskadi, el nombre que entonces marcaba al territorio vasco.Su reflexión, avezada por esos millones de circuitos que tenemos en el cerebro y que no habían sido dañados pese a su desmayo de más de 40 años, le lanzó a sospechar que los explosivos estarían destinados a hacer estallar una tribuna donde debería hablar el recién nombrado rey, un borbón casado con una griega. No sabía el despistado Arana que ese rey había sido relevado en vida por su hijo, después de los escándalos que acumulaba.Xabier no cayó en la cuenta de que El Correo había desplumado de su mancheta el título anexo de “español” y también el que correspondía a una vieja y dirigida fusión, “El pueblo vasco”. Después de tantos años inconscientes tampoco es que el pobre hombre estaba para fijarse en los detalles, más aún cuando el titular era tan sonoro: los catalanes iban a asaltar los cielos a golpe de dinamita.Tan sorprendente como había despertado súbitamente, el enfermo perdió a media mañana la conciencia, entrando en un letargo que al día de hoy no ha superado. Lo más sinuoso de esta portentosa resurrección es que nadie supo del despertar de Arana. Nadie entró en su habitación mientras tuvo esos minutos de lucidez.El resucitar de Arana y la impresión que se llevó a su sueño, a saber por qué intrincados vericuetos estará su cerebro digiriendo los explosivos catalanes durante su letargo, me produjo zozobra. Porque si hubiera sabido del despertar me hubiera trasladado a su habitación para contarle que estábamos en 2019, y que el diario que había caído en sus manos repetía en bucle las mismas crónicas manipuladas y embusteras de siempre.Y entre tantas toneladas falsarias le rescataría precisamente las de su época inmediatamente anterior a su accidente fatal. Cómo el editorial de ese diario cuando apoyó bravamente la degradación de los trabajadores de Bandas: “los 564 están bien despedidos y además no hay que pagar indemnización alguna”. Un diario que con motivo de los estados de excepción para Bizkaia había también editorializado: “Es, podríamos decir, la excepción mínima que puede adoptar el Gobierno para reforzar la autoridad gubernativa local”. ¿Cuál sería la máxima?Tenía guardado un recorte de cuando Xabier Arana militaba en los Comités Antinucleares. Pero por razones que ya habrán comprendido, no pude hacérsela llegar. Era el de una exclusiva que ofreció El Correo: "La dirección de ETA está en manos de un nazi que estudió terrorismo en la embajada de China Comunista en Argel". Hoy, la senda de la marmota mediática vizcaína continúa por los mismos derroteros mamporreros.
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