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miércoles, 21 de febrero de 2007

De Seguridad a Autoritarismo

Este excelente escrito apareció en una página llamada Jornada, totalmente independiente del diario mexicano con nombre parecido.

Lean, les va a agradar:

Roberto A. Follari

Seguridad no es igual a autoritarismo

Los grupos autoritarios pretenden ser los dueños de las cuestiones de seguridad. Así, en España, ante el juicio a los presuntos responsables de los cruentos atentados del 11 de marzo de hace tres años, el Partido Popular no disimula su neofranquismo: si está demostrado que fue una acción de Al Qaeda, el Partido queda malparado, pues es quien se involucró contra los musulmanes en la guerra de Irak.

Entonces, mejor insistir en la tesis –totalmente imposible– de que la ETA intervino. Y de esa manera, su política que impidió cualquier acuerdo con los autonomistas vascos –que son muchos más que ETA–, puede quedar mejor posicionada. Aunque haya que mentir para ello.

En EEUU las derechas retrógradas no operan mejor: ante el rechazo de los diputados a la pretensión de llevar más soldados a Irak, al presidente ultraconservador no se le ocurre otra cosa que burlar la opinión mayoritaria, y tratar de aplastar por la fuerza la dura resistencia iraquí. Lo cual es arrojar querosén al fuego.

En la Argentina tenemos los epígonos del autoritarismo, como Blumberg, Patti o Rico, que de golpe se visten de “democráticos” para las elecciones. Nunca han ofrecido otra cosa que más policía y penas más fuertes frente a la inseguridad, como si ello fuera suficiente, y como si no contuviera otros problemas que habrá luego que resolver, como es el control político sobre las fuerzas policiales. En fin, el caso del inútil paso de Aldo Rico por el Ministerio de Seguridad bonaerense es bastante elocuente al respecto.

En Mendoza también tenemos representantes menores de las líneas señaladas. Desde el presidente de un partido que participó activamente de la época de masacre del gobierno militar, a un conocido menemista, de también conocida prosapia y trayectoria, que propugna la “tolerancia cero”. Para algunos que prestan el micrófono, pareciera que la simple apelación a medidas coercitivas y draconianas convierte a quienes las proponen en expertos en cuestiones de seguridad.

Probablemente se requiera más policía; la cuestión es no limitarse a creer que con aumentar su número se habrá hecho algo fundamental para resolver la cuestión de la delincuencia violenta, porque no se puede poner un policía por cada casa, o por cada ciudadano. La policía es sólo un factor dentro de muchos otros, a pesar de la inacabable insistencia de quienes querrían “policializar” la sociedad.

Y a su vez, de los males de la policía... ¿quién nos podría proteger? Ante el “gatillo fácil”, el dirigente demócrata responde que “eso es un problema judicial”, como si no fuese una propensión latente en cualquier fuerza que detenta el monopolio del uso legal de las armas. Por su parte, el menemista-PJ propala que el problema no es tanto de quienes cometen los atropellos como de quienes no han sabido formarlos bien.

La falta de respuesta de estos apólogos de la policía ante los casos de “gatillo fácil” muestra claramente la insuficiencia y unilateralidad de sus posiciones. En verdad, los sectores más retrógrados de la sociedad hacen de la inseguridad su tema excluyente, y no es raro que así sea: muestran su preferencia por los modelos sociales de control y represión. En cambio, las condiciones sociales que han dado lugar a la emergencia de la delincuencia violenta en Argentina, los tienen sin cuidado.

Es que esos sectores son los que participaron de los planes económicos que liquidaron la Argentina de plena inclusión y de seguridad social: antes de Menem no había inseguridad. Menem la hizo. Por eso es insólito que haya menemistas que pretendan darnos lecciones sobre la cuestión, sin asumir sus responsabilidades respectivas. Y que los partidos que preconizan el privatismo económico que nos llevó al desastre, los acompañen en sus posiciones.

Y además, la hipercorrupción del menemismo minó las bases del contrato social, haciendo que cualquiera sintiera que hacerse rico en diez minutos es un derecho casi natural. Si se enriquecen los políticos empobreciéndonos a nosotros... ¿por qué no enriquecernos nosotros?, han pensado muchos. Hoy tenemos los resultados. De modo que la primera “tolerancia cero” a asumir no es contra los violentos (Giuliani la aplicó con total fracaso en ciudad de México, donde el delito callejero sigue presente en gran escala). Apliquémosla primero contra los políticos y sindicalistas corruptos que nos legaron –sobre todo hasta el 2001– una Argentina quebrada y desmoralizada.





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