Una década se dice fácil pero mucha agua ha corrido bajo los puentes de Euskal Herria durante ese lapso.
Desde el muro en Facebook de nuestro amigo Iñaki Egaña traemos a usted su recuento de una serie de hechos enmarcados en el proceso de desarme, desmovilización y reinserción de ETA.
Lean ustedes:
La década inestable
Iñaki EgañaHace ahora diez años, ETA informaba de un alto el fuego “permanente, general y verificable”. El comunicado, que conoció la luz un 10 de enero, fue simultáneo a tres cuestiones que anunciaban aquello que tendría su máxima expresión posteriormente, el desarme y la disolución de la organización política, luego también armada, creada a finales de la década de 1950 por un grupo de estudiantes de ingeniería.
Esas tres tramas comenzaron con una reunión entre un delegado de ETA y una representación del Henri Dunant Centre, el que era y sería eje del modelo propuesto en ese proceso finalmente tan singular, Continuaron con un comunicado de la organización aún armada poniendo fin al cobro del llamado impuesto revolucionario y concluyeron con la presentación del International Contac Group: Silvia Casale, Pierre Hazan, Raymond Kendall, Nuala O’Loan y Alberto Spektorowski. Los nombres de Kendall y Spektorowski sorprendieron, el segundo ex asesor de Defensa del Gobierno israelí. Kendall, militar y ex director general de Interpol.
Esos trepidantes meses remataron una primera fase con el anuncio de ETA, el 20 de octubre de 2011, del cese definitivo de su actividad armada y la ubicación de dos de sus delegados en Noruega, a la espera de consensuar con Madrid los aspectos técnicos del proceso. Luego llegaría un tercero, Josu Urrutikoetxea, como el mismo ha contado en dos recientes entrevistas a medios vascos.
Los anuncios históricos no fueron óbice para que, desde sectores propios del entonces Gobierno de Zapatero, como del Estado profundo, como de supuestos afectados por los daños colaterales del cese de la actividad de ETA (escoltas, guardias con pluses, seguritarios, víctimas) se cuestionara la veracidad del proceso, se tachara de terroristas a quienes estaban al lado derecho de la barricada e incluso se criminalizara a los observadores y mediadores internacionales. En 2014, la Audiencia Nacional citó a Ram Manikkalingam, Chris Maccabe y Ronnie Kasrils, de la International Verification Comission. No se atrevieron a encarcelarlos por “colaboración con banda armada”, pero lo intentaron.
La noticia de un proceso de paz inédito en Euskal Herria incomodó a buena parte de la clase política hispana que puso palos en las ruedas. El CNI se inventó un atentado fallido contra Patxi López, el entonces lehendakari, y el también supuesto comando que debería atentar fue detenido por la Guardia Civil que puso su grano de arena para frenar lo que llegaba. Los detenidos denunciaron torturas e incluso una violación en custodia, en la sede de la Benemérita en Guzmán el Bueno, de Madrid.
En Noruega, acostumbrados a ofrecer su suelo como intermediarios, no daban crédito a lo que sucedía. Johan Vibe, que luego viajaría a Colombia tras el fracaso del proceso de paz vasco para intermediar entre Bogotá y las FARC, fue ninguneado por Mariano Rajoy y su correveidile Jorge Moragas. Era el mismo Moragas que luego utilizó a Urkullu para engañarle a Puigdemont el día de la proclamación de la República catalana. Más que diplomáticos, forofos de la causa nacionalista española.
Los análisis de la inteligencia española incidían en una cuestión apenas explicitada. La actividad de ETA favorecía a sus intereses de cohesionar un estado fallido como el español. Después de varias décadas de actividad, condensadas sobre todo en los años de plomo, el desgaste y la inestabilidad provocada por ETA estaban amortizados. Más aún con todos los cambios legislativos de Madrid que introducían el estado de excepción en la “normalidad”, con el beneplácito de la clase política incluidas la derecha vasca y catalana, y las alianzas internacionales.
Así que paradójicamente, la inestabilidad y debilidad del Estado español que buscó ETA desde su cambio estratégico en 1978 con la aparición de la Alternativa KAS y luego la Alternativa Democrática, para negociar con Madrid una solución al histórico choque territorial y nacional, llegó con el inicio de su proceso de reflexión que culminó con su disolución en 2018. Y, por el contrario, la estabilidad que había logrado el Estado español desde el fracaso de las Conversaciones de Argel de 1989, con la excepción del terremoto político del Acuerdo de Lizarra-Garazi de 1998, saltó por los aires.
Sería pretencioso señalar que el fallido proceso de paz que dio comienzo en aquel enero de 2010, con antecedentes notorios entre ellos las declaraciones de Bruselas y Gernika, y concluyó con la disolución de ETA, ha sido la causa de la mayor crisis política del Estado español en el último medio siglo. Aun así, habría que reconocer que su reflexión, y la del conjunto de la izquierda abertzale, ayudó a deshacer numerosos nudos e imputárselos, precisamente, a su enemigo secular.
Porque en esta década que nos precede hemos visto numerosas evoluciones e incluso metamorfosis en un proyecto como el del Régimen del 78 que huele a cadáver. La monarquía borbónica, la institución que lo ampara, se arrastra como un protagonista de una de las historias macabras de Lovecraft. Un rey corrupto y adúltero, en un estado cuasi confesional, en fuga como su abuelo Alfonso XIII. Un partido gobernante con su ala derecha siguiendo los pasos del fascismo clásico, calificado de “organización criminal” por un atrevido juez. Una vuelta a los orígenes del proyecto español, sustentado en la fuerza.
Una declaración unilateral de independencia, la de Catalunya de 2017, avalada por unas urnas declaradas ilegales desde Madrid, que fue respondida con detenciones, cárcel, porrazos y culatazos, al más puro estilo gansteril. Con la huida del presidente de la Generalitat recordando otros tiempos como los que llevaron al patíbulo a Companys. Un intento de atentado de un francotirador contra el presidente hispano Pedro Sánchez, por cierto, rechazado por su dirección y encumbrado por sus bases. Una izquierda abertzale con incidencia en Madrid, Baiona, Iruñea y Gasteiz. Lo nunca visto. Son las paradojas de la confrontación política.
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