En redes sociales se hace circular este homenaje que Ramón Sola ha llevado a cabo por el centenario del equipo de futbol que tiene como sede la ciudad capital de todos los vascos, que además tiene la particularidad de que su nombre sea una palabra en euskera, en una herrialde donde algunos se atreven a decir que la lingua navarrorum nunca se habló.
Lean por favor:
Rojos de ideas, zamarra... y sangre
Justo hace cien años, un 24 de octubre de 1920, saltaba al campo por primera vez un nuevo equipo llamado Osasuna. El artífice de su denominación euskaldun, Eladio Zilbeti, acabaría fusilado. También su primer gran presidente, y el dueño de la imprenta de los carteles, vocales de la directiva, jugadores... La historia inicial de Osasuna se funde con la de Nafarroa bañada en sangre por la represión franquista.Ramón Sola
"Rojos", escrito por Mikel Huarte y publicado por Txalaparta, es la última gran aportación a la memoria histórica de Osasuna. También “Ramon Bengaray, Osasuna y República”, de Esther Aldabe (Katakrak). El centenario del club llega envuelto en una oleada de recuperación y a la vez reivindicación de los pioneros, represaliados con saña –16 años después de aquel primer partido– por sus ideas abertzales, comunistas o republicanas.
Bengaray, Zilbeti, Cayuela, Urdiroz, Agirre y tantos otros que acabaron sin vida en las cunetas sonreirán mañana cuando vean viva, y tan sano como su nombre, aquella criatura suya. El centenario ha llegado con el club en Primera, un estadio nuevo, una masa social creciente y un abrazo con su historia auténtica, apoyado en el auge de la memoria pero también en la evolución política de Nafarroa.
Un olvido imperdonable, pero no extraño
Cuando hace ya casi casi una decena de años, en una de esas noches gélidas de El Sadar en que las gargantas rasgan la niebla, desde la esquina de Indar Gorri se alzó esa nueva bandera, miles de espectadores se preguntaron quién era aquel joven de gabardina y txapela que mira sonriente de perfil.
Se llamaba Eladio Zilbeti Azparren y hoy tiene calle en Iruñea; y no en un barrio cualquiera, sino en la entrada principal al estadio.
La recuperación de todas estas historias ha sido fruto del trabajo de periodistas y voluntarios, de diarios y de redes sociales. Sus nombres estaban junto a todos los demás en la lista de los más de 3.000 fusilados grabada en el Parque de la Memoria de Sartaguda, pero ha costado décadas ligarlos con la historia del club y confirmar que Osasuna fue fundado sobre bases abertzales y de izquierdas. Este olvido impuesto no es una excepción en Nafarroa: también ha habido que llegar casi a este siglo para revelar la tétrica historia de Ezkaba, el monte de las mañaneras de domingo.
Antes, la ley del silencio, la tiranía del miedo, el callar para protegerse y proteger. Los últimos descubrimientos de fusilados están viniendo del testimonio de niños y niñas que entonces tenían 6, 7, 8 años... y ahora alcanzan casi 90. Nunca lo habían contado, ni con Franco vivo ni muerto.
¿Por qué Osasuna?
Con la trascendencia que hoy tiene el fútbol en todo el planeta, no es descartable que «osasuna» sea el término euskaldun más cono cido y pronunciado fuera. La culpa la tiene Zilbeti, un abertzale inquieto, hiperactivo: además de impulsar este deporte naciente del «foot-ball» estaba implicado en la entonces recién nacida (1918) Sociedad de Estudios Vasco-Eusko Ikaskuntza, y era amigo de uno de sus fundadores, Arturo Kanpion. Militaría primero en el PNV y luego, desde 1933, en ANV.
En las reuniones del mítico Cafe Kutz de la Plaza del Castillo, aquellos pioneros descartaron dar al equipo uno de aquellos nombres anglófonos en boga (Sporting, Racing, Athletic, la Sportiva que había puesto el embrión en Iruñea...). Antimonárquicos como eran, las referencias a la corona también quedaron fuera. Zilbeti tenía claro que el nombre debía ser euskaldun y requirió para ello la ayuda de su madre –euskaldunzaharra de Aezkoa–, de un futbolista de Elantxobe llamado Txomin Meaurio y de un estudiante euskaldun, Iñaki Perillan. Sobre la mesa hubo cuatro propuestas: Gogorrak, Lagun Artean, Indarra y Osasuna. Las dos últimas fueron las más aclamadas y Osasuna la elegida. Hasta hoy.
El feliz 1935, el dramático 1936
El equipo de la zamarra roja se estrenaría un 24 de octubre de 1920 en un partido contra un combinado militar, que acabó con empate a 1. A la Liga aún le faltaban ocho años para nacer y a Osasuna quince para despuntar. ‘Rojos’ recoge sus hitos iniciales: aquel 1-2 a los suplentes de la Real Sociedad en Donostia el Primero de Mayo de 1921, que dio pie a un cántico popular en Iruñea que ensalzaba la victoria a los sones de ‘La Internacional’; aquella construcción del campo de Donibane en 1922, que daba una sede estable al equipo; aquel 3-2 al Real Unión de Irun en uno de los primeros torneos oficiales...
Quién iba a decir que al año más feliz le sucedería el más trágico. Antes de que casi un siglo después esta pandemia haya ensuciado el espectacular momento del club, el Alzamiento franquista cercenó de raíz el despegue de Osasuna. En mayo de 1935 había conseguido su primer ascenso a Primera ganando al Murcia con tres goles de su pichichi de Erri Berri, Julián Vergara «Vergarica». La fiesta fue grande en la ciudad, sin barruntarse todavía que nueve meses después llegaría a Iruñea Emilio Mola, el general que dirigiría el golpe y desataría la matanza.
Etxauri, Caldecaldera, Las Bardenas, Ezkaba...
La masacre empezó sin aviso ni dilación, el mismo 18 de julio. Y el mapa físico de las ejecuciones de aquellos osasunistas pioneros coincide con sus escenarios más emblemáticos.
A Eladio Zilbeti lo mataron junto a Etxauri, enero de 1937, cuando tenía 38 años. A Natalio Cayuela, que había presidido el club durante una década llevándolo de Tercera División a Primera, en Valcaldera, el paraje ribero en que los fascistas acabaron con 52 personas en una única «saca» en agosto de 1936. A Alberto Lorenzo, periodista de Obanos que había sido vocal en la directiva, en las Bardenas. El libro de Mikel Huarte cuenta que cuando sus allegados fueron a interesarse por él, el párroco de la cárcel les respondió: «Como rojos, os merecéis todo lo que os pase».
Txomin Meaurio, el futbolista que le ayudó a bautizar el equipo, tendría algo mejor suerte: cinco años preso en elfuerte de Ezkaba, entre 1937 y 1942, incluido el momento de la mítica fuga que se saldó con 200 muertos, en la que no participó. A Filomeno Urdiroz, «Filo», guardameta de Osasuna, le acribillaron en Izurzu, junto a Zizur. Su hermano Emilio, que había sido el entrenador del ascenso, se fue al exilio.
El destino de otros simplemente se pierde en la niebla del terror franquista: es el caso del futbolista Andrés Jaso Garde, del que hablaremos más tarde, o de Ramón Bengaray, otro nombre clave en la directiva y de cuya imprenta salían los carteles anunciadores de los partidos. Bengaray merece un aparte: presidió el Frente Popular en Nafarroa en 1936 y de su mentalidad progresista da fe que se interesara por el fútbol femenino en un momento en que la mujer todavía ni siquiera tenía garantizado el derecho a voto. Se sabe que lo capturaron en Ostiz, probablemente camino a la muga, pero es una incógnita dónde lo mataron.
Fusilamientos a las puertas del campo
La masacre anunciada por Mola y Franco también se ejecutó en Iruñea... y fue casi en las puertas del estadio de Osasuna. Entre los fosos de la Ciudadela y el campo apenas había 300 metros de distancia, así que no hay mejor testimonio que el que dejó escrito su histórico conserje, Vicente Cuartero Usabiaga, que cuidaría el verde y a los futbolistas desde 1928 hasta 1964: «No quiero ni acordarme de la impresión que aquello producía. Vivíamos en un continuo sobresalto. No faltaron personas que madrugaban para presenciar el macabro espectáculo, entre las que se contaban algunas vecinas de este barrio y de comunión diaria. Allá ellas con su conciencia». Para el 21 de julio Cuartero ya había sido detenido y encarcelado, recuerda “Rojos”: «Todavía no me explico cómo salvé la vida. Y no porque me hubiera significado en manifestaciones callejeras o perteneciese a algún partido político, pues yo de política no entendía nada, sino porque tampoco se admitía ser neutral». El conserje todoterreno sería detenido también en 1946 y encarcelado durante un mes.
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