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martes, 28 de noviembre de 2017

La Profundización de la Desigualdad

El que las cosas estén mal en América Latina, tal como nos muestra la situación de los pueblos originarios en México, el asunto no va mejor en Europa en lo que respecta a la clase trabajadora, tal como nos muestra este artículo -muy acorde al panorama que nos pinta el profesor Francisco Letamendia en su texto acerca de la Euskal Herria del 2040- dado a conocer por la página Contexto y Acción:


Diversos estudios revelan el avance del proceso concentrador de la riqueza. Un hecho que no sería posible sin los paraísos fiscales, uno de los principales responsables de la extrema desigualdad

Miguel Urbán / Fernando Luengo | Coordinador y miembro de la Secretaría de Europa de Podemos, respectivamente

A pesar de las continuas proclamas en defensa de la patria con las que se llenan la boca nuestros gobernantes y colonizan los medios de comunicación, las reiteradas filtraciones como los papeles de Panamá o los recientes papeles del Paraíso confirman lo que ya sabíamos: las élites sólo declaran a la hacienda pública una parte de sus ingresos y su riqueza. A través de los paraísos/guaridas fiscales, la ingeniería contable, los recovecos legales, los precios de transferencia sistemáticamente aplicados por las empresas transnacionales…han encontrado numerosas fisuras (grietas, más bien) para ocultar o disimular una proporción sustancial de sus fortunas. Un dato puede servir para conocer la dimensión de esta lacra: la comisión de investigación del Parlamento europeo sobre los papeles de Panamá, ha calculado que la UE pierde anualmente un billón de euros de recaudación tributaria por culpa de la evasión y elusión fiscal.

Por esa razón, son muy bienvenidos los trabajos centrados en ofrecer información sobre la privilegiada posición económica de las élites. Mucho se ha escrito y se ha hablado en estos años sobre la desigualdad, la pobreza, la precariedad y la exclusión social –ante la sangrante evidencia, imposible de ocultar, de su aumento--, pero poco sobre la acumulación de renta y riqueza por parte de una minoría de la población. No tanto por el evidente déficit de información al respecto –espacios opacos, donde se mueven cantidades ingentes de dinero y activos financieros--, como por el escaso interés, asimismo evidente, de quienes podrían disponer de esa información para poner negro sobre blanco los enormes e injustificados privilegios que los poderosos han disfrutado y han visto crecer durante la crisis. En unos años en los que buena parte de la ciudadanía tiene que hacer enormes esfuerzos para llegar a fin de mes, o simplemente no llega, cuando los salarios de muchos trabajadores han experimentado un desplome histórico y cuando el derecho (los derechos humanos, recogidos en las cartas constitucionales) a la vivienda, a un empleo decente o a la salud están siendo continuamente vulnerados.

Por esa razón, hay que felicitarse de que haya visto la luz un nuevo informe publicado por el Credit Suisse Research Institute, el Global Wealth Report, que lleva por título Where are we ten years after the crisis? (¿Dónde estamos diez años después de la crisis?. como siempre, el estudio se acompaña de una base de datos, Global Wealth Databook, referida a la desigualdad en la distribución de la riqueza.

Con las reservas que antes hemos señalado, los datos de este informe (y de los anteriores) revelan un proceso concentrador de la riqueza que sigue avanzando. Un hecho que no sería posible sin los paraísos fiscales, uno de los principales responsables de la extrema desigualdad en la concentración de la riqueza, ya que permiten esconder el dinero y evadir impuestos. De hecho, todos los estudios muestran que nunca ha habido tanto dinero en paraísos fiscales como ahora. Esto supone que las estadísticas sobre desigualdad subestiman de manera considerable el verdadero grado de concentración de la riqueza, ya que no incluyen el dinero oculto en estas jurisdicciones opacas o paraísos fiscales. A pesar de ello, es interesante ver, con la cautela que merece, algunos datos sobre la desigualdad en España, Alemania y Europa, referidos al ecuador de 2017.

En el Estado español, el 10% de la población adulta concentraba el 57,8% de la riqueza total; el 5% atesoraba el 42,9% y el 1% reunía el 25,1%. Sólo 428.000 personas disponían de una riqueza superior al millón de dólares; y las 17 más ricas tenían cada una de ellas más de 1.000 millones de dólares. El índice de Gini –un indicador sintético habitualmente empleado para medir la desigualdad, que puede tomar registros comprendidos entre 0 (igualdad total) y 100 (inequidad extrema)-- alcanzó el valor de 65,7, duplicando los registros que ese indicador arroja cuando se mide el ingreso; en otras palabras, la concentración de los patrimonios es muy superior a la de la renta (que también es alta y ha crecido).

Las asimetrías en Alemania (la historia de éxito y el modelo a seguir, según el discurso dominante) son todavía más pronunciadas. El top 10% de la población adulta concentraba el 65,2% de la riqueza, el 5% disponía del 53,6% y el 1% capturaba el 32,3%. Algo más de dos millones de personas disponen de una fortuna superior al millón de dólares, mientras que un centenar de ellas alcanzaba los mil millones. El valor del índice de Gini era de 79,6, también muy superior al del ingreso.

Los datos para el conjunto de Europa todavía son más extremos. Los porcentajes detentados por el 10%, 5% y 1% de la población adulta eran, respectivamente, del 69,1%, 55% y 31,8%. Poco más de 10 millones de personas tenían una riqueza superior al millón de dólares y 468.000 acreditaban más de 1.000 millones. El índice de Gini en este caso (82,9) superaba los registros de España y Alemania.

El panorama que nos devuelve el informe, y que respalda la información estadística disponible, resulta inquietante y revelador. Sin paliativos, las élites están reforzando sus privilegios: los ricos son cada vez más ricos. Sin pretender una relación exhaustiva de los factores, diversos y complejos, que explican ese proceso, cabe señalar algunos de los que nos parecen más destacados: el negocio de las privatizaciones y la mercantilización de los servicios públicos, las retribuciones extravagantes y extraordinariamente elevadas de los equipos directivos, la evasión fiscal y la ingeniería contable practicada por las grandes corporaciones con el único objetivo de eludir impuestos, el aumento del valor de los activos financieros y la reaparición de las burbujas, los subsidios y ayudas otorgados por las administraciones públicas a las empresas, los rescates a los grandes bancos y la política monetaria del Banco Central Europeo, que alimenta de recursos a la industria financiera y a las grandes empresas.

La concentración de renta y riqueza, además de injusta –pues se ven recompensados los que estuvieron en el origen del crack financiero-- es un cáncer para la economía, cáncer que urge erradicar. No sólo porque penaliza el consumo y la inversión productiva (las élites promueven, sobre todo, el consumo de bienes y servicios de lujo y la inversión financiera), sino porque, haciendo valer su privilegiado estatus, acumulan influencia y poder. El resultado es de sobra conocido: la captura (perversión y contaminación) de las instituciones y de las agendas públicas, que, cada vez más, están a su servicio, demostrando otra vez cómo el aumento de la desigualdad está directamente interrelacionado con el secuestro de los procesos democráticos por parte de las élites.

Salir de la crisis implica, necesariamente, romper con esas estructuras oligopólicas que parasitan la economía y están en el origen de la inequidad extrema. Prohibir los paraísos fiscales, desmonopolizar las estructuras empresariales, desfinanciarizar la economía, aumentar la presión fiscal sobre las grandes fortunas y patrimonios, limitar las retribuciones de los equipos directivos de las firmas y obligar a las empresas transnacionales a que declaren sus beneficios donde los generan. Este es el camino.






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