Les compartimos este análisis publicado en Naiz:
Impresiona ver coloreado el mapa de Euskal Herria después de las últimas elecciones. De un vistazo, se ve al PSOE casi desaparecido del mapa. Al PP le ocurre lo mismo en Bizkaia y Gipuzkoa, y sigue cediendo terreno en Araba y Navarra. En la CAV, entre Bildu y PNV pintan el mapa de color abertzale, y en Navarra Bildu ocupa la mitad norte, llegando hasta Tafalla, Uxue y Aibar, y es segunda fuerza en toda la Zona Media. Mientras, la Ribera la ocupa la derecha españolista, que va arrinconando al PSOE, y desaparece, tragado en un agujero negro, el voto abertzale.
Así pintado, el mapa causa desazón: es de nuevo el Saltus y el Ager Vasconum de los romanos. Montaña y Ribera. La Marca Superior de godos y árabes. La “frontera de moros”, sobre el río Aragón, del siglo IX. Es el Estado Carlista decimonónico. Es un calco del mapa del euskera de Bonaparte de 1863. La muga de la piedra y del adobe. Muga toponímica también, donde se besan, y se separan, el topónimo Iratxeta (helechal) y Olibardía (olivar). El SI y el NO, milimétricos, del referéndum de la OTAN. El Norte que se siente vasco, y el Sur que no.
En el siglo II, Ptolomeo puso a la Ribera como centro de Vasconia. En 802 Tudela es refundada por los musulmanes, haciéndola una próspera ciudad banuquasi, desde donde el Al-Ándalus vigilaba el resto de la Vasconia indómita. La Navarra “primordial”, según la llamaba Lacarra, se formó entonces en torno al reino vascón de Pamplona. Navarra se forjó en euskera. La Ribera fue “reconquistada” e incorporada al reino, mal de su grado, tres siglos más tarde. Desde entonces, lo decía Leoncio Urabayen en los años 20, la Ribera “es el teatro de una sorda lucha de costumbres y en modos de ser entre Navarra por una parte y Castilla y Aragón por la otra, y en la que éstas últimas parecen llevar la ventaja”. Y Pío Baroja, nada nacionalista él, veía “dos clases de vascos: unos que miran las aguas del Ebro y otros las que van al Cantábrico”.
¿Surgirá alguna coyuntura histórica en la que esta tierra banuquasi vuelva a separarse de la Navarra originaria y vasca? No nos rasguemos las vestiduras: comarcas mucho más euskaldunas, (Rioja, Vascongadas, Baja Navarra) ya fueron desgajadas en su día. ¿No sería mejor ser pragmáticos y comenzar a dibujar el mapa de Euskal Herria de Caparroso hacia arriba, (como ya lo hacían algunos cartógrafos alemanes) acorde con la voluntad que una y otra vez expresan las urnas? Y no lo digo sólo por provocar.
No siempre fue así
Lo curioso es que cuando la Ribera se hizo navarra asumió de corazón el ideario nacional del resto de los vascos. Tudela fue la última ciudad en rendirse a los conquistadores. Luego participó con entusiasmo del imaginario vasconavarro común, que blasonaba la antigüedad de los vascones y de sus propias leyes, los Fueros. Tubal, presumían los historiadores riberos, fundó Tudela y trajo el vascuence a esta tierra. En 1866 el Ayuntamiento tudelano se sumó con entusiasmo al proyecto del Laurak Bat. El Gernikako Arbola se cantó hasta la ronquera durante la Gamazada y en los paloteados riberos. “Es el pueblo navarro: es el pueblo bascón; es el pueblo eúskaro que ha dejado huellas indelebles en la historia resistiendo todas la tiranías”, decía el Diario de Avisos de Tudela al relatar la despedida a la Diputación en febrero de 1893. Esta tendencia a la unión vasca ya la venían reflejando sectores republicanos: en 1883 la Asamblea Regional del partido Republicano Democrático Federal Navarro aprobó en Tudela una Constitución futura de Navarra en la que se abogaba por la unidad con las Vascongadas, Rioja y Ultrapuertos. Toda la intelectualidad de la Ribera tomó parte del renacer vasquista, apoyando la Asociación Euskara, Sociedad de Estudios Vascos, Amigos del País… El ambiente contagió hasta el incipiente balompié, y la mayoría de clubs adoptaron nombre en euskera: los primeros equipos de Olite se llamaron Euskaria, Alkartasuna y Erri Berri; en Tudela fueron Gastetasun y Muskaria; Azkoyen en Peralta; Gaztena en Corella; Aurrerá en Milagro; Alesbes en Villafranca…
Entre 1931 y 1936, de la mano de republicanos y socialistas, la Ribera discutió el Estatuto Vasco, y lo apoyó masivamente en las primeras asambleas, eso sí, siempre con condiciones progresistas. En la última asamblea, perdida por escaso margen de votos, muchos pueblos riberos (Buñuel, Cárcar, Carcastillo, Falces, Milagro, Murillo, Santacara) siguieron votando a favor del estatuto vasco. Con el triunfo del Frente Popular en 1936, la izquierda navarra retomó el camino de la unidad vasca, como indispensable para frenar el caciquismo foral. Recordemos a Aquiles Cuadra, alcalde de Tudela; la maestra Julia Álvarez; el ugetista peraltés Jesús Boneta; José San Miguel de Cadreita, de las Juventudes Socialistas… Los que no fueron fusilados, trasladaron esta demanda al exilio y a la resistencia navarra durante todo el franquismo. En 1977, tras las primeras elecciones, el socialista tudelano Julio García acudió a Gernika con el resto de paramentarios vascos, y cantó el mismo Gernikako Arbola, que cantaban sus paisanos un siglo antes. La ikurriña ondeó en ayuntamientos como Villafranca, Sartaguda o Falces, y en todas las fiestas riberas. En las primeras elecciones al Parlamento Foral, las candidaturas unitarias abertzales y de izquierda ganaron en la Merindad de Sangüesa y tuvieron excelentes resultados en las de Tafalla, Tudela y Lizarra. Un PSOE con ikurriña ganó en muchos pueblos de la Ribera.
¿Qué ocurrió después?
Poco espacio me queda para explicar por qué en aquellos pueblos favorables al Estatuto, hoy día los “vascos” son marginales (2,72% en Buñuel; 3,83% en Milagro, etc.). No olvido que todo aquel Frente Popular, que tan claro veía en 1936 la necesidad de la unidad vasca, acabó en las cunetas o en el exilio. Sería absurdo no tenerlo en cuenta: cortemos un árbol por lo más sano y veremos cuándo rebrota. Luego, cuando parecía que el hachazo del franquismo podría ser superado, el chaquetazo del PSOE en 1981 entregó a Navarra a las tesis de los matones. Del Burgo respiró tranquilo: era el trozo del quesito navarrero que les faltaba. Iniciada la senda de la separación, fue cuestión de tiempo que las distancias se agrandasen. Hasta otros partidos de izquierda (IU, Batzarre) con presencia en la Ribera, acabaron abandonando su vasquismo originario.
Si el fallido distrito Universitario, la pre-autonomía y la paralización desde 1978 de la Provincia Eclesiástica Vasca fue el inicio, la Ley del Euskera fue el mayor valladar entre el Ager vasconum y la “Navarra primordial”. Luego, con la ley de símbolos, los repartos de medios y frecuencias, el clientelismo ideológico, los palos a los vascones insumisos, las zanahorias a los serviles, etc., han ido forjando una mayoría social que mira más a Madrid que a las “provincias hermanas” de antaño. Que prefiere el nórdico Papá Noel al Olentzero navarro. Nunca en la Historia había ocurrido eso.
El PNV, partido nacido para la articulación política de Euskal Herria es el gran derrotado, tanto en el Ager como en el Saltus navarro. En la actualidad no rozan, ni de lejos, los votos que conseguía Manuel Irujo con su impronta republicana y progresista. Más de cien años de “lucha” y tan parcos resultados, diría muy poco de su visión y gestión política, pero ni eso se les puede achacar: en realidad al Euzkadi Buru Batzar la Ribera navarra le preocupa un pimiento.
Debo acabar y más de uno estará pensando que no he dicho nada de la izquierda abertzale y de su estrepitoso fracaso al sur de Tafalla. Lo dejo para otro día. Solamente adelanto que en esa deriva seguimos los pasos del PNV, y que, de seguir así, mejor cortar el mapa por el río Aragón, dejar el Zazpiak bat en seis y media, y despedirnos amistosamente de nuestro Ager Vasconum. Al menos, sería más coherente.
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