Un blog desde la diáspora y para la diáspora

miércoles, 19 de noviembre de 2014

De Koldo Campos a Jon Darpón

Koldo, quien al parecer nunca pierde el sentido del humor, nos ha hecho llegar esta misiva por correo electrónico, ahora nosotros la ponemos a su disposición:

Respuesta de Koldo Campos a Jon Darpón, Consejero de Salud del Gobierno Vasco

Si sorprendido he quedado yo por merecer su respuesta, la misma que no ha tenido su gobierno para documentadas denuncias de profesionales de la salud, más sorprendidos andan en el hospital de Zumárraga médicos, enfermeras, auxiliares y personal de limpieza con su alegato a mi breve columna de Gara. Y es que saben, porque lo viven, que sí se están cerrando salas buscando recortar gastos, sobre todo, en la contratación de personal sanitario y de limpieza. Me consta la sorpresa de estos profesionales que, en algunos casos, hasta me atrevería a calificar de indignación, porque ahora mismo estoy ingresado de nuevo en el hospital de Zumárraga, hablo con ellos, y estas consideraciones las escribo desde la 119 de… Medicina Interna. No, tranquilícese, esta vez no me han ingresado en Tocoginecología.

Decía usted que en el hospital de Zumárraga ha habido y sigue habiendo 126 camas. Yo, que ni siquiera las he contado, no dudo de que esa suma sea correcta. Creo en su palabra. El problema consiste en que con independencia del número de camas, quirófanos y otros recursos con que cuente un hospital, si no se mantienen abiertos y operativos es como si no estuvieran, su existencia sólo es “administrativa”, algo así como virtual. Nada que ver con una realidad que afecta a muchos hospitales vascos y que se refleja en todo el sistema de salud. Al margen de esa insistencia con que las autoridades de Salud niegan las evidencias o los eufemismos con que disimulan sus intenciones (“optimización de recursos” es el más perverso) hace años que se vienen recortando los valores del sistema de salud vasco para que proyectos tan ruinosos como el TAV u otros semejantes puedan seguir enajenando presupuestos y multiplicando comisiones. Los grandes damnificados, además de los pacientes, son los profesionales de Osakidetza, forzados a trabajar en peores condiciones, durante más horas y con más pacientes, y todo ello deprime el servicio de salud, lo descompone.

Para que vea lo crédulo que ando, además del número de camas también le creo lo de las inversiones que desarrolla su departamento y que no sé si tendrán que ver con las ambulancias traídas de Guadalajara, dotaciones incluidas, en una de las cuales me trasladaron a Zumárraga y cuyo dueño, confidencias de ambulancia, es un congresista o alto cargo del Partido Popular. Donde ya no se invierte porque está en manos privadas es en la calidad y coste que tiene para pacientes y familiares el negocio con las televisiones que se ha montado en exclusiva desde hace más de diez años la empresa ISERN en los hospitales de Euskadi. Televisores, los de Zumárraga, viejos y pequeños, casi diminutos, a un precio carísimo, colocados en lo más alto de la pared, casi en el techo, y cuyo uso, porque además es común, ocasiona a veces inconvenientes a los pacientes que no siempre se ponen de acuerdo en la sintonía y el volumen. En el hospital Donosti, la empresa tiene hasta 5 máquinas para que los pacientes puedan comprar tarjetas pero ninguna para que cuando te vas del hospital te devuelvan el dinero que te sobra. La empresa, eso sí, te hace saber que si tienes la suerte de volver a ingresar en el plazo de 2 años, puedes seguir usando la tarjeta. Casi dan ganas de romperse la cabeza para aprovechar los tres euros pendientes.

Siguiendo con su nota, señor Darpón, le acepto que en el periodo estival disminuye la demanda pero mi ingreso en Tocoginecología fue a mediados de octubre, y a no ser que además de la hora también se hayan atrasado las estaciones, octubre ya es otoño. En cualquier caso no tiene porqué disculparse conmigo porque me ingresaran en Tocoginecología y Pediatría. Puesto a disculparse mejor sería que lo hiciera con ellas, con esas madres cuya atención pediátrica usted tanto valora, por quedar expuestas al contagio de infecciones respiratorias. A mí, francamente, me es indiferente donde se me ingrese, y en Tocoginecología estuve tan encantado como en Medicina Interna. Mientras no se me pegue por un error administrativo la paternidad de algún bebé de la planta, yo le disculpo lo que quiera.

Y a propósito de errores, usted también calificaba como un “inexcusable error” mi ingreso en Tocoginecología. Y ahí ya no me salen las cuentas. Error hubiera sido que el médico en urgencias equivocara en la orden de ingreso el destino de la camilla, o que el celador se confundiera de planta. Tres minutos más tarde el error habría sido corregido sin llegar a consumarse. Lo habría advertido una enfermera, una auxiliar, la de la limpieza… o el celador se habría dado cuenta al encontrarse de frente con otra camilla transportando a una señora embarazada.

Si como usted dice fue un error mi ingreso, también debió serlo el de José Mari, mi compañero de habitación, un simpático azpeitiarra de 70 años del que me cuesta creer tuviera problemas menstruales. Y ya tenemos dos errores, y si los multiplicamos por cada día de ingreso de los dos pacientes hasta que ambos errores fueron dados de alta seis días más tarde sin que nadie los advirtiera o reparase en ellos, sumamos 6 para José Mari y otros 6 a mi cuenta… ¡12 errores! Y ocurre que en otra habitación próxima a la nuestra, o dos abuelos no lograban identificar las contracciones o no estaban en ello… y ya son: ¡24 errores!

Sabiendo, los dos lo sabemos, que los errores son muchos más y que vienen de atrás y que van para largo, mejor no seguir buscando errores. Luego de comprobar lo mal que se le dan las cuentas no voy a tener más remedio que contar yo las camas del hospital.

Y bien, no lo distraigo más. Sólo darle las gracias por sus deseos de que me recupere cuanto antes, deseos que conocí en mi casa a través de la prensa y que, casualidades de la vida, se los vengo a agradecer, por el mismo medio, ingresado de nuevo en el hospital. Pero ando bien, recuperándome y en un par de días espero estar de vuelta en casa y en el trabajo… a la espera de una sencilla operación de próstata (me apunto a todas) que ya tiene siete meses de espera y que por lo que parece tampoco será en diciembre. En enero cumpliré los nueve meses de esta prostática espera, lejos de esos tres meses de promedio que usted celebra para Euskadi, pero que si los comparo con los de Burkina Faso pues igual hasta encuentro motivos para alegrarme. Y la espera, la verdad, así sea dentro de un año la operación, ya no me preocupa lo más mínimo porque mi próstata ha superado 3 biopsias y 2 tactos rectales y sigue sin tumores y pequeña. Mi problema, sobre todo, era la sonda pero ya salió de mi vida. Cuando estuve ingresado en abril por un problema pulmonar, una retención de orina fue premiada con una sonda con la que compartir mi vida hasta que me operasen, y no fue una buena noticia. A los cuatro meses de cargar sonda y bolsa, ya desesperado, entendí que había que devolverle la visibilidad a la bolsa escondida bajo el pantalón y sacarla a la luz, sí, hacerla transparente, y pintarla de colores y dibujarle flores y pajaritos, y buscar a otros pacientes en mi estado con sus correspondientes sondas en lista de espera, y hablar y organizarnos y salir a la calle con nuestras bolsas a la vista, en bandolera, por sombrero, e ir a los teatros, entrar en las iglesias y en las cafeterías, no perdernos ninguno de los actos públicos de Osakidetza donde su consejero de salud proclame que son 3 meses de espera los que en el País Vasco se acostumbra, y agitar nuestras bolsas al viento como bufandas de fútbol sobre las gradas.

Un amigo médico de Azkoitia intervino en el caso y ahí sigo yo, ya sin la bolsa, orinando a mi cuenta y a la espera de mi feliz resección transuretral. Pena de análisis preoperatorios y consulta con la anestesista del hospital, allá por julio, porque cuando venga a ser la operación tal vez ya hayamos caducado los tres. A seguir bien.






°

No hay comentarios.:

Publicar un comentario