Un blog desde la diáspora y para la diáspora

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Un Aniversario Ajeno

Gara trae a nosotros este reportaje en el que se desgranan las consecuencias de la Primera Guerra Mundial en Euskal Herria, principalmente en Iparralde:


El 11 de noviembre se conmemora en el Estado francés el armisticio de la Primera Guerra Mundial, firmado en 1918. Los actos de recuerdo se han multiplicado este año porque el 28 de julio acaba de cumplirse el centenario del comienzo de la contienda. En Ipar Euskal Herria se están llevando a cabo iniciativas más o menos convencionales para recordar, especialmente, a los más de 6.000 muertos por una patria que apenas empezaban a percibir como propia.

Arantxa Manterola

«Morts pour la patrie» rezan las decenas de monumentos y placas colocados en plazas y sitios visibles de casi todos los pueblos de Ipar Euskal Herria. En ellos están grabados los nombres de los vecinos fallecidos en la primera contienda que, por su envergadura tanto en el número de países implicados como en las armas destructivas utilizadas y las consecuencias trágicas que acarreó, fue calificada como total o mundial.

Cada 11 de noviembre son habituales las ceremonias de conmemoración en estos lugares. Este año, debido a que en julio se acaba de cumplir el centenario del comienzo de aquella contienda, se han multiplicado las iniciativas: exposiciones de fotografías y de objetos, armas y uniformes, conferencias, publicaciones, documentales...

Una de las más curiosas, aunque discreta, la han protagonizado un matrimonio de Larresoro. Durante cinco meses, Anne-Marie y Jean-Michel Dambier, que forman parte de la asociación cultural Aldaya, han ido recorriendo, uno por uno, todos los pueblos de Lapurdi, Nafarroa Beherea y Zuberoa. En su peculiar tour, los dos esposos han fotografiado los monumentos conmemorativos y recopilado el número de fallecidos y las inscripciones grabadas en ellos.

Hasta 150 pueblos

«Aunque la guerra no se desarrolló físicamente en este territorio, nos hemos dado cuenta del gran número de muertos que dejó también aquí. Yo, personalmente, no tenía conciencia de que fueran tantos», manifiesta Anne-Marie Dambier.

Precisa que en los 155 monumentos y placas han recopilado 6.207 nombres de personas muertas en las trincheras o en el trayecto a los diferentes frentes, así como de los fallecidos como consecuencia de las graves heridas y otras secuelas, y también por las enfermedades contraídas en ese periodo. «Por ejemplo, aquí en Larresoro tenemos un hospital que fue hospital militar de 1914 a 1920 y después acogió también a muchos enfermos de tuberculosis que enfermaron durante la guerra» puntualiza.

En su periplo, obviamente, apenas han encontrado a nadie que conociese a aquellos soldados o vecinos muertos. «Pero las personas de nuestra generación sí hablan de ellos. Algunos nos han comentado que sus abuelos partieron en 1914 hacia Verdún y que ya no supieron más de ellos», relata Anne-Marie.

Opina que el tiempo transcurrido y el hecho de que «siempre han estado ahí» hace que esos monumentos y, por ende, lo que sucedió y la gente que murió sean ahora «invisibles».

Otra de las curiosidades de esta recopilación, que presentaron en público el pasado viernes a sus vecinos a través de fotos y un vídeo, es el contenido de algunas de las inscripciones, de las que 63 están en euskara. «La mayoría tienen connotaciones religiosas pero no todas, y algunas son muy emotivas», comenta Michèle Beheran, presidenta de Aldaya que las ha traducido al francés.

Por no citar más que dos; «Guk eskerrak, Jainkoak saria» (Nosotros, el agradecimiento; Dios, el reconocimiento) reza el de Sohüta. Menos místico es el de Urruña: «Etsayari buruz bethi erne» (Ante el enemigo, siempre alerta).

Elemento cohesionador

La I Guerra Mundial jugó un papel relevante en el devenir de los ciudadanos de Ipar Euskal Herria en muchos aspectos, también en el del sentimiento de pertenencia a la «nación francesa».

Los jóvenes poilus movilizados al frente eran una generación que había pasado por la escuela obligatoria francesa y que empezaba a sustituir el euskara por la lengua oficial de la República. La unificación lingüística a través de la escolarización fue, junto al servicio militar obligatorio, uno de los pivotes estratégicos de la III República para impulsar el sentimiento «nacional».

Para los llamados a filas en aquel periodo convulso que culminó en la guerra y, en general para toda la ciudadanía, el concepto de «enemigo», más aún al tratarse de un «enemigo exterior», resultó un elemento cohesionador de primer orden. Evidentemente, eso no es algo exclusivo del territorio vasco ni de esa época, pero sí fue relevante para afianzar un sentimiento de arraigo y pertenencia que fue transmitiéndose a las generaciones futuras y que tanto ha dificultado (y lo sigue haciendo) la evolución del sentir abertzale al norte del Bidasoa.

Tampoco hay que obviar que algunos miles optaron por la deserción o la insumisión sin que se tengan datos de cuántos lo hicieron por pragmatismo puro o por no sentirse concernidos por una guerra que no era la suya. Sea como fuere, «eskuara baizik etzakiten haiek», miles de ellos, murieron «pour la Patrie».

Larresoro

La pequeña localidad labortana cuenta, además de con sus vecinos fallecidos, con 130 más que están enterrados en su cementerio. Son las tumbas de soldados heridos que eran atendidos por médicos civiles en el pequeño hospital de Larresoro.

6.200 muertos

La movilización militar afectó a unos 20.000 adultos varones menores de 50 años. Muchos creyeron que la guerra iba a acabar pronto pero duró cuatro años. De los 184.000 habitantes con que contaba Ipar Euskal Herria en 1911, murieron más de 6.200.

Hego Euskal Herria también fue escenario de la Gran Guerra

Los libros de historia enseñan que el Estado español era neutral y no participó en la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, el puerto de Bilbo fue uno de los lugares más vigilados ya que desde allí partían los buques de mercancías con mineral de Bizkaia hacia Gran Bretaña. Muchos de ellos eran atacados por los submarinos alemanes porque comerciaban con los puertos franceses. De hecho, según revelan Eduardo González Calleja y Paul Aubert en su libro «Nido de Espías», el 80% de los 72 barcos españoles hundidos durante la guerra tenían matrícula de Bilbo.

El título refleja la gran actividad de espionaje y contraespionaje existente en aquellos años. Los espías a las órdenes de París, Londres, Viena y Berlín se vigilaban unos a otros por toda la costa. Cuentan los autores que el entonces presidente de la Diputación, Ramón de la Sota, amigo del bando de los aliados, organizó una red de agentes para contrarrestar un equipo muy importante de informadores «enemigos» descubierto por los franceses.

Localidades como Eibar, Gernika, Zornotza, Bermeo, Donostia o Irun fueron bases de contacto de los aliados, que avisaban desde sus puestos de escucha a los mercantes para que disimulasen su armamento al entrar en los puertos del Cantábrico. Los alemanes, por su parte, establecieron una estación radiotelegráfica en la Comercial de Deusto.

Hubo quien, como el cónsul alemán Wilhem Eickhoff, utilizó sus relaciones para suministrar combustible de la empresa bilbaína Amann y Gana a los submarinos alemanes desde el puerto de Plentzia. Además, entre 500 y 600 soldados germanos que habían conseguido huir de los campos de prisioneros franceses se concentraron en Portugalete a la espera de ser repatriados por el barco «Frankenwald», atracado en la dársena de Axpe. El cónsul Eickhoff les suministraba dos pesetas diarias para su subsistencia pero, dos meses antes de que Alemania se rindiese, dejó de hacerlo debido a su gran número.






°

No hay comentarios.:

Publicar un comentario