En esta ocasión les compartimos lo publicado por Gara acerca de Garzón.
Primero el texto de Floren Aoiz:
Han condenado a Garzón. No lo han metido a la cárcel, ni lo han sacado de su cama de madrugada, ni lo han torturado... Lo han inhabilitado para 11 años, pero Garzón es la «víctima» con letras de neón, ¡el símbolo de la memoria de las víctimas del franquismo! ¡Hay que jorobarse!
Hasta que no tuvo el agua cerca del cuello ni se acordó de los crímenes franquistas, pero decidió realizar un amago testimonial, tan mal tramitado como es su costumbre, pero esta vez no del gusto de quienes tienen la sartén por el mango. Garzón se enredó en sus propias telarañas, en la maraña de corruptelas, favores debidos y pedidos, ansias de grandeza, cloacas del estado, ambiciones frustradas, venganzas, vanidades y miserias. Entre navajeros, navajazos. ¿Qué, sino?
Ahora lo han condenado por el grave error de aplicar la ley sin ley a los del PP. Eso, Garzón debía saberlo, no se puede hacer. La ley sin ley está pensada para los «terroristas», aquellos que el estado considera sus enemigos. Contra ellos (nosotros, se entiende) todo vale, desde una instrucción de mierda hasta registros sin orden, acusaciones sin pruebas, grabaciones sin autorización, intervención de comunicaciones con los abogados, manipulación de documentos, testimonios arrancados bajo el tormento... En ese terreno todo era fácil, pero, al loro, eso no se aplica a los «demócratas». Garzón tenía que estar enterado, porque era uno de los que ha vivido en ese mundo sucio.
Pasarse de listo es mal asunto. Querer volar demasiado cerca del sol -¡qué vieja historia!- pone en peligro las alas y algo más. Ni siquiera una larga trayectoria de sacrificio de todo tipo de escrúpulos en el altar de la razón de estado sirve para purgar el pecado de exceso de vanidad. Con algunas cosas no se juega.
Con la primera sentencia del Supremo se ha disparado la traca de solidaridades con Garzón. Veremos qué ocurre con las demás, pero, aunque es cierto que algunos brindarán con champán, por recuperar la expresión utilizada en carta pública por la hija del condenado, habrá quien, al menos, vea con satisfacción que Garzón ya no pueda perseguir a nadie por sus ideas, ordenar hábiles interrogatorios, arruinar vidas o cerrar periódicos.
Convertir a Garzón en el Cristo crucificado entre los acusados de la trama Gürtel y los «terroristas» vengativos no cuela. Los de la Gürtel y Garzón, Garzón y los de la Gürtel, todos han ido de la mano en la defensa de la ley sin ley contra Euskal Herria. ¿Quién tiene las manos más limpias? ¿O será menos sucias? No se trata de elegir: ni unos ni otros.
Presentar a Garzón como símbolo de las libertades, los valores democráticos y, -no digamos ya- la izquierda sólo demuestra la desorientación de la «progresía» española. Una progresía que en estos tiempos de recortes bestiales, medidas antisociales, crisis de la monarquía y del modelo de estado, en lugar de diseñar y construir un proyecto alternativo, convoca el enésimo sarao en torno a Garzón. ¡Y les parece extraño que la izquierda vasca sea independentista!
También el ácido comentario de Maite Soroa:
El Tribunal Supremo ha acabado con la carrera del juez que más favores políticos ha hecho y ayer los periódicos de Madrid contaban la película en función de sus filias y fobias hacia el personaje.
Así, para «La Razón», Garzón es un «juez indigno» y la sentencia «debe celebrarse como el triunfo de la Ley, que obliga a todos por igual, y como una victoria del Estado de Derecho, que se fortalece al expulsar de su seno a los servidores indignos». Pues ya podían haberse dado cuenta antes de su indignidad. En este país nos habríamos ahorrado muchos disgustos. Pero ayer era el momento de las pullas -aunque a algunos no les hubiera importado utilizar también una puya-: «con su conducta indigna y su estilo chapucero de instrucción, no solo ha cavado su tumba profesional, sino que ha dañado gravemente la causa contra la corrupción del caso Gürtel». Ya, y eso les molesta, que se dañe la causa contra sus amigos... claro.
Por su parte, «Abc», algo más comedido en la euforia, señalaba que Garzón ha sido «víctima de sí mismo. Creyó que el fin justificaba los medios y rompió una regla sagrada del Estado de Derecho, convirtiendo la investigación en un proceso inquisitorial». Sí, bueno, pero no era la primera vez que lo hacía.
En el otro lado del ring aparecen los amigos del juez. En «El País», en el editorial lamentaban que «ha prevalecido, en cambio, la [hipótesis] más disparatada, absurda e incluso ofensiva: que buscó desbaratar `las estrategias de defensa' hasta el punto de colocar `el proceso penal español al nivel de los sistemas totalitarios'. Pero era la que servía para alcanzar el objetivo buscado: anular a Garzón como juez». Pues la verdad es que decir que el proceso penal español está al nivel de los sistemas totalitarios a servidora no le parece ni absurdo ni disparatado. Donde tampoco estaban contentos era en «Público», donde hacían un enorme despliegue y su jefe de Opinión, Marco Schwartz, sostenía que «de lo que se trata es de destruir al juez que destapó la corrupción del PP y osó investigar los crímenes del franquismo. Con la mirada puesta en la inminente sentencia por esta causa, los «siete del Supremo» han intentado difamarlo equiparando su orden de las escuchas a `prácticas de regímenes totalitarios'. No les da vergüenza». ¿Vergüenza? La que no ha tenido él para cometer sus tropelías. Servidora se acuerda de las amigas y amigos que ha mandado a la cárcel. Ahora no podrá causar tanto daño.
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