Esta es una para Mark Kurlansky y para Xabier Arzalluz.
Tarde que temprano, independientemente de lxs vascxs que se encontraban en el Bataclan la noche del autoantentado francés, ha surgido una historia que une directamente al centro nocturno con Euskal Herria, y lo hace de la mano de un hombre que tomó las armas en contra de los fascistas de Francisco Franco y también en contra de los nazis de Adolph Hitler.
Lean su historia gracias a este reportaje publicado en Deia:
El taquillero vasco de la sala Bataclan de París
El secretario del lehendakari Leizaola, José María Aspiazu, fue portero del histórico teatro en el que yihadistas del estado islámico mataron a 89 personas
Iban Gorriti
Viernes 13. Noviembre. El mundo entero tuvo noticia del terror sufrido en la sala Bataclan de París en la que desalmados del Estado Islámico (EI) acabaron con la vida de al menos 89 personas mientras el grupo Eagles Of Death Metal estaba dando un concierto ante 1.500 personas.
En aquel histórico local de espectáculos que data de 1864 trabajó el siglo pasado uno de esos nombres propios vascos a reivindicar que se pierden en los anales de la historia, invisibles incluso en la letra pequeña. Es el caso de José María Aspiazu, secretario del lehendakari Jesús María Leizaola y que conoció bien a José Antonio Aguirre.
Gudari del batallón Otxandiano, Aspiazu mejoraba su sueldo de la Delegación del Gobierno vasco del número 16 de la Rue Singer en el arrondisement XVI con su labor como taquillero y portero de aquella sala que hace referencia a Ba-ta-clan, título de una opereta chinesca de Jacques Offenbach, de ahí su forma de pagoda asiática. El 11 de marzo de 1991 recibió la catalogación de monumento histórico de Francia. “Cuando el viernes oí el nombre del Bataclan me acordé de Aspiazu, vasco exiliado que los fines de semana era el taquillero del Bataclan para redondearse el sueldo. Aspiazu trabajó vendiendo los tickets a los miles de parisinos que pasaron por la sala ubicada en el céntrica distrito de la capital francesa. Eso hacía los fines de semana. De lunes a viernes, trabajaba en la sede del Gobierno vasco en el exilio.
El exvicelehendakari del Gobierno vasco Jon Azua también echa la vista atrás y sitúa a Aspiazu en la entrada del Bataclan. “Efectivamente. Cuando José Mari me contaba sus historias me lo imaginaba disfrutando de un cabaret, sufriendo con sus propios principios y, de alguna forma, pensando en cómo horrorizar al lehendakari Leizaola contándole lo que veía en la taquilla y en la trastienda”, sonríe Azua quien, a renglón seguido, añade que tuvo la suerte, como otros muchos, de conocer y convivir con estos “verdaderos ejemplos de compromiso con Euskadi, a los que no podemos sino poner en valor su vida”.
Azua conoció a Aspiazu en la capital francesa que, por desgracia, estos días es actualidad por crónicas negras. “Le visité acompañando a aita en varias ocasiones. Me escribía con él y le hacía llegar alguna contribución desde México y Euskadi. También le visité con pena y admiración en su pensión en Bilbao, con un puchero de lentejas que preparaba para toda la semana como único alimento mientras se hacía cargo del embrión del CGV en la hoy Aranzadi y antigua “banderas de Vizcaya”. Hasta su muerte en Matía (Donostia) tuve oportunidad de visitarle. Esas son vidas que no podemos olvidar y que debemos destacar”, subraya el que fue vicelehendakari del Gobierno vasco.
Pero, ¿quién fue José María Aspiazu? Antes de estallar la Guerra Civil española era funcionario del Ministerio de Agricultura y trabajaba en el servicio agronómico de Bizkaia. Ya en días de contienda, comenzó a trabajar en el Gobierno civil, destinado a Gobernación, donde actuó como secretario del jefe de la Policía. Lo narraba en primer persona en la revista Euzkadi. “No quise permanecer en la retaguardia y me alisté, destinado a Sanidad. Salí al frente con el batallón Otxandiano”, evocaba.
Hecho prisionero, le destinaron a la prisión de Burgos. Fue juzgado y sentenciado a muerte. Le enviaron a Palencia donde formó parte del batallón de trabajadores -es decir, esclavo de Franco- número 18. Tras su paso obligado por Guadalajara consiguió escaparse del bando fascista y llegó a Francia el 4 de enero de 1940. “Después de serias dificultades, trabajé en el arsenal de Tarbes como mecánico especialista”, recordaba. Sin embargo, con la ocupación nazi le ingresaron en el campo de concentración de Gurs y tras pasar por otros, acabó en Argeles y Mer. Y de allí a Brest, donde trabajó en la base submarina alemana. En Chesburgo se volvió a fugar. Regresó a Brest y comenzó a trabajar en una mina en Baiona, en el fuerte Montbarei.
Al comenzar la retirada nazi, el consejero de Hacienda del Gobierno de Euskadi, Heliodoro de la Torre le requirió para incorporarse voluntario a la Brigada Vasca. “Fui a Burdeos e ingresé en el batallón”, agregaba. Al acabar la guerra recibió orden de ir a trabajar en París, en la Delegación del Gobierno vasco. “Lo hice en contra de mis deseos que eran ir a los Pirineos donde algunos otros gudaris se estaban preparando ya para actuar. Acaté la disciplina y tan solo en 24 horas presenté mi dimisión; como no fue aceptada por Leizaola, que en aquel entonces estaba al frente de la Delegación, seguí en el secretariado. De esa forma tuve ocasión de conocer de cerca a José Antonio Aguirre”, subrayaba. Tal es así que fue una de las últimas personas en estar con él antes de su muerte.
A día de hoy, como Anasagasti y como Azua, Ander Landaburu Illarramendi también rememora a Aspiazu. “El viernes nos vino en casa el mismo recuerdo. De jóvenes tuvimos la oportunidad de acudir al Bataclan alguna vez. Por supuesto gratis y gracias a nuestro secretario de la Delegación, que gentilmente nos daba alguna invitación. Buena persona José Mari Aspiazu. a pesar de las broncas que nos echaba por izquierdosos. ¡Qué años! Sí, pero -concluye Landaburu- gratos recuerdos de esa generación”. Escenas y episodios protagonizados por Aspiazu muy diferentes a los trágicos sucesos registrados en los últimos días.
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