Dando continuidad al asunto de los personajes históricos de la Revolución Mexicana que han sido convenientemente borrados por quienes insisten en vendernos una versión edulcorada y/o tergiversada de este importante proceso histórico, les compartimos ahora este reportaje publicado en la revista digital La Que Arde:
El alarmante nivel de ignorancia que caracteriza a la clase política en México y que, sin duda, impacta en los ámbitos más importantes de la vida pública y privada del país, no debería ser excusa para que “representantes” públicos (determinantes en la formación o deformación educativa y cultural de una sociedad) como Teresa Álvarez del Castillo, priista Directora del DIF en Durango; José María Martínez, Senador panista por el estado de Jalisco y Carolina Garza, Diputada panista por el Estado de Nuevo León, promuevan (en franca violación de los principios de no discriminación a los que los obliga la Constitución mexicana en su artículo 1º) discursos homofóbicos que califican la homosexualidad como “anti natural”, “perjudicial para la sociedad”, resultado de “problemas genéticos” o de la “moda”, entre otras inaceptables falacias. Estos nocivos mitos, gestados como un virus dentro de un sistema que sienta sus bases en la ignorancia y la marginación, contribuyen gravemente a perpetuar la ignorancia y la discriminación contra cualquier mexicana/o cuya identidad de género no sea la heterosexual.
Desde el ángulo opuesto, a través de su artículo Amelio Robles, masculinidad (transgénero) en la Revolución mexicana, Gabriela Cano, connotada académica e investigadora del Colegio de México, nos abre accesos insospechados en el camino hacia una mejor comprensión de la diversidad sexual humana al presentarnos la valiente historia de Amelia Robles, joven de origen rural que se transformó en Amelio Robles, coronel de las huestes zapatistas durante la Revolución mexicana. La especialista explica que aunque por el momento no es posible precisar la frecuencia con que se presentó el travestismo en la Revolución mexicana, existen noticias de mujeres como María de la Luz Barrera, zapatista, o Ángela Jiménez, maderista, que adoptaron una identidad masculina durante la guerra para después volver a usar ropa de mujer y desempeñar roles sociales femeninos, como madres y esposas. Eso no sucedió con Amelio Robles, quien se construyó el cuerpo deseado y vivió como hombre durante 70 de los 94 años que duró su larga existencia.
Amelia decidió adoptar una identidad masculina a los 24 años para unirse a la lucha revolucionaria, pero, según explica Gabriela Cano, no lo hizo como estrategia para no ser atacada sexualmente, como lo hicieron otras mujeres durante la revolución, si no porque su deseo vital más profundo era ser hombre. A lo largo del ensayo la académica hace un importante recuento de cómo Amelia “transitó de una identidad femenina impuesta a una masculinidad deseada: se sentía y se comportaba como hombre y su aspecto era varonil”. Amelio estableció su masculinidad a través de un performance de género: complementaba las poses, los gestos faciales y las actitudes masculinas de su performance cotidiano con un atuendo cuidadosamente seleccionado, que incluía pantalones, camisas, chamarras y sombreros utilizados por los hombres en su entorno rural. También mandó hacer un retrato de estudio donde aparece con una pistola enfundada en la cintura (símbolo de masculinidad y objeto suyo de uso cotidiano, con el que incluso llegó a escarmentar a quien osó tratarlo de mujer); éste, explica la investigadora, posibilitó que las personas comunes fijaran la imagen deseada por Amelio en una fotografía: su cambio de identidad no requirió de cirugía ni hormonas.
La prensa también contribuyó a legitimar la identidad del revolucionario zapatista al publicar en el periódico de mayor circulación local un reportaje sobre Amelio, que incluía su retrato. Esto, explica la especialista, lo acreditaba como hombre ante los ojos de cientos de personas, y equivalía a proclamar su virilidad en la plaza pública, resaltada por el arma de fuego que portaba. Cano hace una pausa en el recuento para señalar que aunque algunas personas podrían considerar a Amelio Robles una lesbiana hombruna, machorra o butch, de acuerdo con la terminología actual es más preciso identificarlo como una persona transgénero, “una forma de identificación subjetiva que implica la adopción de la apariencia corporal y el papel social de género asignado al sexo opuesto”. De esta precisión se desprende que la masculinidad y la femineidad -como se entienden y se definen en nuestra sociedad- no son identidades que nos son inherentes por haber nacido con una vulva o un pene, sino un conjunto de atributos que nos han sido impuestos culturalmente por haber nacido con una vulva o un pene.
Amelio Robles sostuvo relaciones de pareja con varias mujeres, y con una de ellas, Ángela Torres, contrajo matrimonio y adoptó a una hija.
La eficaz masculinización de Amelia, refiere la autora, subvierte la muy arraigada creencia de que la identidad de género “es consecuencia inmediata e ineludible de la anatomía de las personas y de que hombres y mujeres son grupos sociales nítidamente definidos y con cualidades inmutables”. Así, deducimos nosotras, en México y en otros lugares del mundo impera la creencia de que si una persona nace con una vulva, le corresponde, de manera irreversible, vestirse, comportarse y vivir “como mujer”, es decir, como culturalmente se ha decidido que debe vivir en razón de sus genitales, y que, en consecuencia, le queda automáticamente vedada la opción de asumir cualquiera de las características que culturalmente le fueron asignadas al sexo opuesto bajo el argumento de que le corresponden “por naturaleza”.
Las categorías “hombre” y “mujer”, señala la investigadora, suelen considerarse realidades preestablecidas e inmutables, con lo que se pasa por alto su plasticidad, “cualidad identitaria que se hace evidente a la luz de la radical masculinización de Amelio Robles, uno de los pocos procesos de su tipo que se ha documentado hasta ahora en la historia de América Latina”.
Amelio Robles no solamente fue aceptado y tratado como hombre dentro de su entorno social y familiar, también fue nombrado y reconocido como “Coronel” (no “Coronela”) por la milicia y sus autoridades, y distinguido por la Secretaría de la Defensa Nacional como veterano (no “veterana”) de la Revolución mexicana. A lo largo del ensayo la autora hace un recuento de las condiciones en que se produjo este proceso. “La masculinización de Amelio Robles inició en medio de los desplazamientos forzados y el desorden social de la guerra. En el combate se abandonaron pudores y reservas ancestrales y surgieron algunos espacios de tolerancia como el que permitió a Robles empezar a construirse como un hombre, y gozar de una relativa aceptación de sus compañeros de armas, que admiraban su valentía y sus capacidades como guerrillero”. Aunque su acta de nacimiento original indica lo contrario, su expediente personal en los archivos militares incluye un acta de nacimiento falsa, proporcionada por el mismo Amelio, donde se certifica que nació como “niño”. Aunque era del dominio público que nació como mujer, el ejército lo registró como hombre. Así, Amelio Robles se convirtió en la primera persona transgénero en ser reconocida por el Estado.
Al concluir la lectura del ensayo de Gabriela Cano, vuelven a resonar en mi mente sus palabras:
“Las categorías de identidad son flexibles; no son espacios herméticamente sellados”.
“Su eficaz masculinización subvierte también la muy arraigada noción de que la identidad de género es una consecuencia inmediata e ineludible de la anatomía de las personas y de que hombres y mujeres son grupos sociales nítidamente definidos y con cualidades inmutables”.
¿Qué es lo “natural”? ¿Cuál es la razón que subyace en pleno siglo XXI para que la iglesia católica y el Estado persistan en hacerle creer a todo un país que elegir libremente cualquier identidad de género que no sea la heterosexual es “anti natural”? ¿La influencia contaminante de la iglesia católica (la institución más cruel, sádica e hipócrita que ha visto la historia de la humanidad), que así lo sostiene? ¿Acaso no es México un Estado laico? ¿Qué es lo que sostiene la inmensa estructura de discriminación institucional? ¿Por qué incluso quienes están obligados a defenderlo se dan el permiso de continuar violando impunemente el derecho de las personas no heterosexuales a no ser discriminadas? ¿Qué ingrediente influye aquí y ahora que no influyó en el caso de Amelio Robles, que fue capaz de adoptar libremente la identidad de género masculina, ser reconocido en su entorno social como hombre y como militar, casarse, adoptar una hija con su pareja y vivir así hasta el final de sus días, tal como era su más profundo deseo?
No imagino cuántas barreras, además de la profunda ignorancia y el odio por lo diferente, nos quedan por derribar antes de construir una sociedad donde la discriminación no sea considerada normal, y hasta deseable (principalmente para no despertar dudas sobre la propia heterosexualidad por andar defendiendo los derechos de “machorras” y “maricones”); donde también en la vida real se respete el derecho de todas y todos a ser diferentes y únicos, sin ser discriminadas por ello; donde la heterosexualidad no sea considerada “natural” ni irrenunciable, mucho menos obligatoria.
Porque no debería serlo. En ninguna sociedad, en ningún momento.
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