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viernes, 14 de abril de 2006

De Miedos Infundados... e Infundidos

Este excelente escrito apareció en Gara, disculpen la tardanza.

Aquí va:

Iñaki De Juana Chaos - Preso político y escritor

¡Que viene el lobo!


Solía comentar un viejo revolucionario ya fallecido, combatiente en la guerra civil española y en la segunda guerra mundial junto a los partisanos franceses, que, cuando los nazis se retiraron de Iparralde, quienes los habían combatido sólo deseaban volver a casa a descansar de una lucha justa, sin esperar, por ello, reconocimientos ni prebendas. Mientras, por el con- trario, las calles y los edificios oficiales se llenaron de personas que habían permanecido ocultas durante la contienda y de muchos colaboracionistas que mutaron en «apologetas» de la libertad. ¡Ya se sabe!, las termitas gustan de las maderas más nobles, normalmente con las que se fabrican los muebles de los despachos del poder.

Aquel viejo luchador que nunca dio un paso atrás y que, fiel a sus principios, siempre ayudó a disidentes y represaliados políticos sin atender a sectarismos, regalaba sonrisas y comentarios socarrones cuando contaba que, tras retirarse el destacamento del Ejército alemán de Hendaia, sólo fue necesario el regreso de dos soldados de las SS en moto y sidecar, a causa de algún olvido o motivo desconocido, para que todos aquellos irreductibles de la Francia libre volvieran a huir hacia sus escondites dejando las calles desiertas.

Hoy todos los franceses de aquella generación fueron partisanos o hijos o nietos de partisanos. Igual que todos los españoles fueron antifranquistas. Opciones ellas muy loables y creíbles si no fuera por el pequeño detalle de que el dictador, Francisco Franco, murió en la cama. Y porque, todavía ahora, sólo es necesario escuchar el sonido tintineante de alguna charretera conservada en naftalina para que se condicione el debate político.

El efecto «que viene el lobo» es un recurso siempre a mano tanto para la derechona (quienes habitualmente más lo enfatizan) como para cualquier otro gestor del poder. Que a todos les resultan útiles la moto y el sidecar, como argumento más o menos soterrado, para frenar avances democráticos o restringir libertades. Esto sí, con la cansina resistencia de quienes antes y ahora pretenden irse a descansar en libertad: libertad real.

El franquismo se fue enmascarando entre luces de quirófano, sondas y sueros, y toda una clase política y millones de ciudadanos impasibles o colaboradores con el régimen dictatorial se iluminaron con el resplandor de la pseudodemocracia teledirigida. Lamparilla de aceite de luz osci- lante en un espacio de claroscuros, que van pasando a sus vástagos entre mitos, mentiras, olvidos, deformaciones de la Historia...

¡En el Estado español dejó de haber fascistas en 1975! Mientras que los luchadores antifascistas, que habían sobrevivido a la cárcel, al exilio, a la persecución y a la muerte durante cuarenta años, pasaron al desván del olvido interesado o a una renovada persecución, esta vez a manos de los nuevos viejos gestores del poder. Y fueron convertidos en la causa de todos los males.

El efecto «que viene el lobo», la amenaza, la coacción y, cuando se ve desbordado, las propias fauces de la bestia son armas del Estado. Un Estado español que, hasta la fecha, ha sido históricamente incapaz de reconducir los conflictos territoriales por la vía de la negociación.

Sin necesidad de remontarnos más allá, los siglos XVIII y XIX transcurrieron inmersos en los conflictos de las colonias centro y sudamericanas, guerras carlistas, Puerto Rico, Cuba, Filipinas... con numerosos pronunciamientos militares, siempre justificados en las mismas causas. Pronunciamientos que continuaron en el siglo XX, que trajo la guerra de Marruecos, la civil de 1936 (con los estatutos de Euskadi y Catalunya), Guinea, Fernando Poo, Ifni, Sahara... Y el permanente con Euskal Herria.

Conflictos, todos ellos, calificados de delincuentes, subversivos, criminales, terroristas... desde la metrópoli en cada momento histórico. Que siempre niega la causa política y la única variación es la adaptación de la terminología a los usos de cada época. Conflictos que terminaron como el rosario de la aurora o permanecen inconclusos.

El siglo XXI demostrará si ha traído nuevos aires o permanece anclado en sangrantes tradiciones. De momento, los indicadores de estos seis primeros años no son muy halagüeños: represión, tortura, muerte, cadenas perpetuas... más de lo mismo.

En el momento álgido de las negociaciones del Estatut, un general en activo, un ex teniente coronel bastante apolillado y diversos oficiales y mandos recurren al consabido artículo 8 de la Constitución española. La clase política se apresura a manifestar que esto no condiciona el debate político, pero, en ese maremágnum mediático de cortinas de humo, el presidente del Gobierno hurta la pelotita del vaso de ERC y la coloca bajo el de CiU, que acierta y se lleva lo puesto. Quedando el protagonista de Perpiñan KO sobre la lona de un cuadrilátero que fija los límites de la descentralización del Estado.

Asimismo, el último ex presidente del Gobierno amenaza, ¡otra vez!, con la «balcanización», ocultando que aquella guerra no tuvo su origen en los pueblos y naciones que reivindicaban sus legítimos derechos, sino en intereses estratégicos internacionales y en el totalitarismo de un estado opresor. «Balcanización» que no se produjo en la antigua Checoslovaquia, en los países bálticos... y no se ha producido en Quebec, entre otros ejemplos.

El proceso político abierto el 24 de marzo de 2006 se pronostica irreversible: con todo lo de irreversible que tienen la Historia y la política. Será largo; tan largo como al Estado le beneficie, para intentar reconducir un proceso de «normalización» en base a derechos históricos, políticos y sociales en otro de simple «pacificación». Y será duro: puesto que, llegado el momento, habrá que hacer un gran esfuerzo para entrar en un restaurante y encontrarte con tu torturador sentado en la mesa contigua; o cruzarte en el portal con quien fue responsable de tanta represión y sufrimiento. ¡Será muy duro!

Está bien el espumillón, los villancicos y las zambombas (advierto que zambomba no tiene ninguna connotación bélica). Pero la realidad es mucho más prosaica y el Estado ni ha renunciado al efecto «que viene el lobo», ni a la amenaza, ni a las fauces de la bestia. Y la izquierda abertzale deberá trabajar mucho, hacer malabarismos y aglutinar una marea social, o las ilusiones y el esfuerzo de décadas serán devorados. -

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