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viernes, 8 de abril de 2022

Egaña | ¿Dónde Está la Izquierda?

Hace un par de horas leíamos en un perfil de Facebook que cada vez se daban más las condiciones para que Marie Le Pen le arrebate la presidencia a un arrinconado Emmanuel Macron. O sea, la extrema derecha disputando el poder a la derecha. Y no es solo en el estado francés, el cáncer de la derecha carcome a toda Europa al punto que incluso un bufón de la OTAN con aliados de ultra-derecha se atreve a incluir a Gernika en sus panfletarios mensajes a la comunidad internacional.

Ahora, traemos a ustedes desde esa misma red social una pregunta que se hace Iñaki Egaña, misma con la que nos invita a la reflexión.

Lean:


¿Dónde está la izquierda?

Iñaki Egaña

La apertura de la campaña electoral francesa a la presidencia ha abierto un periodo de reflexión sobre el papel de la izquierda europea que, como en cualquier otra cuestión de índole cercano, nos afecta coyuntural y estratégicamente. En el primer caso por esa eterna duda del qué hacer en una segunda vuelta presidencial con dos candidatos de derechas, uno más que otro. ¿Guatemala o Guatepeor? En lo estratégico, por nuestra política de alianzas.

En las últimas décadas se había achacado a la izquierda abertzale el haber perdido punch internacional en el apoyo a su génesis emancipadora. Siendo el proyecto político el de una moneda con dos caras, como explicó un antiguo dirigente revolucionario, las relaciones naturales estuvieron dirigidas históricamente en una dirección, la anticolonialista. Por eso, las causas como la argelina, vietnamita, cubana o más recientes como la sandinista, kurda o salvadoreña parecieron hermanadas con la vasca.

La Transición nos retornó al viejo continente. Las innovaciones en el corpus subversivo de Krutwig y Txillardegi, entre otros, nos llevaron a valorar cultura y lengua (con el paradigma de la Conseu) y abordar también una alianza armada con irlandeses, bretones y corsos. Por un breve tiempo, asimismo, con catalanes y gallegos. Siempre desde la izquierda, desdeñando por tanto otras propuestas atractivas quizás para las derechas, aquellas de las que supimos cuando bajo el Acuerdo Lizarra-Garazi el PNV abrió los libros de sus relaciones internacionales. Nada recuperable.

En los últimos años, las alianzas se reubicaron en terrenos de resolución de conflictos, con la esperanza de cerrar etapa en el proceso de liberación. Sudáfrica, de nuevo Irlanda y el despliegue de la diplomacia en Europa y Latinoamérica, con acuerdos de calado para avalar una decisión de cierre sin vencedores ni vencidos, fueron los hitos más reseñables. Las alianzas en el Parlamento europeo, asimismo, marcaron la realidad, también en las Cortes españolas. Soledad en muchos tramos, no sólo por razones de singularidad nacional, sino también por cuestiones sociales.

La campaña francesa, retomando el inicio del artículo, nos ofrece una versión actualizada de la izquierda europea, aquella que una vez pareció aliada de la causa vasca, si no en sus posiciones estratégicas, si al menos en cuestiones parciales como los procesos judiciales y ejecuciones de militantes vascos, el derecho de asilo, el apoyo a la autodeterminación, etc. Hoy, sin embargo, las posturas están más alejadas que nunca. Jean-Luc Melenchon, la referencia de la izquierda para las presidenciales francesas, con una aureola rebelde, fue uno de los talibanes que recurrieron la ley Molac que avalaba la pluralidad lingüística de Francia, dando valor, entre otras lenguas, al euskara. La sombra del imperio también en los nichos radicales.

La desolación en el progresismo tiene que ver asimismo con el uso que ha hecho la izquierda de la arena política. González, Mitterrand, Craxi, Schröder, Carrillo, Hollande… y Blair degradaron el símbolo socialista y convirtieron sus partidos en máquinas de negocio. La corrupción afectó no solo a Roldan, Urralburu, sino a toda una estructura enfocada en favor de repetir las normas de la derecha. Las puertas correderas devaluaron el mensaje socialista. Solana dirigió la OTAN, Delors la Comisión Europea, Chavranski la OCDE, Camdessus y Strauss-Kahn el FMI, Solchaga el Comité Interino del FMI, Almunia fue el comisario europeo de Asuntos Económicos. Si a ello añadimos las actividades bélicas de Blair, junto a iconos de la derecha como Bush y Aznar, o las de guerra sucia del equipo de Felipe González, nos encontramos con un panorama desolador.

Es evidente que, con estos currículos, el enemigo estaba en el seno de las fuerzas que se llamaban de izquierdas. Si a ello añadimos los movimientos para aparcar a líderes como Corbin, Varoufakis… o en América, con todos los reparos que quieran, a Lula, Sanders, Correa, Morales… y la intervención de bancos para derrocar a gobiernos elegidos en las urnas, con el paradigma de Syriza en Grecia, completamos el escenario. Además, con un sindicalismo europeo, en su mayoría, centrado en la gestión y en su autocomplacencia “¿cómo movilizar políticamente a los votantes de izquierdas con semejante historial?”, se preguntaba recientemente Serge Halimi.

La verdad es que el abatimiento en la izquierda alcanza a una Europa marcada por otras circunstancias que alientan al desánimo. Las movilizaciones de los chalecos amarillos, las primaveras árabes, el 15M español, las asambleas de la Plaza Sintagma, las grandes movilizaciones contra el cambio climático, contra la guerra, el movimiento Occupy… ¿han servido para tumbar el sistema? ¿O por el contrario, han dividido y hecho caer en el fatalismo a las izquierdas transformadoras? Es notorio que un número cada más más numeroso de militantes de izquierdas se refugia en actividades en los márgenes del sistema. Donde la visión se hace parcial. Frédéric Lordon lo explicaba: “una isla anticapitalista no elimina el capitalismo”.

¿Es esa una solución pasajera mientras se rearma la izquierda”? No lo creo. Porque quien se está rearmando es el capitalismo, a través de sus franquicias ultraderechistas, xenófobas e imperiales. Con el consenso de las elites económicas y el laisser faire de una buena parte de la izquierda que, como históricamente, teme despertar al monstruo. Pero el monstruo lleva años bien despierto.

En Euskal Herria, sin caer en autismos o autocomplacencias, tenemos unos mimbres aún sólidos. Un sindicalismo alejado de las tendencias europeas sumisas, un corpus notable, agotado pero firme después de una prolongada guerra de baja intensidad y una juventud que ya ha tomado el relevo generacional. Con unos objetivos bien definidos ya que los retos que se nos presentan son extraordinarios. El abismo se acerca y las prisas acogotan. Los aliados y la organización son necesarios. Para construir un mundo mejor.

 

 

 

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