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martes, 11 de febrero de 2020

Entrevista a Bong Joon-Ho

La reciente entrega de los premios Oscar con los que Hollywood mantiene esa patina artística que ha aplicado al negocio del cine se caracterizó por no concentrar premios en una sola película sino dispersarlos entre todas las competidoras. Así, de los nueve premios "importantes" el mejor actor fue para Joaquin Phoenix por 'Guasón', la mejor actriz fue para la renacida Renée Zellwegger por 'Judy' (¿alguien la vio?), el mejor actor de reparto fue para Brad Pitt por 'Érase una vez en Hollywood', la mejor actriz de reparto fue para Laura Dern por 'Historia de un matrimonio', el mejor guión adaptado fue para 'Jojo Rabbit'. 

La gran sacrificada de la noche fue la talentosa Scarlett Johansson quien con dos actuaciones sobresalientes se despojó del lastre que representa su personaje Viuda Negra/Natasha Romanoff en esa insoportable saga de cintas palomeras llamada Avengers para retomar su lugar como una de las grandes actrices de la actualidad, entregándonos sus caracterizaciones de Nicole en 'Historia de un matrimonio' (nominada a mejor actriz) y la ya inolvidable heroína de la resistencia antifascista Rosie Betzler en 'Jojo Rabbit'.

Así pues, la ganadora -que no gran ganadora- de la noche con solo cuatro estatuillas fue la coreana 'Parásitos', que aunque prometedora se queda corta en su resolución del nudo argumentativo y que navega la ola del K-pop, ese fenómeno cultural globalizado que pretende criticar. Se llevó mejor película, mejor director en la figura de Bong Joon-Ho, mejor guión original y mejor película extranjera.

Dicho lo anterior, desde las páginas de El Mundo hemos rescatado para ustedes esta entrevista al director de 'Parásitos', Bong Joon-Ho, misma que les concediese en octubre del año pasado:

El director coreano estrena 'Parásitos', la película que tras ganar la Palma de Oro en Cannes se propone como una de las citas del año

Luis Martínez

No se puede decir que sea una sorpresa exactamente, pero un poco sí. Parásitos, del coreano Bong Joon-ho (Daegu, 1969), es una de las candidatas fijas a película del año por varios motivos: a) por la Palma de Oro que le arrebató a Dolor y gloria, de Pedro Almodóvar; b) por la facilidad para pintar el Apocalipisis desde el dinamismo, la vehemencia y hasta la crueldad del cine de género; c) por la pautada descripción que ofrece del turbocapitalismo que nos acecha, y, ya puestos, d) por las risas. En efecto, estamos ante una tragedia tan declaradamente triste que no queda más que reírse. La película, que se estrena el viernes, cuenta la historia de dos familias idénticas. Eso sí, una vive en un edificio del más pulcro diseño y la otra, en un sótano hundido en el más turbio agujero. Una, rica; la otra, pobre. Y así hasta que todo se confunde. Bong Joon-ho completa así un viaje que le ha llevado por asuntos tan recurrentes como la incomunicación entre clases, la obsesión por los espacios cerrados y la facilidad para las metáforas brillantes. Póngase, una al lado de otra, The Host, Rompenieves, La madre y Okja, y lo que sale es una relato cruel a medio camino entre el horror, el slapstick y el absurdo. Pensábamos que era el capitalismo y se trataba sólo del Apocalipsis.

P. ¿Quién es el parásito? ¿quién parasita a quién?

R. Nunca he pretendido proponer una metáfora elaborada. Está claro que la familia pobre parasita a la rica. Viven escondidos en su casa y se aprovechan de ello. Pero, obviamente, la idea es llegar a la idea contraria. Es la familia rica la que hace valer sus privilegios de parásitos de todo un sistema construido por ellos para ellos.

P. Esa idea de alguna forma recorre su filmografía, pero aquí está analizada desde un punto de vista muy íntimo. No hay criaturas gigantes ni trenes planetarios...

R. Tras hacer grandes producciones como Okja o Rompenieves, quería contar algo que me afectara de forma muy personal y que tuviera que ver con mi día a día, que fuera como un arañazo en la mano.

P. ¿Cuánto debe su película a referencias clásicas?

R. Mucho. Pienso por ejemplo en los retratos de la pequeña burquesía de Claude Chabrol o directamente en El sirviente, de Joseph Losey. Vi las películas antes de empezar con el proyecto y están ahí. Por lo demás, me considero un fan del cine de serie B y, puesto que ha sido homenajeado aquí mismo, no puedo dejar de citar a John Carpenter. Pero, en realidad, esta última veta de mi cine no está muy presente en esta película.

P. La imagen que ofrece de Corea es contraria a la imagen que el país ofrece de sí misma como país desarrollado, rico, poderoso...

R. No sé cuál es el gran problema de nuestro tiempo. Pero uno de ellos es la fractura social entre ricos y pobres. Hay más: el cambio climático, las fronteras... Pero creo que todo deriva de esa distancia. El ejemplo es mi país, Corea. Hemos vivido un desarrollo económico tremendo, hemos exportado el K-pop... pero la violencia puede estallar en cualquier momento precisamente por la desigualdad. La película provoca la misma sensación que cintas como The Florida project, de Sean Baker. Nadie se imagina Florida como se ve ahí, pero existe. Junto a la riqueza más evidente siempre aparece una pobreza igual de desmedida. Creo que forma parte del capitalismo preguntarnos constantemente por la clase a la que pertenece la gente. Obedece a una curiosidad natural cuando vas en el metro saber cómo de rica es la persona que tienes en frente. O la gente que encuentras en el aeropuerto: ¿viaja en clase económica o en business? Sin diferencia no hay capitalismo. Cuanto más extremo es el capitalismo más extrema la diferencia. No puede haber comunicación entre clases sociales que, cada vez más, viven en mundos completamente diferentes. Y hasta opuestos. No puede haber una idea común de sociedad.

P. ¿Considera su cine político?

R. En general, creo que el cine de género es una herramienta perfecta para leer la sociedad; es la mejor manera de aproximarse a un problema complejo. Consigue explicar las cosas dando un pequeño rodeo, pero de forma mucho más efectiva. Rompenieves era evidentemente una película política. No tengo reparos en admitirlo. En este caso, se trata de un drama entre ricos y pobres. No hay nada más político que este punto de partida. De todas formas, la idea es siempre ir más allá. No se trata de construir o proponer un manifiesto sino de levantar la película desde los personajes, desde sus motivaciones y contradicciones.

P. La lectura de su película hasta cierto punto es muy pesimista. Sin desvelar nada, hay un amago de reconciliación entre las generaciones más jóvenes, pero rápidamente es abortado. ¿Cómo ve el futuro?

R. No me considero pesimista en absoluto. Pero la realidad empuja a ello. La realidad es triste. En los últimos años hemos vivido una revolución increíble en todos los aspectos de la vida y ha servido para poco... Está claro que las cosas no funcionan. No hay nada que haga pensar que las cosas vayan a mejorar. Lo único que crece y mejora de manera sostenida es el miedo. Mi única intención es ser honesto. Y eso actualmente sólo nos lleva a la tristeza. Sí, es una película triste. Aunque a veces te rías. De hecho, no creo que fuera capaz de hacer nada sin humor.

P. ¿Cree que la violencia es nuestro único destino tal y como van las cosas?

R. En la lógica de la película, sí. No hay otra salida. Además, el ser humano es tan frágil, que la tragedia siempre acecha detrás de cada suceso supuestamente inocente. Basta una simple coincidencia de dos hechos insignificantes. No creo que ninguna de mis personajes sea malo. No creo que muchas cosas horribles que suceden sean producto de unas pésimas y malvadas intenciones. Tampoco creo en la bondad angelical de nadie. Los pobres de mi película no son los buenos. Ésa es la gran ironía de todo esto y de la propia película. Por eso es una tragedia.

P. Su anterior película fue con Netflix, ¿repetiría?

R. Sí, de hecho tengo un proyecto con ellos. No soy de los que demoniza el cine en streaming. Por supuesto que la manera correcta de ver una película es una sala de cine. Eso siempre será así, pero los tiempos cambian y las oportunidades de hacer determinadas películas también. Ningún estudio habría financiado nunca Okja. Sólo lo hizo Netflix.


Y ahí, en la penúltima respuesta, está la razón por la que la película al final se quedó corta.

Porque para acabar con el cisma entre las clases se necesita un tipo de violencia... la revolucionaria.






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