Y pues sí, a la óptica del neoliberalismo eso de defender el medio ambiente debe ser una auténtica mamarrachada.
Les compartimos este texto publicado en Naiz:
«Mamarrachos»
Según la Real Academia de la Lengua llamar mamarracho a una persona es calificarlo simplemente como «un hombre informal, no merecedor de respeto». Alguien puede pensar que el mundo está lleno de mamarrachos y, como toda opinión, puede ser merecedora, o no, de respeto y legitimidad social dependiendo del contexto en el que se verbalice.
Unai Pascual García de Azilu | Doctor en Economía Ambiental
El contexto es quizás tan o más importante que la opinión misma. Por ejemplo, que un ciudadano libre llamara mamarracho a un esclavo en la época romana, pudo estar legitimado socialmente por la sociedad romana. Pero en la actualidad, todos y todas nos sorprenderíamos si alguien denominara mamarracho a otra persona o colectivo por el hecho de no pensar como el opinante respecto al modelo social, económico y ecológico en el cual quisieran vivir. Recordamos, por ejemplo, cómo algunos políticos y opinadores mediáticos a sueldo utilizaban alegremente, con sonrisa socarrona pero algo nerviosa, el descalificativo perroflauta para insultar a personas que expresaban opiniones contrarias al statu quo asociado al actual modelo neoliberal.
Pues bien, en una reciente tertulia radiofónica en Radio Euskadi (2/6/2016), he escuchado atónito a un muy conocido y locuaz político vasco denominar «mamarrachos» y «mentirosos» (sic) a un amplísimo grupo social, incluidos profesionales de la medicina pertenecientes al sistema público vasco de salud. Un colectivo de personas de toda índole que defiende un modelo de progreso más saludable y ecológico que el que padecemos actualmente. El susodicho político hablaba y opinaba sobre aquellos que en Euskal Herria y en Gipuzkoa, más concretamente, proponen y debaten como llevar a cabo la transición hacia un modelo alternativo de gestión de residuos urbanos. Las benditas basuras. Ésas que todos y cada uno de nosotros decidimos producir de forma libre y voluntaria, sin aparente coacción o presión (asumo que por el momento obviamos el papel del marketing publicitario para fomentar el consumismo, pero esto lo dejo para otro debate).
El problema fundamental que algunos no quieren ver o aun viéndolo prefieren obviarlo por ser una verdad incómoda, es que esa producción voluntaria de residuos, queramos o no, nos afecta a todos y todas, y por tanto es un problema que interpela a la sociedad en su conjunto. No sólo afecta a los que viven más cerca de vertederos, plantas de tratamiento, incineradoras, etc., sino a todas las personas que legamos la salud del Planeta a las futuras generaciones. Estamos ahogando el Planeta debido al actual modelo de consumo de bienes y servicios, que inexorablemente está ligado a la co-producción de males y anti-servicios (contaminación del agua, tierra, etc.). Este efecto colateral negativo de nuestro modelo de consumo es lo que los economistas llaman externalidades involuntarias de la economía de mercado (Arthur Pigou, 1877-1959) o el desplazamiento sistemático de costes a terceros (Karl William Kapp, 1910-1976).
Es hora de que vayamos interiorizando una idea clave para la sostenibilidad del Planeta. Las sociedades metabolizan recursos naturales. Producimos bienes transformando materias primas (minerales, petróleo, madera y cultivos, entre otras) para aumentar el bienestar de los consumidores. Sin embargo, el metabolismo del Planeta no acaba aquí. La materia y energía que consumimos (de forma voluntaria) se transforma en residuos, contaminación, etc., es decir en externalidades. El problema social radica en que estas externalidades suelen ser de carácter público. Es decir, las sufre la sociedad en su conjunto. Estos costes externos se traducen por ejemplo en impactos negativos sobre la salud pública, que a su vez afecta al bienestar individual y colectivo. Esto ocurre independiente de quién se haya beneficiado originariamente de ese consumo de bienes y servicios. Por tanto el consumo llega a ser un tema de corresponsabilidad social.
Interiorizar esta verdad incómoda debería ayudarnos a empezar a cambiar una semántica dominante y perniciosa asociada a la economía. Por ejemplo, el PIB (Producto Interior Bruto) como indicador macroeconómico fue originalmente diseñado tras la Segunda Guerra Mundial solamente para medir el flujo de bienes y servicios finales producidos en una economía o territorio en un periodo determinado. El problema es que dicho indicador es ciego al coste de las externalidades que generan esos flujos de bienes y servicios en la sociedad. El PIB, por tanto, es un termómetro defectuoso para medir el progreso en aquellas sociedades donde prima el consumismo y, en consecuencia, la galopante producción de residuos. Sin embargo el PIB está instalado en la mentalidad de gestores, medios de comunicación y por ende en la sociedad, como un tótem inapelable. ¡Qué poca importancia le damos a la semántica! No es de extrañar por tanto que muchos aún crean como dogma de fe que el progreso requiere de grandes infraestructuras como el TAV, los superpuertos y las macro-incineradoras. Asumen que invirtiendo ingentes cantidades de recursos públicos se obtendrá automáticamente mayor actividad económica (producción y empleo) pero obviado las enormes externalidades que dichas infraestructuras también generan. No es oro todo lo que reluce.
Si analizamos el tema de las basuras vemos que no hablamos de cosas muy diferentes. El progreso no es sostenible si se basa en el actual modelo neoliberal que fomenta un consumismo voraz. Pero lamentablemente, se puede observar nítidamente que el establishment político no está dispuesto a analizar y debatir en profundidad y de forma transparente la corresponsabilidad asociada a la creciente generación de residuos. No es suficiente escudarse en simples eslóganes basados en el deseo de aumentar las tasas de reciclaje, siempre en términos de voluntariedad individual. Digámoslo alto y claro: la problemática de la producción y gestión de las basuras sigue siendo una cuestión que se trata de circunscribir al espacio de una pretendida y mal entendida libertad individual, defendida a ultranza por el neoliberalismo bajo el eslogan de que el cliente/individuo siempre tiene la razón. Craso error por no entender que las externalidades existen y aumentan en el contexto de sociedades cada vez más interdependientes.
Muchos estarán de acuerdo con la idea de que la libertad del individuo acaba donde empieza la libertad de los demás. Pero en el caso de los residuos el espacio donde poder ubicar esta idea liberal es ínfimo debido a la interdependencia entre el consumo individual y las externalidades públicas asociadas a los residuos. En este precario espacio, la libertad individual es un espejismo, una ilusión alimentada por la ideología neoliberal que se encuentra en la raíz de la crisis ambiental global del Planeta. Éste es, y no otro, el quid de la cuestión. Claramente no se trata de un problema técnico o tecnológico, aunque algunos prefieran que el debate se centre exclusivamente en este punto, para así poder seguir enmascarando el problema de fondo. ¿Hasta cuándo permitiremos que el modelo político dominante, hermanado con el neoliberalismo, pueda seguir vendiendo el espejismo de que las decisiones sobre la producción y gestión de residuos se deben dirimir en las preferencias individualistas de la gente, incluido el reciclaje? El estado del bienestar se entiende desde la óptica de la corresponsabilidad: pagamos impuestos para fomentar la equidad social, etc. ¿Y las basuras? Aun muchos no entienden que este también es un problema de corresponsabilidad que afecta a todos y todas, incluidas las generaciones futuras.
Quizás tenga razón el locuaz político que descalifica a los colectivos sociales que tratan el complejo tema de los residuos desde la óptica participativa en la res publica, en lugar de a aquellos que apuntalan el modelo neoliberal criminal en lo humano y en lo ambiental. En ese caso, es todo un honor ser parte de ese primer colectivo de mamarrachos. El establishment seguirá utilizando y tratando de imponer en la conciencia social la semántica que le sea más propicia para defender sus propios intereses. Pero que no espere verse legitimado al verbalizar estas descalificaciones por mucho tiempo ya que el contexto social está cambiando. El neoliberalismo cree poder seguir paseándose cómodamente sobre las moquetas del poder institucional. Sin embargo, las ideas contrapuestas siguen evolucionando y alimentándose sobre el asfalto de las plazas de pueblos y ciudades. Sr. Anasagasti, no se pongan nerviosos si al abandonar la moqueta se encuentra con tanto mamarracho y perroflauta junto. No mordemos. Somos buena gente.
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