Les presentamos esta imprescindible reflexión que Iñaki Egaña ha publicado en su cuenta de Facebook:
Tanto por decisión voluntaria como por impuesta, rara es la semana que dejamos de ser parte de una suma, de una resta, de una estadística o de un cómputo que avale determinada tendencia ideológica. Estamos abocados al número matemático, perdiendo, en la mayoría de las ocasiones, el carácter particular de nuestra esencia humana.
Lo insólito del hecho, porque a nadie le agrada la invisibilidad, ni siquiera al protagonista de aquella novela escrita por H. G. Wells y llevada a la pantalla por James Whale, es que las cosas se hacen comprensibles cuando las trasladamos a números. Mi experiencia me comunica que aquellas conferencias en las que el resumen de cada filmina, perdonen el atraso tecnológico, concluye con un número que ofrezca entendimiento y perspectiva, la comprensión es mucho más sencilla.
Siguiendo este aviso, el número que identifica predilección o predisposición, se me ocurre que, por deformación profesional, quienes escribimos o comunicamos somos más proclives a enumerar que a numerar. Con el tiempo, llegamos a mezclar ambas cuestiones. Cuando explico el conflicto vasco a periodistas, colegas y jueces, la enumeración de sus causas me lleva a una ristra de elementos que, por obvios, son susceptibles de cuarentena, debate, desafección. La ideología previa nos marca. La tortura puede ser el paradigma. El espanto sobre la misma, la tergiversación gubernamental para ocultar su sistematización… Ya, en cambio, con los números, las particiones anuales, la constancia es brutal. La prueba del algodón.
Me sucedió hace unos días en Erromo. Conferencia sobre el exilio vasco. Explicaciones, enumeraciones, dramas, rutas… En cierto momento llegué a las cifras. Entre 1936 y 1939, 151.000 hombres, mujeres y niños vascos huyeron del terror franquista. La mayoría vizcaínos y guipuzcoanos, puesto que Araba y Nafarroa ya estaban en poder de los fascistas. Es decir, 151.000 de un total de 800.000. Un 18,5% de la población vasca de estos dos territorios. Hoy en Siria, con 23 millones de habitantes, los medios nos comunican que hay entre 4 y 6 millones de desplazados por la guerra. Algo parecido al drama vasco de 1939. La comparación sirvió para penetrar con una intensidad comprensiva implacable.
Algunas de estas cuestiones numerarias se han convertido en la naturaleza misma de los sistemas políticos, en sus comienzos en la separación con trincheras incluso de grupos antagónicos, de clase. En los últimos tiempos, sin embargo en una simpleza, en una pauta para provocar concentraciones, coaliciones que puedan superar formalmente el concepto básico de las democracias, tanto las que acompañamos de comillas como las genuinas. Me refiero a las mayorías y a las minorías.
Esta revelación, de sobra conocida, se fundamentaba en un objetivo universal de las clases más desfavorecidas. Del tamaño de la igualdad de género, la abolición de la esclavitud, o el pago con dinero en lugar de vales canjeables por comida en las minas de nuestros antepasados. Se trata del sufragio universal. Ejercido, en la actualidad, de manera diferente, pero con un mismo sustrato. En Cuba, por ejemplo, con partido único al estilo comunista, pero con elecciones de pirámide invertida para delegar en representantes populares. En los países capitalistas, esos que señalaba como demócratas de comillas, con un sistema partidista (bipartidista en su degradación) apoyado por sectores económicos.
En la llamada democracia directa, desde los consejos obreros para las tomas de decisiones de Anton Pannekoek hasta la democracia participativa de los movimientos del 15M, el modelo simbólico es similar. La gran diferencia reside en que en la democracia delegada participa, o al menos tiene ocasión de hacerlo, la casi totalidad de la sociedad, y en el segundo únicamente los movilizados de esa sociedad o de ese sector que reivindican. Aquellos que quieren ser partícipes de las decisiones que les afectan cotidianamente.
Es en este terreno donde surgen las contradicciones secundarias, sobre el modelo participativo, sobre la naturaleza del llamado sufragio universal. En la democracia directa son sujetos quienes colaboran activamente en las decisiones y forman parte de las mismas, de una u otra forma. En la democracia delegada, que es en la que se sustentan hoy en día la mayoría de los estados, capitalistas por supuesto, la participación se ofrece, de manera obligatoria en algunos escenarios, a todas y a todos, activos y pasivos. Es ahí donde surgen las contradicciones, donde, en la teoría, nos igualamos. Nadie es más que nadie.
Sé que el poder económico tiene mil y una formas de convertirse en lo que no es, democrático. Creo conocer el papel de los medios, las coacciones materiales e inmateriales sobre la que ahora llaman ciudadanía y antes señalábamos con el genérico de pueblo. Pero, sin una activación gigantesca, incluida la ideológica, para demostrar ese entramado tan engrasado, el escenario se hace complicado de abandonar. Tantas veces hemos oído eso del "rebaño" que puede servir para ilustrar las letras anteriores.
Reivindicando el derecho al sufragio universal, que en los últimos cincuenta años lo hemos tenido cercenado en la época franquista de forma general y la izquierda abertzale en particular ya en "democracia", no queda más arreglo que su conformidad. Una conformidad que iguala al pueblo activo con el pasivo, a militantes con desafectos, a movilizados en favor de una u otra causa legítima o urgente, con futboleros sin más objetivo vital que sus colores, con apáticos ciudadanos cuyo consumo diario colma la franja televisiva desde la mañana hasta la madrugada.
Una numeración que ejerce de termómetro de la realidad social y nacional, lo queramos o no. Una numeración que en muchas ocasiones no se corresponde a esa fotografía interesada que nos guía en nuestra actividad política. Bien es cierto que un "número" nada desdeñable no participa de este "sufragio democrático", lo cual también es un síntoma. Por diversas y variopintas razones, también políticas.
Así las cosas, con todos los "peros" que se deseen añadir, toca numerarse, toca el refrendo del pueblo, a pesar de que el partido se desarrolle en campo contrario. Toca conocer, sobre todo, la elección de esa gran masa ni militante ni activada que va a ejercer su derecho al sufragio como el más concienciado de casa. Toca sondear la idoneidad de la táctica y el encarrilamiento de la estrategia. Toca numerarse después de "enumerar" una ristra de haberes, debes y proyectos, ya sean ficticios, ya reales.
Toca numerarse también en la activación, en la movilización al margen de la auto reafirmación, para trasladar al resto de la sociedad nuestro proyecto. Como en las consultas de Gure Esku, como en la cadena humana contra la Incineradora, como en las citas para arropar a presos y exiliados, como en la defensa de nuestro tejido industrial, como en las protestas contra las reformas laborales.
Toca numerarse precisamente para lograr hegemonías también en el cambio de modelo, de la delegación a la participación, de la desactivación a la activación. Es cierto que previamente y precisamente habrá un largo camino. Es en ese trayecto donde una y otra vez la numeración en elecciones de diversos signo, de lo particular a lo supralocal, nos ofrecerá un mapa general. No tanto como el cotidiano, contaminado habitualmente por pasajes auto referenciales.
Estamos en vísperas de una nueva pulsación, estatal, con lo que ello condiciona. Repetitiva por el fracaso de diciembre. Llevamos tiempo enumerando y ahora llega la pausa para numerar. Para continuar no ya en esa lista que aclare el pasado para ser comprensible, como en el ejemplo de Erromo, sino para asentar esa senda que tiene un único horizonte, en un futuro que aspiramos más cercano que lejano. Aquel que marcaron nuestros referentes, conocidos o anónimos.
Referentes de izquierda. Referentes abertzales.
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