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miércoles, 28 de octubre de 2015

Egaña | Compañero de Piti Iturbide

Los que a menudo hablan de democracia y de preceptos constitucionales más a menudo olvidan los actos de terrorismo de estado que han cometido en nombre de esa democracia y en defensa de esa constitución.

Al respecto, les compartimos este texto de Iñaki Egaña publicado en Gara:
 


En abril de 2013 falleció Ignacio Iturbide, Piti, compañero de andanzas de Ladislao Zabala en el trágicamente conocido Triángulo de la Muerte. Fueron autores de al menos siete muertes, reivindicadas la primera por la Triple A y las siguientes por el Batallón Vasco Español, franquicias de los grupos parapoliciales españoles. La Audiencia Nacional les condenó a 231 años de prisión por esos crímenes. Hace unas semanas hemos sabido de la muerte de Ladislao Zabala, en Madrid, gracias a los homenajes y esquelas que le han tributado sus compañeros de última generación, falangistas de nuevo cuño.

La muerte de Zabala cerraría un capítulo sórdido de la que hoy llaman «lucha contraterrorista», la de la historia del BVE. Pero no es así. Aún quedan muchos cabos sueltos, entre ellos las identidades de quienes les reclutaron, de la participación de otros mercenarios en los atentados juzgados y la ocultación del informe del «arrepentido» Rogelio González Medrano, que aportó decenas de nombres, algunos de los cuales continuaron su carrera profesional en ámbitos policiales, incluso eclesiásticos.

Al contrario que Piti, Ladis Zabala provenía de una familia de abolengo. Hijo único, nació el 3 de diciembre de 1953, en Donostia, donde residiría los últimos años de su vida junto a Piti, en la calle Igentea, junto al entonces Gobierno Militar. Cuando fueron detenidos, dos días después de la muerte de la última de sus víctimas, Francisco Javier Ansa, a punto estuvieron de salir en libertad provisional. El clamor popular –sus nombres habían aparecido en informes de comisiones vecinales– evitó lo que se intuía. La familia de Ladislao aún tenía hilo directo con las altas esferas gubernamentales. En un segundo registro policial aparecieron las armas de sus acciones.

Los padres de Ladislao se habían casado en la basílica de Santa María en 1951, en una boda que aún es recordada por los mayores de la ciudad. La ofició Javier Lauzirica, uno de los próceres del asalto franquista de 1936. El teniente general José Solchaga, uno de los sanguinarios represores de las revueltas en el Rif y en Asturias, así como jefe de las Brigadas de Navarra en 1937, también padre de la novia, Maritxu, sería el padrino de la boda. Una boda a la que asistieron la crema del franquismo, entre ellos Camilo Alonso Vega, entonces director general de la Guardia Civil, y José María Troncoso, jefe de la División Azul.

El padre del novio, José María Zabala Alcibar-Jauregi, provenía de familia carlista, asentada en Tolosa. Una rama se convirtió al nacionalismo de Sabino Arana. A veces escribían el primer apellido con «v», para realzar su árbol nobiliario. Fue vicepresidente de la Diputación franquista de Gipuzkoa y murió en junio de 1977, dos días después de las primeras elecciones a Cortes de Madrid tras la desaparición del dictador. Su hijo tenía entonces 24 años.

Ladislao Zabala Solchaga ingresó en prisión el 13 de marzo de 1981, cuando la sociedad exigía castigo a los culpables del golpe de Estado ocurrido 20 días antes. Fue chivo expiatorio para apagar otros fuegos. Jesús Martínez Torres, el comisario policial de Gipuzkoa, denunciado repetidamente por torturador, se apuntó el tanto de las detenciones. Poco más tarde, el PSOE, ya en el poder en Madrid, le ascendería a director general de la Brigada de Información.

Ladislao Zabala cumplió 11 años de la pena centenaria. Fue en prisión donde conoció a la que sería su esposa, Doris. El 6 de mayo de 1992 le concedieron el tercer grado, lo que le permitió salir de prisión asiduamente. El 21 de marzo de 1994 quedó en libertad condicional y alcanzó la definitiva el 6 de marzo de 1999. Se ubicó en Madrid, se integró en un despacho de abogados, y cambió la chaqueta carlista por la falangista, para continuar desarrollando sus singulares ideas sobre España, la pureza racial e ideológica. Hasta finales de julio de 2015, cuando exhaló su último suspiro. Sus camaradas le despidieron entre gritos de “Arriba España” y “Viva Cristo Rey”.




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