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martes, 13 de octubre de 2015

Cronopiando | Lecciones Inolvidables

Les compartimos este muy esclarecedor Cronopiando:

Lecciones inolvidables

Koldo Campos Sagaseta | Cronopiando

Yo tenía nueve años y en el orfanato  en el que crecía y me educaba, dirigido por curas salesianos en el barrio de Los  Capuchinos, en Málaga, por ser uno de los más pequeños, disfrutaba el privilegio  de vender los domingos, durante la función de cine, entre el resto de los  internos y para beneficio del centro, unas tortas de harina.

Una vez ocurrió  que, al hacer el habitual arqueo, había una torta de menos. La torta se la había  comido mi hermano mayor que, por supuesto, no la había pagado.

En prefectura  y a solas frente al padre, yo me encomendé a todos los santos en la esperanza de  que el dispendio pasara inadvertido, pero no iba a ser posible. El padre quería  saber qué había pasado con la torta desaparecida.

Parado en medio del despacho,  yo guardaba silencio alegando no saber nada.

El padre, con una paciencia  digna de mejor causa, insistía en que me sincerase y le contara lo ocurrido. Una  y otra vez sumaba y restaba tortas y pesetas, tratando de que yo entendiera sus  muy atinados cálculos.

-No sé- respondía yo, con los ojos perdidos en el  suelo.

Me amenazó entonces, ya un tanto alterado, con mantenerme de pie,  sin cenar ni salir de su despacho, hasta que le dijera la verdad y para demostrármelo, se ausentó durante casi dos horas. 

Cuando regresó me encontró en  la misma posición.

-No sé- volví a repetir yo.

Me advirtió después que  si persistía en mi silencio nunca más volvería a vender tortas, ni a salir de  paseo las mañanas de los domingos, ni a disfrutar del recreo de las tardes, ni  iba a tener merienda durante un mes.

-No sé-.

Cambió entonces de  estrategia y en un tono paternal, mientras me acariciaba la cabeza, comenzó a  hablarme de la importancia de ser siempre sincero, de lo mucho que Dios valora  la verdad, de cómo la virtud de un ser humano la determina su capacidad para  encarar sus actos, de la importancia de ser responsable. Me habló del infierno  en que se abrasa el mentiroso, de lo orgulloso que se sentiría mi padre, de  estar con vida, si yo decía la verdad...

Y entonces, rompí a llorar y delaté  a mi hermano.

De la primera bofetada del padre prefecto fui a parar a los  pies de su surtida biblioteca y contra ella recibí el resto de los golpes.  Cuando ya le dolían las manos, recurrió a uno de sus voluminosos ejemplares  hasta que lo desencuadernó contra mi cabeza.

Nunca lo olvidé.

Por ello  cuando escucho a los "padres de la patria" ponderar las virtudes de la  sinceridad, ellos que tanto mienten; elogiar la tolerancia y el respeto, ellos  que tanto atropellan; significar la importancia del diálogo, ellos que nunca  escuchan; demandar sacrificios, ellos que a nada renuncian; o solicitar la  necesaria comprensión, ellos que nunca entienden...yo sólo recuerdo a aquel  padre prefecto y su inolvidable lección, y me repito..."No sé".






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