José Miguel Arrugaeta Historiador
La eterna presencia del Che
Un día como hoy el Comandante Ernesto Che Guevara cumpliría 80 años, pero les confieso que a mí me resulta imposible imaginármelo como un venerable anciano, surcado de arrugas y con el pelo canoso y ralo, dándonos sabios consejos sobre como encarar el imperialismo norteamericano, y de cualquier procedencia, de hoy en día, y no es que mi mente carezca de habilidades imaginativas, sino que la puñetera realidad es que una ráfaga asesina, ordenada por el Gobierno de los EUA de 1967 (que se parece bastante al de ahora, y no les quepa duda de que será muy parecido al del próximo año) segó su activa y fructífera vida en un remoto paraje boliviano conocido como La Higuera.
Sus asesinos, independientemente de nombres propios -que los tienen-, fueron agentes comisionados de un sistema político, económico y social que aún existe y se llama imperialismo. Quienes decidieron aquél traumático final cometieron el grave error de querer matar, en su cuerpo de guerrillero, las inquietantes amenazas que representaban sus ideas, sus acciones, su espíritu perseverante e intransigente a favor de una revolución mundial y en contra del capitalismo internacional. Todo junto en un mismo hombre era demasiado peligro.
Conscientes de lo que pretendían asesinar, decidieron esconder su cuerpo durante décadas para ver si los pueblos se olvidaban de lo que era y representaba este hombre inmenso, de mientras se dedicaron a estimular la comercialización y la banalización de su retrato (a partir del uso abusivo de una foto, tomada por Korda, en vísperas de la invasión de Bahía de Cochinos, que es la imagen más reproducida de la historia de la humanidad) para convertirlo en un rebelde romántico y sin causa. ¿A quién en su sano juicio de opresor se le puede haber ocurrido promover la estampa de un guerrillero-mártir que evidentemente está mirando al futuro y se nota que lo vislumbra?
Definitivamente todo fue inútil porque el Che era, y es, de los grandes, como Bolívar, San Martín, Artigas, Sandino, Zapata, Martí y tantos y tantos otros que soñaron y lucharon por el presente y el futuro de estas tierras, por eso es también de los que renacen como Ave Fénix, una y otra vez, se agigantan con el tiempo y no hay estatua, póster, camiseta ni revisiones históricas ni nada que los pueda institucionalizar o quitarles el filo con que despiertan las conciencias.
La memoria colectiva y popular finalmente es perseverante y sabia, intuye quiénes son los suyos a pesar de las calumnias, por eso tras su muerte (en realidad a partir de su propia muerte) el Che comandante, el Che guerrillero, el Che revolucionario fue creciendo como esos árboles de raíz profunda que dan frutos, sombra y se vuelven inmensos e intemporales, el efecto final fue que su imagen, la misma que quisieron deformar, y su ejemplo renacieron como un mito moderno y habitan entre nosotros. Hasta en el colmo de la venganza dulce pudimos recuperar sus restos humanos de un anónimo paraje boliviano -ni tan siquiera eso les salió bien a sus asesinos- para que reposen en Santa Clara, esa misma ciudad que lo venera y que él liberó en su más brillante batalla militar durante las navidades de 1958. En su mausoleo, para que no haya dudas, lo acompaña su contingente latinoamericano de guerrilleros cubanos, peruanos y bolivianos (falta Tania, la alemana, y algunos más, aún perdidos por los montes, pero llegarán también), aquellos que murieron peleando junto a él, sin traicionarlo, sin traicionarse, para cambiar definitivamente el mundo, como una metáfora de las nuevas esperanzas de esta América Latina que levanta una vez más su frente tantas veces humillada, tantas veces maltratada.
Si el Che hubiese llegado realmente a los ochenta años quizá habría cambiado bastantes cosas en sus tácticas y estrategias, ajustándolas a nuevos tiempos y realidades diferentes, y posiblemente habría hecho muchas anotaciones enjuiciando su propio pensamiento, con ese sentido de creación permanente, de crítica y autocrítica que lo caracterizó toda su vida, pues la revolución y la construcción del socialismo -comunismo para ser exactos, porque el Che es esencialmente un comunista de cuerpo entero- han resultado a la larga un reto bastante más difícil de lo que parecía en los años 60 del siglo XX, sobre todo eso de parir lo que él llamó genéricamente el «hombre nuevo»: desprendido, solidario, internacionalista, consciente. Pero ni tan siquiera merece la pena especular, no hace falta, pues en su corta e hiperactiva vida política (apenas once años, desde que se unió en 1956 al Movimiento 26 de Julio de Fidel hasta 1967 en que lo asesinaron, cuando tenía 39 años) construyó una acción y un pensamiento muy bien elaborados. Fue comandante guerrillero y militar, ministro de Industria y director del Banco Nacional de Cuba, internacionalista en el Congo y en Bolivia, fundó la Tricontinental, internacional revolucionaria para apoyar los procesos de liberación del Tercer Mundo, teorizó y escribió sobre una enorme cantidad de temas económicos, militares, políticos y sociales, y muy en especial nos legó esa pequeña joya del futuro posible que es «El Socialismo y el Hombre en Cuba; además, nos dejó en su actuar diario toda una forma de hacer y dirigir, repleta de significativas anécdotas. Pero quizás lo más impactante de su herencia, lo más fácil de captar de su vida -y lo más difícil de hacer para cualquiera- fue sencillamente su ejemplo, esa coincidencia plena de ideas y actos, decir lo que pensaba y vivir de acuerdo a ese credo, su fidelidad a las convicciones hasta el último aliento, sacrificando incluso su vida personal cuando entendió que era necesario. Por eso siempre habrá mucho Che que redescubrir y del que apropiarse.
Si el Che fuese a celebrar su cumpleaños, cosa que seguramente no haría, sus mejores regalos serían saber que los guerrilleros colombianos siguen luchando en selvas, montes y ciudades sin hacer estériles concesiones, que son un viaje a la nada (y habría rendido un sentido homenaje a su líder más antiguo, contemporáneo suyo, Marulanda, por haber sido fiel a su causa hasta la muerte); le gustaría saber que todo un pueblo venezolano, o boliviano, o ecuatoriano, reivindica y aplica la justa apropiación de sus recursos naturales y nacionales, junto a políticas de justicia social y democracias populares, y estaría muy claro en contra de las oligarquías pro imperialistas locales y sus compañeros de viaje, aunque se vistan de seda (porque «al imperialismo ni un tantico así», decía), andaría de manifestación en manifestación, a veces legales, a veces ilegales, apoyando a indios, mestizos, estudiantes, pueblos sin independencia y campesinos sin tierra ni futuro, estaría orgulloso de los miles y miles de médicos y maestros cubanos que invaden como una atípica guerrilla medio sub-continente latinoamericano y que, armados de conocimientos y humanismo, se la pasan haciéndoles emboscadas a enfermedades, ignorancias y a la pobreza más extrema, y estos terribles enemigos sufren en tan particular contienda graves e irreparables bajas. Estaría debatiendo con intensidad y profundidad los caminos de revolución y socialismo a tomar y seguir en su Cuba querida, sin aflojar ni dejarse llevar por cantos de sirena. En realidad es casi seguro que andaría demasiado ocupado para cumpleaños, de reunión en reunión, organizando y conspirando, juntando fuerzas, escribiendo, convenciendo a indecisos, haciendo críticas y alertando peligros, poniendo encima de la mesa errores propios y ajenos (pensaría que aún hay mucho que hacer y que no hay tiempo que perder); sin embargo, a pesar de todas las urgencias, también estoy seguro de que se robaría un poco de precioso tiempo para contentar a los suyos, porque lo revolucionario y lo humano iban juntos en su persona, para que podamos hacerle al menos una pequeña fiesta, un sentido homenaje, más para nosotros que para él, porque el Che, como siempre, estaría mucho más preocupado por resultados y contenidos, que por homenajes y aniversarios.
En la foto que lo inmortalizó el Che parece estar viendo la sociedad del futuro, esa que estará marcada por la solidaridad, el internacionalismo, la conciencia, la cultura, la libertad, la justicia social, y cuyos protagonistas y actores serán esas mujeres y hombres nuevos que él soñó y que, si bien aún están por nacer, viven latentes ya en nuestro interior. Su visión apenas está dando los primeros pasos, y hasta se puede decir que son pasos inseguros y contradictorios, por eso hay que seguir luchando, transformando cada una de nuestras propias realidades, buscando caminos para construir cada uno desde su trinchera ese mundo diferente que guió su mano, su mente y su fusil. De mientras, ¡hasta la victoria siempre, Comandante!
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