El extenso y bien documentado reportaje de Público que está usted por leer nos habla, casi que tangencialmente de una víctima de ETA, José Lippeheide. Si a esa víctima de ETA le sumamos otra víctima de ETA, una que colaboró con la Gestapo y que respondía al nombre de Melitón Manzanas pues ya podrá usted tener un mejor escenario de la muy especial relación del españolismo con Hitler, lo mismo durante la vida de Francisco Franco que después de ella.
Ahora bien, eso de llamarle vascos a unos empresarios alemanes avecindados en Getxo nos parece una osadía, como menos, pues abona a aquella falacia repetida ad nauseum por Fernando Savater con la que insiste que el pueblo vasco se alineó con los nazis, falacia que cae por su propio peso si se piensa en los miles de gudaris y de milicianos que dieron su vida luchando en contra de Franco y Mola así como sus aliados Mussolini y Hitler. Que las élites vascas se hayan alineado con los fascismos español y alemán, eso es otra historia.
Pero la importancia de lo revelado en el texto nos ha convencido de compartirlo aquí con ustedes, así que adelante con la lectura:
Así ayudó el clero español a escapar de los aliados a estos empresarios vascos rendidos al Tercer Reich
Nuevas pruebas del pasado nazi de los Lipperheide, ex directivos del Banco de Vizcaya cuya fortuna creció a la sombra de Hitler.
Ferran Barber"Excelentísimo señor ministro de Asuntos Exteriores y muy respetable amigo: Comuniqué a los sacerdotes Boos y Huver lo que usted me indicaba en su carta del 21 de mayo [de 1946] y ellos me han entregado la nota adjunta de algunos católicos alemanes que hace muchos años que viven en España y de los cuales ellos responden, interesándose vivamente para que no se les obligue a salir de España". Quien a continuación firmaba el escrito dirigido al canciller Alberto Martín Artajo era Enrique Pla y Deniel, cardenal, arzobispo de Toledo y primado de España.
La relación de "súbditos" elaborada a petición del primado por los rectores de las asociaciones católicas de Madrid y de Bilbao incluía siete nombres y a la cabeza de ellos figuraba el de Friedrich o Federico Lipperheide Henke, del que se decía literalmente: "Residente en Bilbao desde hace más de 25 años. Es ferviente católico y no ha tenido nunca ninguna relación con la política. Pertenece a la junta de la Asociación Católica Alemana, de la que ha sido presidente durante 17 años. Es casado y tiene cinco hijos nacidos en España, siendo todos de nacionalidad española. Es persona muy conocida y ha creado diversas industrias importantes en nuestro país".
Aunque el escrito no aludía a ello de manera explícita, lo que venía a insinuarse era que un católico tan comprometido con su fe como Federico no podía ser el peligroso criminal que las fuerzas aliadas habían incluido en su lista de 104 nazis reclamados a España. Idéntico argumento había sido utilizado anteriormente, junto a su condición de español naturalizado, para sacar de ese inventario a su hermano José, cuyo nombre saltó a la fama años después, en enero de 1982, a raíz de su secuestro por ETA. En la primera versión de la llamada "factual list" aliada se incluían alrededor de 1.600 nombres y aparecían, no solo Federico, sino sus hermanos José o Josef, Franz y Fritz Lipperheide Henke.
Sobre Friedrich se decía en la selecta y restringida lista final de los 104 que era miembro de las SS e informador del servicio de espionaje de la Kriegsmarine, la Armada del Führer, en la ciudad de Bilbao. Habida cuenta de que fueron cientos, si no miles, los alemanes que colaboraron de algún modo con el nazismo en nuestro país, eso no parecía suficiente como para que hubiera merecido el dudoso honor de ser incluido con el número 58 en el inventario de los más buscados. De hecho, había algo más. O para ser precisos, había mucho más.
Entonces, ¿quién era en realidad ese Federico al que los falangistas y el clero católico intentaban proteger a toda costa? En primer lugar y antes que nada, Friedrich y sus hermanos eran los propietarios de un conglomerado de industrias químicas y mineras y, por ende, de una fortuna considerable que Franco trató de defender con éxito a pesar de los acuerdos de Breton Woods. El dictador no tuvo inconveniente en entregar a los británicos, los franceses o los norteamericanos a toda esa casta media y baja de funcionarios del Partido Nacionalsocialista que habían operado en la península ya desde los tiempos de la República. Mucho más renuente fue el golpista a entregar a los acaudalados hombres de negocios y a desmantelar la tupida red de sociedades alemanas. En lugar de atender las peticiones aliadas, lo que hizo fue ganar tiempo para blanquearlas con la ayuda de testaferros españoles. Mismos perros nazis, distintos collares.
El caso de los Lipperheide fue especial, sin embargo, en muchos sentidos. Los cuatro hermanos procedían de una pequeña ciudad alemana de Renania del Norte-Westfalia llamada Neheim. Friedrich, nacido en 1898, era el mayor. Josef o José vino a este mundo ocho años después. A principios de la década de los veinte, emigraron a Bilbao y, con el paso de los años, se aliaron con españoles como Domingo Guzmán para fundar un pequeño imperio dedicado, sobre todo, a la minería y el sector químico. Friedrich y otros Lipperheide ocuparon cargos de la máxima responsabilidad en el consejo de administración del Banco de Vizcaya y, con los años, se convirtieron en una dinastía de referencia del llamado clan de Neguri, denominación coloquial con la que se designaba a la oligarquía de industriales y financieros que alumbraron con el tiempo el BBVA. Debían ese nombre al hecho de que se concentraban en el barrio residencial homónimo de la ciudad de Getxo.
No fue, no obstante, su trabajo como emprendedores y empresarios lo que puso en entredicho la reputación de los Lipperheide. Existen numerosas evidencias de que, en primer lugar, colaboraron estrechamente con un holding alemán llamado IG Farben involucrado en los asesinatos perpetrados en los campos de exterminio y, en segundo lugar, proporcionaron al Tercer Reich materias primas estratégicas que permitieron al Führer mantener su pulso bélico y, por lo tanto, seguir aniquilando judíos, gitanos y opositores políticos.
"No hay constancia a pesar de ello de que los herederos de esas fortunas forjadas en la represión hayan reparado la memoria o compensado económicamente a las víctimas", escribe Antonio Maestre en su libro Franquismo S.A. a propósito de los Lipperheide, de su endogámica familia y de sus amigos falangistas. Más al contrario, sus descendientes han negado por sistema las simpatías nazis de Friedrich y de Josef.
Cuando, en 1997, el periodista de El País, José María Irujo, dio a conocer la lista de los 104 reclamados por las potencias ganadoras, su hijo Federico Lipperheide Wicke, fallecido en 2010, se apresuró a decir que eran todo falsedades. "Mi padre les tenía hasta odio. Es cierto que tuvo amigos del Ejército alemán y recuerdo haberlos visto alguna vez en mi casa. Pero nada más", le dijo al periodista en ese celebrado reportaje.
Veinticinco años después de su publicación, han aparecido nuevos datos que confirman el compromiso de los patriarcas del clan con el Tercer Reich a pesar de los desmentidos de la familia y el sorprendente silencio de incluso parte de la prensa vasca, que cubrió las muertes de los patriarcas del clan mediante hagiografías donde ni siquiera se mencionaba de puntillas el origen de la fortuna familiar, como si su colaboración con el nazismo hubiera sido un accidente o un asunto baladí.
Estos descubrimientos más recientes están conectados a una rocambolesca historia que arranca con el hallazgo del diario de un soldado alemán en una localidad costera catalana de la Costa Brava. El cuadernillo fue encontrado por un vaciapisos francés entre los papeles de un antiguo edificio de Sant Feliu de Guixols. Hace ahora algunos meses, un librero de viejo badalonés llamado Marçal Font Espì lo adquirió y de inmediato comprendió que aquella libreta manuscrita era un diario redactado por un combatiente de la Wehrmacht. El cuaderno contiene retazos de la vida en el frente de un soldado nazi llamado Günter Zeschke, en un periodo que abarca desde noviembre de 1939 hasta marzo del 42. Antes incluso de pensar en venderlo, Font resolvió descifrar todos los secretos que rodean al diario.
La pregunta más obvia era cómo había acabado ese cuaderno en la Costa Brava. El misterio se aclaró tras descubrir que una hija del nazi, Margarita Zeschke, de 64 años, seguía viva y residía en la misma localidad costera donde el cuaderno había sido hallado. Fuimos hasta Sant Feliu con el veterano y culto librero de viejo para charlar con ella y con su ayuda, logramos averiguar que Günter Zeschke pisó por primera vez la Costa Brava en el verano de 1959. Aunque Margarita lo ignoraba, su padre no viajó a España por placer, sino porque había sido contratado como geólogo. Ahí nació su vínculo con Catalunya y ese es el motivo por el que su diario fue encontrado muchos años después en el Ampurdán.
Font Espí ha reunido también pruebas de que Günter Zeschke vino a nuestro país para realizar prospecciones de uranio y fluorita en algunas minas como Osor (Girona), coincidiendo con el mismo periodo en el que el régimen franquista se esforzaba por desarrollar una bomba atómica propia. El dueño de las citadas minas no era otro que Federico Lipperheide, empleador de Günter.
Y es a partir de ahí cuando comienza a cerrarse el primer círculo. A la postre ha resultado que la historia del diario tiene menos que ver con las peripecias de un humilde soldado de la Wehrmacht que con una gran conspiración franquista de silencio y una urdimbre de mentiras que siguió tejiéndose tras la democracia y que ayudó a erigir un gran muro de impunidad en torno a los crímenes de muchos de esos nazis que se refugiaron en España. Y más particularmente, los de la familia Lipperheide.
Resuelto a descubrir los motivos por los que el autor del diario pasó casi quince años buscando uranio en la Península, Marçal Font oyó hablar de un nonagenario llamado Mariano Coll. Según supo después, este antiguo trabajador de Minersa, la empresa de los Lipperheide que poseía las minas de Osor, no solo conoció a Zeschke, sino a su empleador Federico, con quien llegó a trabar una amistad cercana.
Coll comenzó a trabajar para el alemán con 17 años y se jubiló con 70 tras ser nombrado jefe de ventas de Minersa. Font le entrevistó hace cerca de un mes en Osor y lo que oyó de su boca le dejó perplejo. "Es un hecho que, tras la Segunda Guerra Mundial, y entrada la década de los cincuenta, fueron contratados por Minersa supuestos expertos alemanes que, al menos en la mitad de los casos, no tenían ni la más remota idea acerca de la actividad por la que supuestamente les pagaban. Muchos ni siquiera hablaban español. Pasaban cinco o seis meses por alguna de las instalaciones de la sociedad y simplemente, desaparecían. Coll nos dijo con una sonrisa socarrona que no descarta nada", afirma Marçal Font.
Lo que el nonagenario estaba insinuando es que las empresas de Minersa podrían haber sido utilizadas como una especie de jalón en las llamadas "ratlines" o líneas de rata, que eran las rutas de fuga seguidas por los nazis o por los colaboracionistas franceses de Vichy. En la mayor parte de los casos, España era solo una estación intermedia de camino a América Latina.
Una investigación llevada a cabo por el historiador Xavier Deulonder respalda esta idea al confirmar la importancia que tuvo Girona en las vías de escape de los nazis. Deulonder investigó documentación de los puestos fronterizos de Catalunya y descubrió que un número considerable entró en España a través de Girona buscando la protección de Franco.
En opinión del librero de Badalona, parece más factible y verosímil que Minersa hubiera sido utilizada para facilitar la huida de nazis reclamados cuando se juzgan los hechos a la luz de la información proporcionada por Coll acerca del modo en que Federico Lipperheide consiguió zafarse de la Justicia aliada.
"Coll oyó de boca de su patrón que la Policía franquista le arrestó durante una visita a Catalunya, en 1945 o 1946. El empresario nazi vivía en Bilbao pero fue a visitar sus propiedades de Osor y se alojó un sábado en el hotel Peninsular de Girona. El domingo, cuando se dirigía a misa, fue detenido por agentes, que le informaron de que se hallaba reclamado por los aliados y se lo llevaron a la Gobernación civil. Él pidió hacer tres llamadas. La primera fue a Bilbao; la segunda, a un tal Lluís Cibills. La tercera fue al alcalde de Osor, cuyo hermano era juez militar. Esos contactos tiraron de los hilos en las catacumbas del franquismo y el gobernador civil le liberó. Lipperheide regresó entonces a Bilbao y se le tragó la tierra hasta el verano del 47. Por Coll hemos sabido que estuvo escondido en la finca Cabañeros de Toledo, propiedad de la familia Aznar Zabala. El 18 de julio le otorgaron la nacionalidad española y quedó fuera del alcance de los aliados".
Se da la circunstancia de que los Aznar Zabala ayudaron también a huir de la Justicia al nazi Reinhard Spitzy, quien salió de Madrid en el año 1943 y se refugió en Santillana del Mar, en Cantabria, gracias a la ayuda de curas cántabros. Pasó dos de los tres años que anduvo huido disfrazado de sacerdote en el monasterio burgalés de San Pedro de Cardeña. Adoptó el sobrenombre de Ricardo de Irlanda hasta que fue trasladado por los propios curas, ataviado con una sotana, hasta Bilbao, y desde allí logró llegar a la Argentina a bordo de un barco de la naviera de los Aznar.
Del puerto de Bilbao salieron para Suramérica cientos de criminales gracias a la logística de la red Odessa, dirigida por Otto Skorzeny. En la ciudad tenían pisos francos y un grupo de colaboradores. Bilbao era en aquella época un lugar de importancia estratégica para la huida de los dirigentes nazis, gracias, entre otras cosas, a la presencia de individuos como los Lipperheide y la red de amigos falangistas con los que se mezclaban en el más literal de los sentidos.
"La endogamia de los miembros de la oligarquía de Neguri alcanza cotas preocupantes para la salud de su descendencia", escribe Antonio Maestre en Franquismo S.A.
"Juan María Aguirre Achutegi se casó antes de la contienda con María Isabel Ybarra. La hija de este matrimonio fue Dolores Aguirre, que contrajo matrimonio con Federico Lipperheide Wicke, quien durante muchos años ostentó la vicepresidencia del Banco de Vizcaya, pero en cuyas raíces hay una historia mucho más preocupante. Su padre, Friedrich Lipperheide Henke, y su tío, José Lipperheide Henke, fueron los principales enlaces empresariales del nazismo en el norte de España. Ambos pusieron su empresa Lipperheide y Guzmán al servicio del Tercer Reich a través de dos sociedades llamadas Hisma y Sofindus, creadas por Johannes Bernhardt".
Cuando el cura alemán José María Huber realiza un escrito pidiendo protección para Federico Lipperheide recuerda, entre otras cosas, que esta había sido presidente durante diecisiete años de la Asociación Católica Alemana de Bilbao. En vista de su compromiso con los valores de la fe católica, Huber no tiene duda de que las acusaciones que le dirigen los aliados son "infundadas y calumniosas".
"¿Calumniosas? Existen muchas pruebas de que los Lipperheide comerciaron con la Alemania nazi", nos dice Font Espì. "Pero Coll nos ha proporcionado evidencias adicionales de que, en efecto, desde las minas de Osor se exportó fluorita al Tercer Reich. Su vinculación con el nazismo fue notoria, lo que hace más moralmente cuestionable la indulgencia con la que les trató incluso cierto sector de la prensa vasca. Por poner otro ejemplo, las sociedades mineras de los Lipperheide se refundaron en 1940 bajo el nombre de una nueva sociedad llamada Unquinesa que aglutinaba todas sus industrias químicas y mineras del país. Pues bien, en ese mismo año en que se suscribió el Pacto de Hendaya, Unquinesa firmó un acuerdo comercial con Unicolor, la franquicia española de IG Farben, que le garantizaba, por ejemplo, un 12% de las ventas de Unicolor en España".
¿Qué significa esto? Como poco, que esos honrados padres de familia nazis, esos emprendedores tan aplaudidos por la sociedad civil, carecían de escrúpulos morales cuando se trataba de ganar dinero. IG Farbenindustrie AG o IG Farben fue un conglomerado alemán de compañías químicas fundado el 25 de diciembre de 1925 como resultado de la fusión de BASF, Bayer, Hoechst y Agfa, entre otras. Inicialmente, producían colorantes, pero pronto comenzaron a investigar otras áreas de la química. Durante la Alemania Nazi, produjeron gas Zyklon B. Los Lipperheide consiguieron crear uno de los mayores grupos químicos del país justamente gracias al respaldo tecnológico de una compañía que utilizaba mano de obra esclava en Alemania.
La fluorita que exportaron y en la que se funda, en parte, la fortuna de esa familia vasco-alemana era un mineral de importancia estratégica para la industria bélica, que se utilizaba, entre otras cosas, para endurecer el acero y los blindajes de los vehículos militares. Posteriormente y hasta la década de los sesenta, tuvo también un papel protagonista en el desarrollo de las bombas atómicas, y entre ellas, la del proyecto Manhattan. Claro que, como decía Federico hijo, en su casa no se hablaba de política.
"Por si alguien albergaba dudas de que los Lipperheide enviaron fluorita al Tercer Reich, Coll nos confirmó que así fue", asegura Marçal Font. En opinión de este librero, sería preciso revisar y refinar los conceptos de responsabilidad en todo lo que atañe no solo a esos crímenes de lesa humanidad, sino a quienes los hicieron posible de forma deliberada.
"A menudo, incluso entre los historiadores, viene a sugerirse a modo de disculpa que este tipo de conductas empresariales fueron el resultado de la presión social y de las circunstancias. Y a renglón seguido se saca a colación la implicación de todas esas conocidas empresas alemanas en los delirios de Hitler. Lo que suele omitirse es que en España casi nadie pagó por ello. Los franquistas entregaron a unos pocos cientos de alemanes, pero protegieron a los empresarios como Lipperheide o como Johannes Berhardt, creador de Sofindus".
Font Espí está en lo cierto. El régimen franquista trató durante años de marear la perdiz de los aliados porque entendía que atender sus demandas no solo reduciría el poder económico alemán, sino que haría pedazos la económia de nuestro país, al que el Tercer Reich estuvo a punto de transformar en una especie de colonia. Los tecnócratas del dictador creían que España se vendría abajo sin la intelligentsia económica germana y presionaron para mantener a salvo a empresarios absolutamente comprometidos con el Führer. España fue también en eso diferente y ni siquiera tras la democracia hubo un especial interés en revisar las responsabilidades de todos esos nazis.
Sofindus llegó a acaparar cerca del 80% de los intercambios comerciales hispano-alemanes. Fue en el 20% restante donde los Lipperheide jugaron sus bazas y fundaron parte de su fortuna. Sin los minerales enviados desde la península, Hitler hubiera sido completamente incapaz de sostener su esfuerzo y su maquinaria bélica hasta 1945 y, por lo tanto, seguir manteniendo a flote sus campos de la muerte.
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