La izquierda abertzale, desde sus inicios, siempre habló en favor de la emancipación de la clase trabajadora, así, sin más.
Quien haya leído teoría socialista o anarquista entenderá que, liberada la clase trabajadora del yugo de la clase dominante se desvanecerán las coordenadas dentro de las cuales se mantiene la opresión sobre la clase trabajadora. Una de esas coordenadas es la conceptualización misma del estado decimonónico europeo; con sus fronteras, sus constituciones, sus himnos, sus banderas, sus héroes, sus mártires, su mitología.
Liberar a la clase trabajadora significaba -y significa- liberar a la clase trabajadora vasca, tan sencillo y a la vez, para muchos, tan complejo.
Hoy, quienes desde la izquierda nacionalista española desdeñaron a la izquierda abertzale se encuentran incómodos pues resulta que desde EH Bildu se ha emplazado al "gobierno más progresista en la historia de España" compuesto por Podemos e Izquierda Unida a garantizar derechos a la clase trabajadora del estado español. O sea, los calificados puerilmente por socialistas y comunistas españolistas como "separatistas vascos" están reventando las costuras implementando a nivel estatal lo que muchos insistieron solo deseaban a nivel "regional".
En ese sentido, La Marea ha publicado esta entrevista en la que tanto el que pregunta como el que responde intentan dar pie con bola, tirando balones a los tejados. Por ejemplo, esa insistencia en "el baile de las siglas" sin mencionar que tanto durante la dictadura como durante "la transición" y "la democracia" los partidos vascos fueron salvajemente reprimidos, pues bueno, retrata nítidamente.
Aquí se las dejamos, para su análisis y debate:
La receta Bildu
El desleimiento progresivo del laberinto de siglas y vocablos que ha sido la izquierda independentista vasca se ha convertido en una sola y potente fuerza que, además, ha permitido sacar adelante medidas clave del Gobierno. El último ejemplo, la ley de memoria democrática.
Pablo Batalla CuetoEn la sede de Alternatiba, en la plaza de la Casilla de Bilbao, no hay ikurriñas, ni arranobeltzas. Su decoración la componen un pequeño cuadro de Angela Davis, otro de Rosa Luxemburgo y una exposición de carteles de la Asociación Trans de Andalucía. No es el repertorio simbólico que alguien esperaría encontrar en el local de un partido soberanista, cofundador, en 2011, de la coalición Bildu, y en 2012, de Euskal Herria Bildu.
Ello nos habla de la diversidad de este haz que agavilla también a la abertzale Sortu, la socialdemócrata Eusko Alkartasuna y un número creciente de independientes, varios de los cuales pertenecieron a la extinta Aralar. Sus militantes emplean con frecuencia la expresión frente amplio, y lo es ciertamente, a la escala vasconavarra, este río cuyos varios afluentes reciben, a su vez, caudales más pequeños: Gorripidea –sucesora de Zutik, unión, en su día, del maoísta EMK y la trotskista LKI–, por ejemplo, entró en la coalición a través de Alternatiba.
Podría haberse esperado, en 2011-2012, que el mucho abarcar poco apretase, y aquella convergencia de fuerzas dispares estuviera condenada a la disgregación. La tendencia, sin embargo, es la contraria: el desdibujamiento de los contornos de las fuerzas fundadoras; el desleimiento progresivo del laberinto de siglas y vocablos eusquéricos que ha sido la cartografía de la izquierda independentista vasca en una sola y potente fuerza, y que en la última legislatura se ha convertido en el salvavidas del Gobierno de coalición de PSOE y Unidas Podemos.
El último ejemplo de ello es la ley de memoria histórica, que EH Bildu se ha comprometido a apoyar a cambio de cinco medidas que serán incluidas en el texto, como el reconocimiento de las víctimas de torturas hasta 1983 o la declaración del Fuerte de San Cristóbal como Lugar de Memoria. «Son medidas que tendrán reflejo en una ley más completa, más ambiciosa y más respetuosa con los derechos humanos», dijo en una rueda de prensa la portavoz del Bildu en el Congreso, Mertxe Aizpurua.
Ion Andoni del Amo Castro (1974) llegó a EH Bildu procedente de las filas de Aralar. Sociólogo de profesión, le preguntamos por algunas de las claves del éxito de la coalición, y también por las tensiones internas que su crecimiento genera.
¿Quién vota a EH Bildu?
Es un voto bastante joven y, en Vizcaya y Guipúzcoa, no muy urbano, sino vinculado a ciudades medias o pequeñas. En Álava, se invierte: EH Bildu es potente en Gasteiz. Y es un voto en el que se mezclan desde perfiles ideologizados hasta un voto sin entusiasmo a lo que se ve como lo menos malo o uno de un perfil más socialdemócrata o socialista o de izquierda que nacionalista radical, que ve en EH Bildu la alternativa más real a lo que hay.
En los últimos años, se detecta una feminización de la imagen del partido similar a la que se da en el Sinn Féin irlandés. ¿Es deliberada? ¿Persigue dulcificar la imagen de EH Bildu, frente al imaginario de tipos duros que caracterizaba a la vieja izquierda abertzale?
En gran parte, sí. El hito fundamental en este sentido fue cuando se escogió a tres cabezas de lista mujeres en las anteriores autonómicas: Maddalen Iriarte por Guipúzcoa, Miren Larrion por Álava y Jasone Agirre por Vizcaya. Se trataba, en efecto, de amabilizar la imagen, algo que ha sido casi una obsesión en los últimos años dentro de EH Bildu, y que ha provocado tensiones. No solo se buscaban mujeres, sino perfiles no excesivamente ideologizados, independientes, de carga política baja. De todas maneras, lo del partido feminizado hay que relativizarlo: la figura del padre, del padrino –Arnaldo Otegi–, sigue teniendo mucho peso político. Él hubiera sido el candidato a lehendakari en aquellas autonómicas si no lo hubieran incapacitado.
Algún interlocutor de estos días me ha comentado su parecer sobre cómo la ilegalización benefició paradójicamente a la izquierda abertzale. Con mucha gente incapacitada para formar parte de listas en 2011, hubo que buscar nuevas caras.
Se realzó a la gente que venía de Eusko Alkartasuna, Alternatiba o Aralar, así como a independientes; en muchos casos, gente joven. Y era gente que, al no estar tan condicionada como candidatos anteriores, era capaz de generar discursos más frescos, con un vocabulario menos fosilizado, con otros contenidos que no fueran solo euskera, presos e independencia. Algo que en los partidos políticos suele costar mucho, que es la renovación interna, aquí vino paradójicamente forzado por la ilegalización, efectivamente.
EH Bildu es hoy capaz de conquistar feudos de otros partidos que parecían inexpugnables. Estamos en uno de ellos: Durango, que lo había sido del PNV. ¿Cómo se consiguió?
Trabajando temas nuevos e implicándose en plataformas ciudadanas; conectando con problemas concretos de la ciudadanía, como la demanda de un parque para los terrenos liberados por el tren. Se hicieron procesos de los que hacen los sociólogos: ir a los barrios, organizar asambleas, hablar con la gente e identificar sus problemas. Se creó un clima de alternativa y sucedieron cosas curiosas, como ganar en el barrio de San Fausto, donde hay sobre todo gente descendiente de la emigración española de los años sesenta y que tradicionalmente había votado socialista.
Frente a la preocupación de la vieja izquierda abertzale por controlar estrechamente los movimientos sociales a los que se vinculaba, ¿ahora la tendencia es a colocarse detrás de ellos?
Hay esa tendencia y hay la contraria; gente que dice que si no controlas estrechamente las plataformas, te las arrebatará Podemos. Hay dos formas de ver EH Bildu.
Un interlocutor de estos días me comentaba off the record su sensación de que está cerca de suceder, si es que no sucede ya, que vote a EH Bildu gente del entorno de víctimas de ETA.
Puede llegar a pasar. Algunas cosas se han superado mucho más rápido de lo que se pensaba: en cuanto la etapa de la lucha armada se acabó, la gente, que llevaba harta de ella mucho tiempo y con ganas de dejarla atrás, la dejó atrás como si hubieran pasado veinte años, cuando habían pasado cinco. Pero, para que lo que comentas pase, EH Bildu tendría que ser más valiente a la hora de abandonar ciertos tabúes, algo que todavía le cuesta. Reconocer que la violencia estuvo mal. Arnaldo Otegi ha llegado a acercarse a ese discurso; el problema es que eso todavía cruje en determinados sectores de la izquierda abertzale. Hay que ir con pies de plomo y eso limita la capacidad de crecimiento hacia determinados sectores. Hay el miedo de que eso pueda desenganchar a algunos sectores, pero yo creo que son mínimos los sectores que se desengancharían, que los que hay ya están desenganchados, y que la ganancia sería mayor. En Durango rompimos tabúes acudiendo a homenajes de víctimas y otras cosas que EH Bildu se negaba a hacer.
En algún momento se habló de la preocupación de la dirigencia de la izquierda abertzale con el crecimiento en su seno del movimiento antivacunas.
Las movilizaciones de Bizitza tomaron mucha fuerza, sobre todo a raíz del pase COVID, y efectivamente hubo preocupación, porque la gente que aparecía en esas movilizaciones era en gran parte votante, si no militante, de EH Bildu. Había distintos perfiles: gente que viene del naturismo, del rollo hippy, del ecologismo esotérico, etcétera, pero también otro conjunto movido por la nostalgia del radicalismo, que es lo mismo que alimenta a GKS. Encontraban aquí un sustituto de radicalidad; algo que enlazaba con clichés de los años ochenta: «televisión, manipulación», «mentiras oficiales», cierta conspiranoia que (con parte de verdad: realmente había mentiras oficiales) fue característica de los discursos de la izquierda abertzale en los ochenta, etcétera.
¿También confrontación con el Estado que determinaba las normas para el combate de la pandemia y con la Policía encargada de aplicarlas?
Sí. Aquí hay un problema de fondo, y es que EH Bildu no ha conseguido ofrecer una radicalidad nueva; una radicalidad no sectaria, sino abierta y pragmática, pero capaz de movilizar y de evitar que surjan cosas raras que funcionen como sustituto de radicalidad.
¿Se corre también el riesgo de una idealización de los años de plomo por gente joven que no los conoció?
En el tema de la música, Simon Reynolds publicó Retromanía, un libro sobre la nostalgia en el pop. Cuando surgieron el reguetón, el trap, etcétera, dejó de haber retromanía. A falta de un discurso de alternativa potente, la gente se entrega a la nostalgia. Está la memoria, que siempre está bien, y la nostalgia, que idealiza un momento del pasado como lo que no fue, descartando sus lados negativos, y es reaccionaria. Sucede un poco eso y el problema no es tanto que el discurso se suavice, como que le falta ambición; que termina por no ser valiente; que se vacía de contenido. La dulcificación se ha hecho muchas veces buscando perfiles políticos bajos, y eso es un error.
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