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viernes, 3 de mayo de 2019

Egaña | Progreso

Les compartimos este texto que Iñaki Egaña ha compartido en su muro de Facebook:


Iñaki Egaña

Ha fallecido recientemente Progreso Mangado Merino, vecino de Sartaguda, el llamado pueblo de las viudas, cuyo padre Narciso fue asesinado un aciago día de setiembre de 1936. A Narciso le llevaron a Ausejo (Rioja) para matarlo y sus verdugos le echaron en cara de que a su hijo le había puesto de nombre Progreso, al parecer una palabra prohibida por la derecha navarra que reivindicaba la matriz cristiana de un Dios cruel y vengativo. Oficialmente, según consta en los papeles, Narciso fue víctima “a consecuencia de la pasada lucha nacional contra el marxismo”.

Ponerle a un hijo de nombre Progreso tiene su mérito, más aún cuando ello supuso la pena de muerte. Algunos pensarán que nombres como el de Mangado Merino eran corrientes entre las comunas libertarias, mientras que el resto daba a sus recién nacidos los nombres del calendario católico o aquellos inventados por Sabino Arana (Josu, Koldo, Kepa, Karmele, Iñaki…) recientemente. Pero no fue así. Narciso era de la UGT. Vicente Lamberto, el padre de Maravillas, la niña violada y asesinada en Larraga, era también de la UGT. La hija del mítico dirigente comunista vasco Jesús Larrañaga se llamaba Rosa Luxemburgo. Vivió en la Unión Soviética y cuando regresó se asentó en Gasteiz.

Pasionaria, Hildegart (en referencia a Hildegart Rodríguez pionera en la reforma de los tabús sexuales), Democracia, Libertad, Esperanza, Fraternidad, Lenin, Darwin… fueron nombres de la época republicana luego prohibidos expresamente por la dictadura. Al igual que toda inscripción en euskara. Las niñas y niños con nombres vascos tuvieron que reformar y castellanizar su nombre. Y en muchos casos, los difuntos de sus sepulturas.

Las referencias anti-coloniales, las progresistas e incluso los mitos históricos han sido habitualmente fuente de nombres para recién nacidos, pero también para centros de encuentro, asociaciones, grupos, sociedades… y comandos de ETA. Progreso, con toda la carga emotiva que llevaba su nombre, no fue excepción.

En la guerra civil, el bando abertzale y también el republicano eligió, a votación popular entre los integrantes de sus compañías y batallones, los nombres de sus entidades. Algunas de ellas serían desconocidas en nuestro tiempo, pero entonces servían como faro a miles y miles de militantes y voluntarios que tuvieron en un nombre o en una crónica histórica su referencia bélica.

Y aquí los tópicos están de sobra. El Partido Comunista vasco alumbró un batallón que llamó “Gernikako Arbola”, el himno histórico de los vascos enunciado por el bardo Iparragirre. Pero como muchos de sus integrantes eran trabajadores de panaderías de Bilbao, cambiaron al nombre al batallón y le pusieron el de “Salsamendi”, un perfecto desconocido para el resto, pero compañero panadero y delegado sindical que defendía sus reivindicaciones ante la patronal. Las Juventudes Socialistas Unificadas eligieron nombres como Stalin o consignas como UHP (Unidos Hermanos Proletarios). También dieron lugar a la mitología: “Dragones”.

Aunque los anarquistas reivindicaron siempre una memoria colectiva, sus batallones tuvieron a sus referencias políticas de nombre: Isaac Puente, el médico de Maeztu fusilado por una treta de la Guardia Civil, Buenaventura Durruti, los norteamericanos Nicola Sacco y Bertolomeo Vanzetti, el italiano Errico Malatesta. Los marinos gallegos anarquistas de Pasaia y Trintxerpe fueron los únicos en romper la tendencia y poner a su batallón el nombre de “Celta”.

Los batallones jeltzales, mezclaron nomenclatura, mito e historia: Kirikiño, Irrintzi, Sukarrieta, Simón Bolívar, Gogorki, Aralar, Itxasalde… El Muñatones tuvo una compañía llamada Salaberri, en recuerdo de un vasco que luchó en las filas del Sinn Féin contra el Ejército inglés. El Jagi tuvo un batallón que se llamaba “Lenago il”, apropiándose del título de una poesía de Sabino Arana. Socialistas y sindicalistas también echaron mano a referencias internacionales y autóctonas: González Peña, Carlos Marx, Pablo Iglesias, Fulgencio Mateos, Guillermo Torrijos.

Ya en época más reciente, y siguiendo probablemente la inercia de la guerra civil, ETA puso a sus comandos nombres de todo tipo. O al revés, quienes formaban un comando, le ponían un nombre para sus comunicaciones. A no ser, como ocurrió en cierta ocasión con el del bertsolari Xenpelar, que el nombre ya estuviera pillado. Federico Krutwig, llamó a los comandos “hirurko” y a los que específicamente se debía dedicar a poner bombas, entonces contra símbolos franquistas, “plastikolariak”.

Los nombres de los comandos de ETA, es decir parte de sus alegorías, estuvieron dedicados, en general, a tres grandes apartados: topónimos (montes y ríos de Euskal Herria), mitología vasca, y nombres de militantes de su organización ya fallecidos. Entre los primeros: Buruntza, Bianditz, Gorbea, Iparla, Udalaitz, Arana, Erreka, Zapaburu, Uztargi, Tontorramendi, Gaztelu, Zuhatza…

La mitología tuvo asimismo su peso. El nombre más destacado fue el de Amaiur, en 1936, el número 19 del Ejército vasco, creado por el PNV. Desde 1977, ETA tuvo nada menos que tres comandos diferentes con el nombre “Amaiur”. Otros: Ipar Haizea, Orbaizeta (la canción de Benito Lertxundi), Askatasun Haizea, Gaua, Arrano, Sugoi, la pareja de Mari con la que tuvo dos hijos: Mikelats y Atarrabi, ambos también nombres de comandos, Ekaitza, Ezuste, Xoxoa: (“Xoxoak galdu du lepoa. Burua, begia, lepoa, xoxua, gaixoa. Nola kanta, nola xirula, nola kanta xoxuak?)", Oker, Aker, Buruhauste?...

Y, como en 1936, el recuerdo de los propios, fallecidos en el conflicto: Eustakio Mendizábal fue recordado en dos comandos: Txikia y Mendizabal. Luego Argala, Ttotto (José Luis Geresta), Gorritxategi (Xabier), Kattu (Erramun Oñaderra), Kirruli (Joseba Asensio), Olaia (Kastresana), Anuk (Xabier Kalparsoro), Otazua (Arkaitz), Irunberri (en recuerdo a Juan Mari Lizarralde y Susana Arregi), Bolueta (Ekain Ruiz, Urko Gerrikagoitia, Zigor Aranbarri y Patxi Rementeria), Imanol, Kroma...






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