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viernes, 31 de mayo de 2019

Egaña | Gladys

Han pasado cuatro décadas y el asesinato de Gladys del Estal sigue impune. Nadie, como por ejemplo en el caso de Iñaki Urrutikoetxea, está insistiendo en llevar un proceso en toda forma en contra de los autores intelectuales y materiales involucrados en su muerte.

Aquí el texto que Iñaki Egaña le ha dedicado en su muro:


Iñaki Egaña

Estos días se cumplen 40 años de la muerte de Gladys del Estal a manos de un funcionario del Estado, un guardia civil que años más tarde fue condecorado por un gobierno socialista. Al margen de su muerte violenta, como otras tantas impunes, Gladys se ha convertido en el icono de una época que para quienes la vivimos tuvo la trascendencia de ser parte de nuestro propio recorrido. Parte también de un camino colectivo que, a pesar de no alcanzar aquellos objetivos por lo que nos movilizábamos, nos permitió llegar a nuestros días con las esperanzas sino intactas sí salubres.

Me duele el corazón cuando evoco que a Gladys se le paró la vida con apenas 23 años. Y que hoy, de haber continuado en aquella pequeña empresa en la que trabajaba como programadora informática y de haber conservado su aliento, se hubiera podido jubilar. Con las penalizaciones que graban a los que lo hacen a los 63 años, pero ya definitivamente. Y, probablemente, como tantos otros de su generación, estaría detrás de una pancarta de esas que reivindican pensiones dignas, de las mínimas de 1080 euros.

Porque esa es la mayor congoja que nos asalta cuando llega la fragancia de la mención de Gladys al reunirnos cada año en ese parque con su nombre, copado por majestuosos ginkgos, sequoias y robles centenarios. Sus entonces 23 años. Han sido 40 años de peleas, de buenos y malos periodos. Los mismos de nuestras vidas. Los que se perdió Gladys, pero los que ayudó a marcar de rojo el calendario.

Hace ya unos años cayó en mis manos un texto lejano escrito por una novelista jamaicana. “Mujeres poco corrientes”, de Vernella Fuller. Mujeres que recuperaban el pasado para tejer el futuro. Y no sé por qué extraña relación, la evocación de Gladys me ha traído al presente las letras de Fuller, los recuerdos de aquel pasado anterior, los de su padre Enrique, miliciano del batallón Meabe, exiliado en Venezuela tras la guerra contra el fascio en 1936. Y los de ese futuro que construimos en pequeños sorbos.

Y resulta, Gladys, que 80 años más tarde de la explosión vital de tu padre y los de tu generación frente a la intolerancia por vivir, 40 años después de que aquel insensato e impune guardia civil te segara de un tiro la juventud, hemos dado algunos pasos ilusionantes. A los de la generación de Enrique les hemos devuelto al lugar de la historia que merecían. Ya sé que quizás demasiado tarde. Pero aquello que perdieron lo convirtieron, lo hemos convertido, en victoria. Hoy somos más antifascistas que nunca, a pesar de que nos llenen las calles de Orereta, Ugao o Altsasu de banderas gamadas.

Hoy, mi sentida Gladys, las centrales nucleares son pasto de las berzas, de la nada. A menos en nuestro territorio. Ni en Tudela, ni en Lemoiz. Sé que el coste fue brutal, que nuestra deuda con vosotros es enorme. La gasteiztarra Ernestina de Champurcin escribía desde el exilio mexicano, un poco más al norte en latitud que el vuestro venezolano, aquello de “mientras, llueven pedazos de cielo desteñido”. Entre la nostalgia y el desaliento.

Con muchos reparos, Gladys. Tu optimismo desbordaba y el nuestro se contagió. Es cierto, os quitaron los colores, acunaron un entorno en blanco y negro, como aquellas temidas siluetas que nos intentaban vaciar la ilusión. Aquí seguimos, sin embargo. Recomponiendo esos colores. Hoy, aquellos augurios nucleares para Nafarroa, han desaparecido del mapa, y el uranio se ha convertido en la fuerza del viento, en los molinos que hace vibrar el cierzo de la Ribera.

No puedo ocultarte que los pájaros de la muerte, los descendientes de aquellos que bombardearon Gernika, siguen ejercitando en ese cielo desteñido que asola el campo de entrenamiento en la Bardena. Pájaros de la muerte, pájaros de muerte que afilan sus uñas en nuestra tierra, otrora hogareña, para luego lanzar toneladas de hierro y acero en lugares lejanos como Irak, Afganistán, Yemen, Libia o Siria. Para matar jóvenes como tú, Gladys. Para acallar para siempre a niños sin destetar, a adolescentes cuya esperanza no llegó siquiera a la segunda letra.

Perdona el atrevimiento. Porque los milicos siguen matando al por mayor e incluyen a mutilados y cadáveres en un indefinido apartado de “víctimas colaterales”. Pero esos milicos los hemos arrastrado a las antípodas de nuestra vida. A pesar de la fuerza que tienen para condicionarla. Y están en las antípodas porque toda una generación de jóvenes se negó al servilismo del servicio militar. Sufrieron prisión, consecuencias irreparables como aquel otro joven Unai Salanueva, con quien compartes nuestra memoria. Pero ganaron. Nos queda aún echarlos de la Bardena.

Tu imagen con la bicicleta en la marcha que partía del Bulevar fue también icónica, Gladys. Y sabrás que hoy somos mayoría, que nuestra ciudad salitrada por vuestra memoria, está plagada de “bidegorris”. Que las bicicletas son para todo el año.

Que adelantamos el paso para, superadas las nucleares, concienciar sobre el cambio climático por la acción depredadora humana. Que los globos que sustentabas en tu manillar de ensueños se desplazan al abrigo de los vientos favorables, y compiten con las rapiñas que planean sobre cemento, incineradoras y humos cargados de azufre.

Gladys, ya son 40 años, cómo corre la agenda, y no hemos vuelto a la luna. Afortunadamente. Porque aquí seguimos, pateando los lodos de este planeta, denunciando sus injusticias y meciéndonos con el cariño de nuestros amigos, el olor del musgo húmedo, escuchando el canto del cuco, del cuclillo, que si bien no tan numeroso como cuando paseabas por los bosques del Baztán, todavía se deja oír al entrar la primavera.

Hemos tenido hijos, Gladys. Y alguno de nosotros ya es abuelo. No sé qué hubiera sido de ti, de tu maternidad. No lo tengas en cuenta. Porque bien saben ellos, los que nacieron y crecieron en estos cortos 40 años, que son también tus hijos, tus nietos. Con la entonación de que la vida no corre para ti Gladys. Porque para nosotros siempre tendrás aquellos maravillosos 23 años.






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