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sábado, 4 de julio de 2015

Gladys por Siempre

El pueblo vasco preserva una relación muy especial con el espacio geográfico en el que se encuentra.

Es su Ama Lur. 

La joven vasca Gladys del Estal lo entendía así y eso la convirtió en enemiga del régimen español que recién había cambiado de piel.

En la página del Periódico Diagonal se ha publicado esta remembranza de Gladys:


El movimiento antinuclear vasco se vio sacudido por el brutal asesinato de la joven Gladys del Estal a manos de un guardia civil en 1979.

Martin Anso

El 3 de junio se cumplieron 36 años desde que el guardia civil José Martínez Salas mató de un disparo en la cabeza a la ecologista donostiarra Gladys del Estal. El hecho tuvo lugar en Tudela, a donde la joven había acudido para participar en la Jornada Internacional contra la Energía Nuclear.

No es un aniversario redondo, de los que acaban en cero o cinco, pero no por ello la organización Eguzki, surgida en 1987, fruto de la confluencia de los Comités Antinucleares de Euskadi con otros grupos, ha permitido que la fecha pase desapercibida, y, para ello, ha organizado un año más un acto de recuerdo en Donos­tia. Tampoco en Tudela ha faltado un homenaje, coincidiendo con una nueva edición de la marcha contra el polígono de las Bardenas.

Sabino Ormazabal, veterano mili­tante de los Comités Antinu­cleares, recuerda bien el contexto en el que se produjo la muerte de Gladys: “En marzo de 1979 había tenido lugar el accidente de la central de Harris­burg, uno de esos accidentes, con fusión parcial del núcleo incluida, que la industria insistía en calificar como imposibles, y que luego se han repetido con efectos devastadores en Chernobil y Fukushima. Ante la gravedad de los hechos, organizaciones de todo el mundo se reunieron en Suiza y decidieron declarar el Día del Medio Ambiente de ese año como Jornada Internacional contra la Energía Nuclear, tanto en su faceta civil como militar”.

Este último matiz es importante, porque es el que explica que Gladys se encontrara aquel día en Tudela. Y es que los Comités Antinucleares habían decidido centralizar aquella jornada en la capital de la Ribera, ya que, por una parte, estaba afectada por uno de los cuatro proyectos de centrales que amenazaban entonces el país (los otros eran los de Lemoiz, Deba e Ispaster, todos en la costa) y, por otra, por el campo de tiro militar de las Bardenas.

Aquel 3 de junio, miles de personas se concentraron en Tudela dispuestas a participar en una jornada festivo-reivindicativa, que contaba con autorización gubernativa. Una de aquellas personas era Gladys, de 23 años. Había llegado desde el donostiarra barrio de Egia en uno de los autobuses que ella misma había organizado. Porque Gladys era miembro del Grupo Ecologista de Egia. Sus amigas la recuerdan siempre activa: trabajaba como programadora informática, estu­diaba Quí­mi­cas, impartía educación ambiental a un grupo de chavales... “En fin, no paraba”.

Sin que a día de hoy se sepa exactamente por orden de quién o por qué, aquella jornada se tornó en tragedia. Los concentrados se hallaban junto al Ebro, disfrutando todavía de la comida al aire libre, cuando un mando de la Policía Armada les dio tres minutos para disolverse. Inmediatamente comenzaron los pelotazos y los botes de humo. La gente empezó a replegarse hacia el lugar donde habían aparcado los autobuses. En medio del caos provocado por la intervención policial, algunas personas, entre ellas Gladys, se sentaron en la calzada. “Un grupo de guardias civiles llegó abriéndose paso a culatazos –recuerda Fito Rodríguez, testigo de los hechos–. Uno de ellos, armado con una metralleta, se acercó a Gladys por detrás y sonó un disparo. Mientras les gritaba ‘¡estáis locos!, ¡estáis locos!’, la cogí entre los brazos. La sangre manaba a borbotones. En medio del caos y los golpes, una mujer que iba en coche paró. Metimos dentro a Gladys, como pudimos, y la llevamos al centro de salud. Pero ya era demasiado tarde”.

La versión oficial afirmaba que Gladys había forcejeado con el guardia para arrebatarle el arma y ésta se había disparado fortuitamente. Insistía también en la nacionalidad venezolana de la víctima. “No es más que un detalle de aquella tragedia –concede Rosa Estela, amiga de Gladys–, pero todavía me enerva recordarlo. Sus padres, Enrique y Eugeni, eran donostiarras que, como consecuencia de la guerra, habían terminado en Venezuela (Enrique había sido miliciano del batallón Meabe de las Juventudes Socialistas). Allí nació Gladys y, siendo aún una niña, la familia había regresado a Donostia. Pero los medios del régimen insis­tían en que era venezolana, como si quisieran dar a entender que era una ‘infiltrada’ pagada por el oro de Moscú o vaya usted a saber qué”.

La ola de repulsa por la muerte de Gladys fue inmensa, y la represión, feroz. Fue por aquellos días cuando, en el marco de una asamblea popular en Egia, se decidió rebautizar con el nombre de Gladys Enea el parque del barrio. El Ayuntamiento nunca ha aceptado oficialmente el cambio, pero, en atención a aquella decisión asamblearia, son muchos los donostiarras que hoy día denominan al parque Gladys Enea, y el primer acto de los homenajes en memoria de Gladys suele consistir precisamente en cambiar, siquiera simbólicamente, el nombre del parque.

Condenas menores

Tras aquellas trágicas jornadas de junio de 1979, vino un juicio que se saldó con una condena de 18 meses de prisión menor, por imprudencia, para el guardia José Martínez Salas, que, en la práctica, no llegó a pisar la cárcel. El episodio ni siquiera debió de empañar demasiado su hoja de servicios, pues unos años después fue condecorado en un acto que tuvo lugar precisamente en las Bardenas. Fito Rodríguez lo tiene claro: “¿Im­punidad? Toda. ¿Que si hay víctimas de primera y de segunda? Y de tercera y de cuarta y hasta de ínfima categoría, como Gladys”.

Desde aquel día de junio de 1979, los ojos del puente sobre el Ebro que fueron testigos de la muerte de Gladys han visto pasar mucha agua río abajo. El país ha cambiado y, con él, aquel pujante movimiento antinuclear que marcó una época. Pero no por ello las cuestiones que genéricamente cabe calificar como ambientales han dejado de estar en primerísima línea de la actualidad política y social vasca. Tras la paralización de Lemoiz, llegaron luchas tan notorias como la de la autovía del Leitzaran o el pantano de Itoiz, arropadas por un sinfín de iniciativas que no por haber alcanzado menor eco han dejado de ser fundamentales en la evolución del movimiento ecologista vasco, y en las que la memoria de Gladys no ha estado nunca del todo ausente. Al respecto, Arantza de Ocio, miembro de Eguzki, advierte: “Nosotros no rendimos culto a Gladys como si de una santa laica se tratase. Lo que hacemos es recordarla porque fue una de nosotros y nosotras y porque no debemos permitir que algo así se olvide. Pero sobre todo la recordamos porque las razones que la llevaron a Tudela aquel fatídico día siguen vigentes en las luchas actuales, ya sea contra la reapertura de Garoña, contra el TAV o contra el fracking. Nuestro recuerdo de Gladys no está anclado en el pasado, sino en el presente y, sobre todo, en el futuro, pues, como solemos repetir, no en vano la mataron por defender el agua, el sol y la libertad. ¿Y quién puede poner en duda que son valores de futuro que debemos preservar?”.







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