Gara nos proporciona una minuciosa exploración del estatus actual del proceso de paz unilateral iniciado en el Palacio de Aiete hace ya dos años:
Los representantes municipales y expertos de todo el mundo que han acudido a Donostia para participar en la conferencia internacional seguramente estarán muy sorprendidos de que dos años después de la Declaración de Aiete el Estado español siga absolutamente reacio a implicarse positivamente en el cierre del último conflicto armado en esta parte de Europa. Aunque es probable también que uno de los motivos que más les ha animado a acudir a Euskal Herria sea conocer in situ un proceso que avanza desde la unilateralidad exclusiva, lo que lo convierte en un modelo muy novedoso y peculiar, como han remarcado ya varios expertos internacionales.Su extrañeza habrá aumentado quizás al conocer que, precisamente hoy, se cumplen cuatro años desde que los principales líderes de esa estrategia unilateral fueron encarcelados, y ahí siguen pese al tiempo transcurrido, la evolución de los acontecimientos, la constatación palmaria de las absurdas acusaciones policiales y el dato objetivo de que las condenas están ya muy avanzadas y sus recursos han sido admitidos a trámite (de hecho, se acercan ya al tiempo de cumplimiento de Enrique Rodríguez Galindo, condenado por dos secuestros y muertes). El caso de Arnaldo Otegi, Rafa Díez, Miren Zabaleta, Sonia Jacinto y Arkaitz Rodríguez es clarificador. Y esta semana el Estado buscará una imagen parecida en los juicios contra Herri Batasuna y los jóvenes independentistas. Demencial, sin duda, visto desde dentro y desde fuera.Probablemente el estupor de los participantes en la conferencia alcanzara un grado máximo el jueves pasado, en la primera sesión, al comprobar cómo varias fuerzas políticas criticaban o se desentendían de esta iniciativa, y al constatar cómo algunas víctimas concretas de ETA trataban de boicotearla a la vez que esa cuestión, la de las todas las víctimas del conflicto, se convertía en preocupación principal de la conferencia y su impulsor principal, el alcalde de Donostia, abría la cita con un minuto de silencio. «¿Qué quieren?», se habrán preguntado, «¿que Juan Karlos Izagirre piense como ellos? Si así fuera la mayoría de sus conciudadanos les hubieran votado a ellos, no a Bildu, ¿no?». Parece lógico, pero es que en este tema hay gente dedicada enteramente a luchar contra la lógica y el sentido común.Reaccionarios que refuerzan al adversarioLa unilateralidad no es la única característica propia del actual proceso vasco. También lo es, quizás más marcadamente aún, el modo en que el otro bando intenta torpedear la esperanza y el deseo mayoritarios, hasta el punto de situar una iniciativa tan sincera y humilde de impulso a la solución pacífica como una aventura sospechosa de la que conviene distanciarse por si acaso. Siguiendo con las sorpresas, resultaba elocuente el modo en que el alcalde de Boise (Idaho), David Bieter, relataba su estupefacción al comprobar hace una década que el representante del PP Javier Rupérez negara que en Euskal Herria existiera un conflicto político y lo relegara a una cuestión policial. Llegados a 2013, la ceguera del PP es aún mayor: siguiendo el falso argumentario de Rupérez, aun cuando solo fuera una cuestión policial, debería cerrarse con un proceso ordenado que abordara sus consecuencias (armas, víctimas, presos...). Pero incluso esa trinchera la ha abandonado el Gobierno español, y arrastrado por él, el francés.Así las cosas, iniciativas como esta de Donostia, que de antemano no tenían mayores pretensiones, terminan convirtiéndose en catalizadores de ilusión y símbolos de avance, hasta quedar como un pequeño éxito. Como narraba el propio Bieter, otro tanto ocurrió en 2002 en Idaho: fue aquel rechazo en tromba del PP el que terminó dando mayor eco a una declaración por la autodeterminación que seguramente nunca habría sacudido a la opinión pública vasca y española desde aquel estado del lejano oeste norteamericano.Liderazgo local, compartido y fructíferoLlegados a este punto, conviene preguntarse si esos lobbys encastillados en el statu quo son tan poderosos como parece. La cita de Donostia ha mostrado que no. Que la paz se haya convertido en un objetivo despreciado y estigmatizado para ciertos sectores solo se puede entender desde el temor a un nuevo escenario en el que sus razones políticas queden a la intemperie. Su voluntad de presión y bloqueo es proporcional a su debilidad política. En el lado opuesto, siendo los participantes de la conferencia tan diferentes en origen, vivencias y posturas políticas, para todos la paz es un valor positivo que conviene trabajar, aunque para ello haya que cruzar un océano, en algunos casos físico y en otros ideológico o incluso vital. La sociedad valora esos esfuerzos y rechaza las excusas.En Donostia se ha evidenciado también que los gobiernos estatales inmovilistas y los autonómicos pasivos y contemporizadores no son las únicas instituciones con competencia para trabajar esta cuestión. De hecho, la realidad es que en materia de reconciliación los pasos más firmes y positivos hasta ahora han venido de iniciativas municipales como Eraikiz en Errenteria o de dinámicas marcadamente personales, como la de Glencree. Una de las características de esas iniciativas es que aportan un liderazgo y un protagonismo compartido. Justo lo opuesto a los intereses partidarios. Hay discursos políticos que solo se pueden sostener mirando a la cámara, no mirando a los ojos del vecino. Frente a discursos armados sobre intereses particulares, la lógica y el sentido común son menos vulnerables en ese otro nivel, local, cercano, civil, obligatorio. Los nostálgicos, los enemigos de la paz, tienen menos margen ahí. Lo cual ofrece un margen fabuloso para implementar desde abajo lo que otros intentan bloquear desde arriba.
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