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jueves, 16 de abril de 2009

Buenas Razones

El estado español, al que propios y extraños gustan considerar como una democracia ejemplar, es el único que descaradamente castiga a los familiares y seres queridos de los presos políticos. Comienza mal al negar de tajo que siquiera existan presos políticos en sus cárceles, y entonces uno se pregunta, si los presos vascos no tienen carácter político entonces, ¿cómo explicar el conjunto de medidas diseñadas exclusivamente para ellos?

Se cumplen 20 años a partir de que a pedido y sugerencia del PNV el estado español comenzara a dispersar a los presos políticos vascos, este escrito al respecto ha sido publicado en Gara:

Oihana Llorente | Periodista

750 razones por las que seguir el viaje

El fin de semana está a la vuelta de la esquina y hay que empezar a organizarlo todo. Las previsiones anuncian nieve y granizo. Mal presagio para un largo viaje.

Los mismos nervios y las ganas arriban la víspera. Pese a llevar años viajando al mismo lugar, nunca cambian las sensaciones; siempre anhelando ir, y una vez allí, deseando salir.

Cuando toda la ciudad duerme emprenden el camino. Esas horas en el que el silencio se adueña de la noche son las más tranquilas y la niña consigue adormilarse. Un poco de tregua, tras la habitual kasketa por el madrugón. Pasan las horas y ahí siguen, diminutas entre los camiones, y atentas al horizonte, 900 kilómetros las separa de su destino.

El chirrido de un motor quebranta la calma. Un vehículo se estampa contra la mediana y brotan las llamas. El pulso se acelera y la niña grita, pero todo ha pasado. Vuelve la tranquilidad. Una vez más se han escapado de esta ruleta de la muerte. ¿Hasta cuando?

El cansancio emerge en ella, pero no hay tiempo que perder. La alambrada anuncia ya la meta. Se adentran nerviosas ante la atenta mirada de los hombres de azul. Los carnés, el detector, los impedimentos, las prohibiciones... buscan crispar el ánimo, y lo consiguen. La niña se asusta y llora, la madre no consigue callarla.

Lo ven y el enfado se esfuma como por arte de magia. Allí está. La niña corre y besa el amarillento cristal que la separa de su aita. Él sonríe y responde con una caricia que la niña no llega a sentir. Unas lágrimas asoman en sus ojos. Es feliz.

Cuarenta minutos. Tan sólo ese espacio de tiempo compartido es suficiente para que el viaje haya merecido la pena. Y para que vuelva a merecerla, una vez tras otra, durante 20 largos años.

Ni la nieve, ni el coste económico, ni siquiera el saber que cada quince meses un familiar no vuelve de esa siniestra aventura hacen que nadie se ausente, y es que existen más de 750 razones por las que viajar.

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