Este artículo ha sido publicado en el Diario de Gipuzkoa:
El día más largo de Matxitxako
El 5 de marzo de 1937, el Golfo de Vizcaya presenció su combate más sangriento y recordado de la Guerra. Tras hora y media de fuego cruzado, el bou Nabarra fue hundido. El valor exhibido, sin embargo, les concedió a sus supervivientes el perdón enemigo
Fue el primero que cayó. Francisco Fernández García, más conocido como El cubano por su etapa anterior en aquel país y destinado en el bou Nabarra como engrasador, fue la primera de las 29 víctimas mortales que dejó en aquel buque el llamado Combate de Cabo Matxitxako . Gallego de nacimiento aunque guipuzcoano de adopción, esa tarde, la del 5 de marzo de 1937, observaba la batalla desde cubierta apoyado en una barandilla. En uno de los ataques, una de las granadas lanzadas desde el crucero franquista Canarias impactó en su barco y, tras partirse en varios fragmentos, le dio de lleno en el vientre. Fue su final.
"Tuvo muy mala suerte", reconoce Paqui, su única hija, a la que Francisco ni siquiera llegó a conocer porque falleció cuando a su mujer aún le restaba mes y medio para dar a luz. Acompañada de Juan Azcarate, uno de los supervivientes de aquella Marina de Guerra Auxiliar de Euzkadi, esta pasaitarra relata con entereza la vida de su padre, ésa que desconoció durante años y de la que ha ido enterándose en las últimas décadas. "Mi madre nunca me dijo nada. Era una especie de tema tabú, casi no se hablaba de ello. Fue a partir de una información que nos llegó a casa cuando comencé a saber cosas, a interesarme y a hacerme con toda la documentación posible al respecto. Hasta ahora", explica.
la batalla, primera parte
Tropiezo inesperado en alta mar
Desde aquella primera referencia, muchas han sido las claves que ha ido descubriendo sobre su padre y sobre aquel combate maldito. Ahora, Paqui sabe cómo se desarrolló la historia. Sabe que, el día anterior a la batalla, el Nabarra fue uno de los cuatro bous -junto al Bizkaya , Gipuzkoa y Donostia - que salieron de Bilbao para escoltar al mercante republicano Galdames , que había partido horas antes desde Baiona con 173 pasajeros, tres toneladas de monedas de níquel acuñadas en Bélgica para el Gobierno Vasco y carga general. Y sabe que, aunque no participó en un inicio en el cruce de cañonazos, el barco en el que iba Francisco fue el que finalmente libró la mayor parte de la batalla.
Debido al mal tiempo y a que iban con las luces apagadas y la radio en silencio, según precisa el historiador Juan Pardo, el Gipuzkoa y el Bizkaya perdieron contacto con el resto del grupo y se encontraron, ya al amanecer, con el Canarias , el buque más potente de la Marina Nacional. Había zarpado desde El Ferrol con el fin de impedir la entrada en puerto tanto del Galdames como del Mar Cantábrico -que trasladaba un importante cargamento de armas desde México- y consiguió avistar al Gipuzkoa a veinte millas de Matxitxako. Fue el principio del combate más sangriento que vivió la flota vasca.
Tras desmontar su cañón de popa y provocar un incendio en el puente, el Canarias mató a cinco tripulantes e hirió a otros doce del bou guipuzcoano, que en su defensa causó también un muerto y un herido. Fueron las primeras bajas que dejó el combate. "El Gipuzkoa logró escapar y entrar en Portugalete porque, mientras le perseguía, el Canarias se puso al alcance de los republicanos, que le dispararon y le obligaron a retirarse", interviene en el recuerdo de los hechos Juan Azcarate.
la batalla, segunda parte
Antes muertos que vencidos
Él no participó en el combate -el bou Araba no llegó a abrir fuego durante la Guerra-, pero en repetidas ocasiones ha escuchado el relato contado en primera persona. Y la historia, rememora, tuvo una segunda fase. Porque, con el Gipuzkoa en puerto y el Bizkaya a salvo (logró eludir al enemigo y aprovechó la situación para liberar a un mercante estonio que transportaba armas para los republicanos y había sido apresado), el Canarias se topó con lo que había quedado del convoy vasco: el Galdames , escoltado por el Donostia y el Nabarra y, desde hacía unas horas, también por otros dos pesqueros que se habían encontrado con el conflicto cuando regresaban de faenar.
Y así, sin demasiado tiempo para preparar una estrategia, se desarrolló esa segunda batalla. El Canarias mató a cinco tripulantes (tres de ellos niños) del Galdames , que izó la bandera blanca; y disparó al Donostia , que se alejó, y al Nabarra , que pese a la desigualdad de fuerzas prefirió presentar batalla antes que rendirse (momento que utilizaron los dos pesqueros que acababan de llegar para resguardarse).
Y no se defendió mal el Nabarra , que sólo cedió cuando, tras hora y media de enfrentamiento, recibió un impacto directamente en sus calderas. Ya sin propulsión, tuvo que ser abandonado, excepto por varios tripulantes (entre ellos el comandante) que optaron por quedarse a bordo y hundirse con el barco. En total se salvaron 20 personas, que alcanzaron los botes salvavidas pero fueron recogidos poco después por el buque sublevado, que más tarde apresó también al Galdames y al Mar Cantábrico .
El heroico comportamiento de los marinos que conformaban la tripulación del Nabarra, sin embargo, no fue en balde. Al contrario, explica Juan Pardo, salvó las vidas de sus supervivientes. La intercesión directa ante Franco del comandante y el director de tiro del Canarias hicieron que se les indultara y pusiera en libertad, en reconocimiento a su valentía.
la batalla, tercera parte
Victoria en la derrota
Con el tiempo, aquella derrota se convirtió en una auténtica victoria moral entre la flota y la población vascas y en una épica gesta destacada por la prensa. Cuarenta años después, de hecho, en memoria de los caídos el 5 de marzo de 1937, el Gobierno Vasco instituiría el Itsas Gudarien Eguna , que suele celebrarse el primer domingo de marzo. Es un homenaje a los que vivieron pero, también, a los que murieron. A todos, porque lucharon aún sabiéndose un blanco fácil.
Entre ellos, Francisco Fernández García, El cubano . "Había sido pescador, uno de ésos que viajaban a Terranova. Cuando entró en la Marina Vasca, al poco de iniciarse la Guerra, estaba recién casado", recuerda su hija, aún dolida por la mala suerte que tuvo su padre. Tras su muerte, ella volvió con su madre a su Pasaia natal, donde vivió bajo el cuidado de unos tíos (muchas de sus propiedades habían sido confiscadas y su madre tuvo que irse a trabajar a Zarautz).
Hace algunas décadas, Paqui sólo podía hablar de la historia de ellas dos. Ahora, gracias a la documentación que ha leído y recopilado y a las voces que ha escuchado (la Asociación Matxitxako de Familiares y Amigos de Miembros de la Marina de Guerra Auxiliar de Euzkadi reúne cada año a supervivientes y allegados de los combatientes), puede hablar también de la de Francisco.
Y, entre los testimonios de primera mano que ha ido recogiendo, figura el de Juan Azcarate. Nacido en Bermeo e igualmente arrantzale de profesión, se apuntó voluntario a la Marina -que entró en funcionamiento en octubre de 1936- y quedó enrolado en el bou Araba . "Nos dedicábamos a escoltar a otros barcos, varios de ellos procedentes de Francia. Solíamos salir de noche y andábamos a menudo justos de carbón. A mí me tocó estar con la ametralladora, pero no llegamos a entrar en combate. Por lo demás, era una vida más o menos normal. Había comida y buen ambiente. Uno se acaba haciendo a la Guerra, aunque, a decir verdad, había algo a lo que era difícil acostumbrarse: los bombardeos de los aviones alemanes. ¡Aquello sí que era un sufrimiento!", responde Juan cuando se le pide que evoque aquellos días en aguas cantábricas.
la batalla, cuarta parte
Mantener el recuerdo
A punto de cumplir 87 años, este bermeotarra recuerda con nitidez cómo se forjó su camino en los tres años en los que se prolongó el conflicto civil. Tras formar parte de la tripulación del bou Araba , fue enviado al José Luis Díez de la Armada Republicana, con el que sí entró en lucha contra un barco alemán. Salió, a pesar de ello, vivo, y emprendió un largo recorrido que, tras llevarle a Asturias y Barcelona (trabajó en el servicio antiaéreo), le condujo, ya cuando acabó la Guerra, a un campo de concentración masivo (había decenas de miles de personas) en la localidad gala de Argeles. Huía junto a otras miles de personas y fue interceptado en la frontera franco-catalana. Tras un tiempo allí, y previo paso por otro campo similar en las proximidades de Irun, regresó a casa.
Hoy, su historia es una de las casi mil que conforman el pasado marino de la Guerra en Euskadi. Su voz habla por las de todos los que estuvieron con él. Y lo hace para todos los demás. Para que no se olvide.
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