Ahora que los consorcios mediáticos internacionales repiten ad nauseum la captura de otro "número uno" sería bueno preguntarse cuanto dinero paga anualmente Madrid a estos mercenarios de la comunicación para que en el ámbito mundial no se conozcan situaciones como la descrita en este texto publicado en Gara:
Martin Garitano | Periodista
Un sentido homenaje
Sigo con interés la polémica abierta en Iruñea en relación a la plaza dedicada al Conde de Rodezno y el denodado interés de la alcaldesa Barcina en mantener el homenaje público a tan siniestro individuo. Y es que hace falta rascar bien poco para que el barniz democrático de los fascistas se descascarille. Conozcamos al personaje.
Tomás Domínguez de Arévalo, conde al que homenajean cada día Barcina y su tropa, acredita un palmarés digno de los más denostados criminales nazis. Fascista de convicción («somos sustantivamente antiparlamentarios y no podemos sentir más que sustantiva desafección al sistema electoral vigente»), político más que activo contra las reformas progresistas de la II República, enemigo declarado del campesinado navarro y fanático en su cruzada contra la igualdad de derechos entre mujeres y hombres, el conde de Rodezno tuvo el dudoso honor de ser nombrado ministro de Justicia (¿?) en el primer gobierno de Franco. Desde ese cargo firmó más de 50.000 órdenes de ejecución. Con su rúbrica fueron asesinados decenas de miles de hombres y mujeres afectos a la causa de la libertad, al nacionalismo, al progreso, al igualitarismo, a los derechos civiles y políticos. Dirigentes y militantes políticos y personas sencillas cuyo único delito era haberse alzado contra los golpistas, no haberlos secundado o, sencillamente, ser objeto de envidia de algún falangista cunetero fueron acribillados a tiros cuando y donde él determinaba. Tomás Domínguez de Arévalo fue el encargado de firmar todas esas sentencias de muerte. Y por ello le premió Franco al nombrarlo Grande de España, si es que en esa España siniestra algo podía ser grande más allá del dolor y la barbarie.
Hoy Barcina y los suyos lo añoran y honran con una plaza y una sala de exposiciones. Aunque lo traten de maquillar de manera infantil. Lo añoran por lo que fue, por lo que hizo y le agradecen la herencia recibida. Tomás Domínguez de Arévalo, con la capa condal teñida de sangre de mujeres y hombres honrados, merece el homenaje de Barcina y los suyos. Pero que nadie se alarme. A esos no les aplicarán la Ley de Partidos. Tampoco lo harán con su admirado Manuel Fraga Iribarne, otro ministro de Franco que no ha dudado en asegurar que los criminales del Batallón Vasco Español mataban a vascos «para defender sus vidas, sus intereses y los de España». Aquí nos conocemos todos.
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