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jueves, 21 de febrero de 2008

Más Altos que Nunca

Este escrito ha sido publicado hoy en Gara:


Amparo Lasheras | Periodista

Dignidad frente a desvergüenza

En la sociedad actual los políticos constituyen una clase». Esta idea, no exenta de cierto cinismo, la defendió en una entrevista, hace treinta años, Jesús Viana, político alavés de la transición, por aquel entonces presidente de la UCD en el País Vasco y parlamentario en la Cámara vasca.

En su momento aquella idea me sorprendió y en cierto modo me confundió. Quizás por eso nunca la he olvidado y durante todos estos años ha funcionado en mi memoria como un catalizador a la hora de observar las actitudes de los políticos. Al crecer en la dictadura franquista, en una familia de izquierdas y anarquista, lo que me habían enseñado acerca de los políticos nada tenía que ver con esa frase. Mi referencia se relacionaba más con la honestidad, el compromiso, el trabajo, la coherencia y, sobre todo, la dignidad de ser y defender todas aquellas ideas por las que habían sido elegidos y que, de alguna manera, contribuirían a crear una sociedad más libre y más justa. Un concepto idealista que nunca he desechado y en el que hoy me reafirmo, convencida de que ni entonces ni ahora me he equivocado.

Sin embargo, debo reconocer que la idea de Viana respondía a un concepto nuevo de político descreído, creado en las estructuras de la derecha moderna y que hoy se ha estandarizado en todos los estamentos del quehacer político, también en Euskal Herria, formando una «clase» en la que se unen los intereses públicos, de partido y privados en una conjunción de poder que beneficia sobre todo a la estrategia de los dos últimos.

Escribir sobre ellos o sobre el cinismo ilustrado, si puede llamarse así, con que gestionan y controlan la vida de Euskal Herria sería suficiente para denunciar la elite donde se han instalado como una clase privilegiada en la que descansa no la dignidad de la voluntad popular, sino la prepotencia del poder que les otorga el sistema.

Pero no es ésa la intención de este artículo. Mi objetivo es más sencillo. Quiero llamar la atención y mostrar mi consideración hacia los otros políticos. Los que no pertenecen a una «clase» especial, los que respetan la confianza y defienden los derechos de su pueblo y de quienes les han elegido. Los que, todavía, se preocupan y piensan que luchar por la libertad y trabajar por un cambio social es una responsabilidad ineludible que hay que afrontar a pesar de la represión, de las leyes arbitrarias, las ilegalizaciones y la cárcel. En definitiva quiero reivindicar que aquello que me enseñaron sobre la dignidad de los pueblos y de sus políticos es una verdad actual, una realidad, viva en Euskal Herria, que persiste y resiste, en contra incluso de esa «clase» política que intenta sustituir la democracia por un estado de excepción continuo y niega el derecho a defender las ideas independentistas para así blindar sus privilegios y los de quienes les apoyan.

Al ver las imágenes de las detenciones de 14 militantes de la izquierda abertzale recordé otros arrestos cercanos; los de la Mesa Nacional de Batasuna en Segura, Arnaldo Otegi, Barrena, Urrutia, Marije Fullaondo, los procesados en el 18/98... Y los vi lejanos, encerrados en un cerco policial impenetrable, como si con ello alguien quisiera escribir el principio de una derrota. Pero también los descubrí, como dice Benedetti, «orgullosos, temerarios y de estreno/ con el viejo coraje y un mar de expectativas organizadas en el horizonte».

En realidad reconocí en ellos ese tiempo de lucha y dignidad de una Euskal Herria que se niega a aceptar las componendas de una «clase política» que desde hace tiempo tiene colocado el cartel de «se vende».

En las imágenes, difundidas en televisiones y periódicos como si fueran un trofeo democrático, se adivinaba además la intención de crear un desaliento, una humillación, una sensación de delito, castigo y venganza. Caminaban esposados, vigilados y sin derechos. Y, sin embargo, parecían más altos que nunca. Tenían la estatura que da la dignidad y la coherencia de luchar hasta el final por lo que uno cree. Ellos son los políticos en los que, afortunadamente, aún creen miles de personas. Fue entonces cuando recordé la frase de Viana y pensé que aquella idea, entonces y ahora, sólo tenía una contestación. Que todos y cada uno de los políticos que conformaban esa altiva y descreída «clase», para saber como se siente y adquiere la dignidad, tendrían que besar mil veces el suelo que, esposados y detenidos, han pisado los mahaikides de la izquierda abertzale. Eso sólo para empezar.



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