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sábado, 9 de febrero de 2008

Martí y Euskal Herria V

Y siguiendo con el interesante texto titulado "Aplicando a Martí Desde Euskal Herria" de Iñaki Gil aquí les presento la quinta parte, que la disfruten.

5. ¿QUÉ DIRÍA MARTÍ SOBRE LA UNIÓN EUROPEA?

Martí se revolvería igualmente en su tumba si viera cómo esas mismas “izquierdas”, especialmente el PSOE, son agentes muy activos en la legitimación activa o pasiva del nuevo euroimperialismo en las Américas. ¿Qué nos puede aportar el pensamiento martiano sobre este tema que suscita tantas falsas e imposibles esperanzas en sectores sociales de las Américas, que creen ingenuamente que la Unión Europea puede ser una “fuerza democrática” que de algún modo frene las barbaridades del imperialismo norteamericano contra los pueblos amerindios? Pues su pensamiento, su método de análisis, ofrece un instrumental teórico muy rico y vigente, aunque como es habitual en él su forma de expresión puede llevar a más de un lector a despistes.

Martí era internacionalista hasta la médula porque era independentista hasta lo más profundo de su conciencia. De la misma forma en que condenaba sin piedad las atrocidades españolas en su Cuba querida, y en todas las Américas, advertía también de los enormes riesgos que para la humanidad americana suponía la muy próxima presencia del “gigante del norte”, de los EEUU. Pero no se detenía aquí. No podía detenerse ahí. Guiado por su conciencia independentista e internacionalista, había gritado una vez en 1893, como hemos visto, que todos debemos ser moros para defender a los moros ante los ataques españoles. Pero no fue un llamado espontáneo, sin referentes anteriores, sino que su visión radical sobre los problemas que el imperialismo europeo estaba causando contra los pueblos musulmanes venía de muchos años antes. Ya en septiembre de 1881, nada menos que doce años antes, había escrito en “La revuelta en Egipto” lo que sigue:

“Uno es el problema, dicho brevemente: se tiende a una gran liga muslímica, y a la supresión del poder europeo en la tierra árabe. Arranca de Constantinopla, invade el Istmo, llena a Trípoli y agita a Túnez, la ola mahometana, detenida, no evaporada al fin de la Edad Media.

Inglaterra y Francia tienen vencido a Egipto: sus representantes manejan, por acuerdo con el jedive, y en representación y garantía de los tenedores de bonos egipcios en Europa, la desmayada hacienda egipcia. A los contratos fraudulentos, para la tierra del fellah, ruinosos y para Europa muy beneficiosos, ajustados en el tiempo infausto del jedive Ismaél, seguía una esclavitud poco disimulada, en todo acto nacional, asentida y servida por Riasz Pachá el primer ministro del actual jedive.

De súbito estalla un formidable movimiento, con ocasión de una orden de cambio de residencia de un regimiento, expedida precisamente para evitar el motín que se entreveía. El motín ha triunfado: el ministerio llamado europeo ha desaparecido: el primer ministro deseado por el ejército ha reemplazado al primer ministro expulso. La victoria ha sido rápida, imponente y absoluta para el partido nacional. Este partido representado por la milicia de Egipto, y triunfador en toda tentativa, acepta sumiso toda ley que de Turquía le venga; mas resiste, como si agitara a quince mil pechos un sentimiento mismo, todo desembarque de tropas cristianas, toda intervención europea; y principalmente, toda intervención inglesa”.

Este párrafo tiene, como mínimo, dos grandes aportaciones metodológicas que facilitan el correcto estudio tanto de las tendencias imperialistas de la UE como la tendencia al alza de las resistencias nacionales de los pueblos musulmanes ante las agresiones imperialistas. Ambas forman una unidad de contrarios enfrentados a muerte cuyo remoto origen podemos encontrar en las primeras resistencias de los pueblos norteafricanos preislámicos a la invasión romana, sobre todo la tenaz guerra de resistencia nacional precapitalista de los pueblos bereberes a las órdenes de Yugurta (-160 a –104) desde –117 a –105. Después, sin extendernos ahora, nos encontramos con las luchas contra las invasiones europeas significativamente llamadas “cruzadas” entre los siglos XI y XIII, cuando en realidad eran verdaderas campañas de saqueo y expolio dirigidas por ladrones y salteadores pertenecientes a las clases feudales europeas, que movilizaban a masas de asesinos hambrientos desesperados por el botín, las violaciones y los perdones papales, y seguidas a muy poca distancia por comerciantes sin escrúpulos. Todos ellos protegiéndose del sol bajo la sombra de la cruz y de la virgen, dejando tras de sí ciudades arrasadas y lagos de sangre en los que flotaban miles de cadáveres degollados. Por esto, Martí nos remite al final de la Edad Media.

La primera aportación consiste en advertir la hondura de los sentimientos de resistencia de los pueblos, sobre todo cuando están unidos por una creencia común. La movilización de masas antieuropea traspasa las fronteras estatales y aunque puede encontrar una resistencia interna por el posicionamiento a favor de los invasores de sectores egoístas y colaboracionistas con el invasor, aunque es así, la marea reivindicadora puede superarlos, desbordarlos en un avance que sólo puede ser detenido por la violencia injusta. La experiencia histórica posterior dará la razón a Martí, porque el sentimiento musulmán no ha desaparecido, se ha ido adaptando y resistiendo progresivamente a las agresiones imperialistas. Recordemos cómo los bolcheviques reconocieron los derechos nacionales y culturales de los pueblos islámicos ganándolos para la revolución.

En líneas generales, el Islam es menos dictatorial y autoritario que el cristianismo, está mucho más abierto a la libertad de pensamiento, experimentación y exploración de lo nuevo, tiene mucha menos dependencia que el cristianismo hacia la mística del dolor, del sufrimiento, del sacrificio y del infierno, y rechaza toda la imaginería cristiana de las torturas y suplicios. Históricamente, y en contra de la actual mentira del fundamentalismo cristiano yanqui y católico, el Islam ha resistido más que el cristianismo a las opresiones, e incluso en la mediáticamente manipulada cuestión de la opresión de la mujer por el Islam, tendríamos primero que contextualizar históricamente muchas cosas antes de derivar hacia la propaganda eurocéntrica y cristiana.

La segunda aportación se basa en parte en la anterior pero aporta una perspectiva más amplia, porque indica que el euroimperialismo, ya operativo entonces, nunca se ha caracterizado por andar con concesiones democráticas excepto cuando éstas le han convenido para dividir a las naciones que expoliaba. Los pueblos amerindios que sufrieron el primer ataque español a finales del siglo XV y comienzos del XVI conocieron en su propia carne la sabia táctica europea de dividir para vencer, de enfrentar entre sí a los atacados prometiendo a unos cosas maravillosas para que ataquen a los otros, para luego incumplirlas fría y metódicamente. Exceptuando la conveniencia táctica de esas maniobras, casi siempre el euroimperialismo ha preferido recurrir primero a la guerra. Los pueblos de las Américas han padecido brutalmente esta constante europea que, en la actualidad, está aparentemente desaparecida por una razón muy simple: porque a las transnacionales monopolísticas europeas que roban en las Américas, les es más rentable aparecer como “democráticas” para distanciarse formalmente de la cruel rapiña norteamericana.

Conscientes del desprestigio de los EEUU, los europeos, los españoles en concreto, han intentado mantener una fachada de menor agresividad predadora. La Unión Europea está interesada en mantener esta ficción para lograr que sus tentáculos imperialistas no sean vistos tan fácilmente. Uno de los instrumentos actuales preferidos por las burguesías son las ONGs u otros grupos --aunque no todos-- que bajo la bandera de la “ayuda humanitaria” cumplen ahora la misma función que siempre han cumplidos las organizaciones religiosas: la caridad como instrumento de penetración, de destrucción del tejido social, del saber productivo acumulado, de las relaciones de identidad y de autodefensa. La caridad imperialista, en cualquiera de sus formas, busca destruir la independencia de los pueblos a los que “ayuda”, y en vez de enseñarles a producir por su cuenta, respetando su propiedad y sabiduría, les destruye primero ésta y luego les arrebata aquella.

La Unión Europa responde a la necesidad ciega del capitalismo continental impelido por el accionar de la ley de concentración y centralización de capitales, por la ley de la competencia interna y externa, por la ley tendencial de la caída de la tasa media de beneficios, etc. No son razones humanitarias y civilizadoras las que impulsan al avance en la unificación europea a no ser que se reconozca que hablamos del humanismo burgués y de la civilización del capital, enemigos irreconciliables de la humanidad en su conjunto. Si las burguesías europeas más poderosas tuvieran la oportunidad de acelerar el proceso unificador y centralizador mediante la guerra, lo harían sin dudarlo, sin remordimiento alguno. De hecho, cuando pueden iniciar guerras parciales e indirectas, o intervienen en ellas de forma simulada con tal de acelerar el proceso europeo. También buscan todos los medios posibles, o los crean al margen de la voluntad de los pueblos afectados, para sortear incluso contra su propia ley las negativas de las masas europeas al respecto. Si proceden así dentro de Europa ¿qué no harán fuera? Las Américas han de saber qué es el monstruo europeo, cómo funciona y piensa, qué está dispuesto a hacer para aumentar sus beneficios y cómo se esconde detrás de la demagogia propia y de la ferocidad los EEUU para avanzar sigilosamente.

Hay que decir, para comprender en su profundidad todo el problema de la UE, que ésta es la cuarta fase histórica de reordenación, concentración y centralización de las jerarquías burguesas internas, con los cambios correspondientes en las dinámicas de explotación, modernización y desarrollo del capitalismo a nivel europeo y mundial. Las tres anteriores supusieron nuevas potencias y Estados dominantes, nuevas fracciones burguesas en auge en detrimento de otras, y nuevas oleadas de expansión capitalista, pero las tres fueron tan efectivas porque se basaron en implacables y muy crueles guerras internas y externas, verdaderas guerras mundiales que abarcaron a todos los continentes entonces conocidos por las burguesías europeas, porque también se luchó allí en donde podían extraer algún beneficio por nimio que fuera. Los momentos cumbre de las tres fases fueron: el Tratado de Westfalia de 1648; el Congreso de Viena de 1815 y los acuerdos de Yalta y Potsdam al final de la guerra de 1940-45. Lo que ocurre es que ahora, en la fase abierta definitivamente a comienzos de 1990 con el Tratado de Maastricht, las burguesías europeas más fuertes no pueden recurrir a otra guerra y han de contentarse con avanzar “pacíficamente” a la sombra de los EEUU hasta que puedan desplazarle en muchas cuestiones. Mientras tenga que hacerlo así, seguirá manteniendo esa careta bonachona que ha llegado a engañar y cautivar a algunas izquierdas de las Américas.

José Martí comprendió perfectamente la dinámica interna de los procesos de concentración y centralización de las jerarquías imperialistas que se estaban produciendo en su mundo. Recordemos en la Europa de la segunda mitad del siglo XIX se habían vivido varias situaciones idénticas en el fondo pero a escala más reducida, es decir, procesos de formación de modernos Estados burgueses creados a partir de centralizar y unificar grandes espacios regionales hasta entonces regidos por obsoletas mezclas de leyes tardo feudales en retroceso y leyes burguesas en ascenso. Muy destacados por sus repercusiones mundiales fueron los procesos alemán e italiano, e incluso de la modernización de la Rusia zarista, por no hablar de otras potencias europeas como Austria. Fuera de Europa, y aparte de los EEUU, tenemos la experiencia de Japón. Una de las constantes que recorre a todos estos procesos es el de la creación de nuevas monedas oficiales, más poderosas que las anteriores, protegidas por nuevos Estados en formación y por nuevos Bancos Centrales, así como del resto de sistemas burocráticos y jurídicos necesarios. Llegados aquí, conviene leer lo que dice Martí sobre esta misma cuestión en su escrito “La Conferencia Monetaria de las repúblicas de América”, fechado en mayo de 1891, centrándose en la propuesta yanqui de crear una única moneda para todas las Américas, Martí advierte que:

“A lo que se ha de estar no es a la forma de las cosas, sino a su espíritu. Lo real es lo que importa, no lo aparente. En la política, lo real es lo que no se ve. La política es el arte de combinar, para el bienestar creciente interior, los factores diversos u opuestos de un país, y de salvar al país de la enemistad abierta o la amistad codiciosa de los demás pueblos. A todo convite entre pueblos hay que buscarle las razones ocultas. Ningún pueblo hace nada contra su interés; de lo que se deduce que lo que un pueblo hace es lo que está en su interés. Si dos naciones no tienen intereses comunes, no pueden juntarse. Si se juntan, chocan. Los pueblos menores, que están aún en los vuelcos de la gestación, no pueden unirse sin peligro con los que buscan un remedio al exceso de productos de una población compacta y agresiva, y un desagüe a sus turbas inquietas, en la unión con los pueblos menores. Los actos políticos de las repúblicas reales son el resultado compuesto de los elementos del carácter nacional, de las necesidades económicas, de las necesidades de los partidos, de las necesidades de los políticos directores. Cuando un pueblo es invitado a unión por otro, podrá hacerlo con prisa el estadista ignorante y deslumbrado, podrá celebrarlo sin juicio la juventud prendada de las bellas ideas, podrá recibirlo como una merced el político venal o demente, y glorificarlo con palabras serviles; pero el que siente en su corazón la angustia de la patria, el que vigila y prevé, ha de inquirir y ha de decir qué elementos componen el carácter del pueblo que convida y el del convidado, y si están predispuestos a la obra común por antecedentes y hábitos comunes, y si es probable o no que los elementos temibles del pueblo invitante se desarrollen en la unión que pretende, con peligro del invitado; ha de inquirir cuáles son las fuerzas políticas del país que le convida, y los intereses de sus partidos, y los intereses de sus hombres, en el momento de la invitación. Y el que resuelva sin investigar, o desee la unión sin conocer, o la recomiende por mera frase y deslumbramiento, o la defienda por la poquedad del alma aldeana, liará mal a América (…)

Ni el que sabe y ve puede decir honradamente;-porque eso sólo lo dice quien no sabe y no ve, o no quiere por su provecho ver ni saber que en los Estados Unidos prepondere hoy, siquiera, a aquel elemento más humano y viril, aunque siempre egoísta y conquistador. de los colonos rebeldes, ya segundones de la nobleza, ya burguesía puritana; sino que este factor, que consumió la raza nativa, fomentó y vivió de la esclavitud de otra raza y redujo o robó los países vecinos, se ha acendrado, en vez de suavizarse, con el injerto continuo de la muchedumbre europea, cría tiránica del despotismo político y religioso, cuya única cualidad común es el apetito acumulado de ejercer sobre los demás la autoridad que se ejerció sobre ello, Creen en la necesidad, en el derecho bárbaro, como único derecho: "esto será nuestro, porque lo necesitamos". Creen en la superioridad incontrastable de "la raza anglosajona contra la raza latina". Creen en la bajeza de la raza negra, que esclavizaron ayer y vejan hoy, y de la india, que exterminan. Creen que los pueblos de Hispanoamérica están formados, principalmente, de indios y de negros. Mientras no sepan más de Hispanoamérica los Estados Unidos y la respeten más,-como con la explicación incesante, urgente, múltiple, sagaz, de nuestros elementos y recursos, podrían llegar a respetarla,- ¿pueden los Estados Unidos convidar a Hispanoamérica a una unión sincera y útil para Hispanoamérica? ¿Conviene a Hispanoamérica la unión política y económica con los Estados Unidos? (…)

Mostrarse acomodaticio hasta la debilidad no sería el mejor modo de salvarse de los peligros a que expone en el comercio, con un pueblo pujador y desbordante, la fama de debilidad… La cordura no está en confirmar la fama de débil, sino en aprovechar la ocasión de mostrarse enérgico sin peligro. Y en esto de peligro, lo menos peligroso, cuando se elige la hora propicia y se la usa con mesura, es ser enérgico. Sobre serpientes, ¿quién levanta pueblos?”.

Las advertencias de Martí han resultado confirmadas por la historia. Pero sus palabras valían y valen también para todos los pueblos que se enfrentan a la tesitura de tener que claudicar o rechazar proyectos idénticos en el fondo aunque diferentes en la forma, y no tanto. Volvemos a insistir en que las leyes tendenciales del capitalismo son inalterables en cuanto a la vigencia de sus contradicciones irreconciliables. Son contradicciones genético-estructurales que se expresan en formas histórico-genéticas. Martí plasmó su crítica profunda en lo primero, en lo que permanece, en lo genético-estructural, mientras que nosotros, un siglo después, vivimos en otras circunstancias histórico-genéticas que reflejan, pese a todo, esas mismas leyes esenciales. Aunque divido entre dos Estados imperialistas, el francés y el español, el Pueblo Vasco pudo rechazar abiertamente mediante dos referéndum diferentes el proyecto entero de la UE. Pero al carecer de un Estado propio independiente, que garantice el cumplimiento de la voluntad popular mayoritaria, las vascas y vascos estamos a la fuerza en esa estructura imperialista que es la Unión Europea.

Siendo muy mala, desastrosa, esta impotencia para realizar lo que la mayoría del pueblo quiere, lo peor es que la opresión nacional nos impide a las vascas y vascos defendernos convenientemente de las medidas que casi a diario se están decidiendo en las altas burocracias europeas y que nos afectan negativamente. La mayoría inmensa de tales decisiones son desconocidas para la población que las padece. Además, los Estados español y francés multiplican los efectos negativos inherentes a la “integración” --desintegración-- en la UE con dos iniciativas propias: una, la de utilizar a las naciones que no tenemos sistemas de defensa internacional como simples monedas de cambio en las negociaciones burocráticas a la hora de aplicar negativamente cupos, descuentos, disminuciones en la producción de lo que sea, etc. Es muy común que los Estados protejan más los intereses de su propia nación, que los de los pueblos que domina, y se pueden poner múltiples ejemplos. La otra medida es justo la contraria: los Estados condicionan las ayudas externas para que se beneficien más las naciones dominantes que las dominadas, además de las clases explotadoras que las explotadas. ¿Qué alternativa tenemos los pueblos sin Estado propio frente a todo esto? Una vez más recurramos a José Martí.

No hay duda que, siguiendo a Martí, la forma más efectiva de evitar los enormes peligros que suponen los “abrazos de oso” de las grandes potencias a las pequeñas e indefensas, es la de obtener nuestra independencia nacional, nuestro propio Estado y, luego, aplicar una política interna y externa adecuada. La pregunta que sabiamente nos hace Martí se responde por sí misma: “Sobre serpientes, ¿quién levanta pueblos?” . Sin entrar ahora a las opuestas simbologías que las culturas han dado a la serpiente, pues para algunas es signo de sabiduría y para otras de maldad y perfidia, está claro que Martí, que se mueve en esta segunda, ofrece además una respuesta doble ya que, por un lado, plantea la urgencia de vences a las serpientes pero ¿cómo? Lo veremos a continuación. Por otro lado, al que volveremos en el siguiente y último apartado, la lucha contra las serpientes también es la lucha contra la alienación dentro del pueblo oprimido, contra los efectos destructores que en su interior ha generado la existencia de la esclavización material y moral aplicada por el poder extranjero. Volviendo a la primera parte de la respuesta, Martí escribió en el artículo sobre “Exposición de artículos americanos” de abril de 1884, que:

“Acaso los asiduos lectores de LA AMÉRICA recuerden cómo, hace cosa de un año, abogábamos porque se establecieran en Europa y los Estados Unidos exhibiciones permanentes, u ocasionales a lo menos, de nuestros productos del Centro y Sur de América. (…) En todos los mercados activos, en todas las ciudades comerciales y manufactureras de Europa y Norte América, debieran sostener los países americanos una exhibición permanente de sus productos. (…) Podían todos los Gobiernos en común contribuir al mantenimiento de esas pequeñas exposiciones permanentes”.

Martí está defendiendo el embrión en una alianza centro y suramericana para la autodefensa económica, una autodefensa activa, ofensiva, porque consiste en entrar en los mercados de las grandes potencias para anunciar sus productos, promocionarlos y declarar así la “guerra económica” a dichas potencias. La contribución en común de esos gastos por parte de los Gobiernos centro y suramericanos podría ser así el inicio de un futuro acercamiento más próximo e intenso en lo económico frente a las potencias exteriores. José Martí estaba proponiendo el comienzo siquiera remoto de una posible alianza centro y suramericana, concretando algo más el sueño bolivariano y ampliando el debate sobre qué hacer frente a las serpientes que esperan agazapadas o preparándose abiertamente para atacar. Por tanto, su crítica a la propuesta yanqui de unificación monetaria no era pasiva sino activa: los pueblos de las Américas debían avanzar en su unión frente al monstruo en vez de quedar parados, divididos e indefensos ante él. De hecho, esta segunda línea ha sido la impuesta por las alianzas locales entre la burguesía yanqui y las respectivas burguesías centro y suramericanas. Volvemos al divide y vencerás.

Continúa mañana


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