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jueves, 17 de agosto de 2017

Liberemos a la Izquierda del Androcentrismo

Sin mayores preámbulos les compartimos este vital texto dado a conocer en la página del Periódico Anarquista La Boina:


Francisca Barrientos | Integrante del Club de Lectura Feministas Lúcidas

“El patriarcado es por necesidad el punto de partida de cualquier cambio social radical. Y ello no sólo porque constituye la forma política a la que se encuentra sometida la mayoría de la población (las mujeres y los jóvenes), sino también porque representa el bastión de la propiedad y de los intereses tradicionales. Los matrimonios son alianzas económicas y los hogares entidades semejantes a las corporaciones. De acuerdo con un investigador de la institución familiar, <<la familia es la piedra angular del sistema basado en la estratificación y el mecanismo social que lo mantiene>>”

Kate Millet, en “Teoría de la política sexual”
(Política sexual. Madrid: Cátedra, 1995)

Palabras preliminares:

El presente texto constituye una reflexión teórico-práctica, por lo tanto presentaremos perspectivas teóricas sacadas de la comodidad de su planteamiento en abstracto y las revisaremos a la luz de los cuestionamientos que emergen de la práctica enmarcada en contextos específicos.

Aclaramos antes de la lectura (debido al desconocimiento generalizado respecto del tema, no por la búsqueda de validación de los movimientos de izquierda que quieren encajar “género” y clase irreflexivamente) que con feminismo nos referimos a la corriente de pensamiento y a la práctica política que ha reivindicado la existencia de las mujeres en relación con la estructura patriarcal, que hasta el día de hoy ordena a la sociedad y que a nosotras nos oprime. Entendemos que un análisis radical de la sociedad patriarcal implica una crítica a la civilización masculina. Esto recae en sus núcleos organizativos como lo son la familia y el estado, y los modos de explotación como el capitalismo, el colonialismo y el especismo. Comprendemos que los hombres son herederos y reproductores de la cultura autoritaria que sus patriarcas han instaurado, y es en este sentido que creemos en un posible diálogo entre el anarquismo y el feminismo; en el cuestionamiento profundo al jerarquizado orden social. Para llegar a eso es preciso poner a dialogar seriamente ambas propuestas políticas -sin deslegitimar misóginamente al movimiento feminista como lo ha hecho la izquierda en general y una parte del anarquismo- escuchando y comprendiendo los análisis del patriarcado que han sido desplegados de modo mucho más serio a como lo podría hacer el anarquismo por sí solo, sea porque su conducción hegemónicamente masculina lo ha llevado a un vago reconocimiento del problema o a la derecha omisión del patriarcado y sus aliados.

La violencia machista en el contexto del movimiento estudiantil:

Para situar las teorías en relación con las opresiones que identifican cada una de ellas es necesario un escenario real sobre el que sustentarse, en nuestro caso todas las ideas aquí revisadas han tenido como telón de fondo el llamado “movimiento estudiantil”.

Desde nuestra experiencia organizativa en este, que en Chile tiene una incidencia social importante desde el año 2006 alcanzando su punto más álgido el año 2011, hemos venido vivenciando transformaciones en nuestras perspectivas políticas.

Durante la organización secundaria del año 2011 vivimos la movilización social estudiantil, en este caso por la educación pública, de una forma muy rica en términos asociativos, en tanto logramos establecer nuevos vínculos sociales entre compañeras y entre compañeros, al mismo tiempo que fue una característica extendida entre secundarias y secundarios una fuerte identificación con la anarquía como práctica política que prescinde de jerarquía y que propugna horizontalidad en la organización. Al entrar a la universidad y ver el movimiento estudiantil a nivel universitario muchas cosas que ya habíamos concebido como obvias se fueron al tacho de la basura.

La lógica partidista de los partidos, colectivos o “piños” de izquierda, que poseían un protagonismo que no existía en el movimiento secundario, contribuyen a que el movimiento estudiantil no sea capaz de transformar sus relaciones interpersonales en paralelo con la organización de los y las estudiantes, es decir, desarrollan su “política” de manera desentendida de la cotidianidad estudiantil y de las vidas personales de quienes los componen. Si bien desde aquí fácilmente se puede entrar en una crítica en profundidad al movimiento estudiantil, no es lo que nos convoca en estos momentos.

La desconexión de la “política universitaria” con las estudiantes y la nula transformación que existe de sus relaciones sociales al interior de ella, coherente con su política partidista, es una de las razones que explican la perspectiva predominantemente masculina en el movimiento estudiantil a nivel universitario, lo que tiene como consecuencia que las demandas por la educación pública sean insuficientes para garantizar el ejercicio de la educación de las estudiantes mujeres y que en general no respondan a nuestras necesidades ni sean planteadas desde dicho espacio hacia la comunidad.

Las demandas de gratuidad y calidad en la educación no intervienen las lógicas sociales patriarcales existentes al interior de los espacios educativos -en todos sus niveles-, y como veremos más adelante, tampoco de las individuas y los individuos y colectivos partidistas que forman parte del movimiento y que levantan dichas consignas.

La tesis anterior es algo que logramos establecer a partir de la experiencia en el acompañamiento de denuncias y la visibilización de la violencia machista a nivel general en nuestra universidad. Dichas denuncias, y la consecuente visibilización para responder a ellas, ha tenido más repercusiones a nivel institucional (a través de la desvinculación de sujetos -ex profesores- acosadores y la propuesta de políticas universitarias al respecto) que a nivel organizativo-estudiantil general como en la orgánica de la CONFECH (exceptuando la articulación de feministas, claramente). Si existiese un compromiso real en el caso de la CONFECH hacia el problema lo mínimo esperable sería el posicionamiento de la demanda de una educación no sexista y de la garantización de espacios seguros (a nivel educativo y organizativo) como una prioridad. Sin embargo, la conforman colectivos de izquierda que han tenido prácticas machistas en su interior, privilegiando la estadía de militantes insignes acusados de violencia machista a la exclusión de estos de su colectividad por la seguridad de las compañeras militantes. De esta manera este tipo de agrupaciones continúa ejerciendo su política machista de modo impune y sin ningún pronunciamiento al respecto. Así mismo desde las demás organizaciones de la CONFECH tampoco hay un cuestionamiento hacia esta deliberada omisión del tema, siendo cómplices al respecto las demás organizaciones.

Estos conflictos latentes se deben a que tanto en Chile como a nivel internacional en el último año ha habido una explosión en la visibilización de la violencia machista al interior de los establecimientos educativos universitarios. Hemos presenciado esta visibilización en distintos planteles latinoamericanos y estadounidenses, dentro de los cuales están universidades de renombre como la UNAM, la UBA y la U. de Berkeley.1 Independiente de que algunas de estas instituciones ya hayan avanzado en políticas contra el acoso sexual, no han sido capaces de enfrentarlos adecuadamente o de acabar con esta práctica en su totalidad y, según nuestro entender, no lo harán mientras no reconozcan su vínculo social con el orden patriarcal.

Cabe destacar que esta visibilización surge no necesariamente porque hayan aumentado los casos de violencia, sino más bien porque en el último tiempo se han generado espacios feministas que han facilitado e incentivado la denuncia a través de prácticas tan mínimas como el apoyo activo a las denunciantes.

Dentro del movimiento estudiantil distintas organizaciones feministas (colectivos u organizaciones orgánicas) han acogido e intentado dar solución a esta problemática que ninguna institución educativa ni organización estudiantil ha dado.

¿Por qué feminismo?

Según nuestro entender la hostilidad en el espacio educativo hacia las mujeres reproduce el supuesto patriarcal de que estamos relegadas a los espacios domésticos y privados ya que lo público si bien es accesible2 tiene un carácter violento.

En el caso de la educación la violencia está en el ejercicio mismo de esta. El sexismo no sólo está presente en el ámbito curricular, con la nula presencia y reconocimiento de las mujeres en la historia o en las ciencias, sino que los vínculos sociales que se establecen entre academicas/os, funcionarias/os y las/os mismas/os estudiantes no están exentos de los imperativos misóginos.

En primera instancia, y como fundamento de por qué el feminismo sí ha dado respuesta a los casos de violencia, destacamos que el feminismo reconoce la estructura patriarcal que implica la inferiorización de las mujeres y otros cuerpos feminizados. Lo que a su vez, permite un análisis más acucioso a las formas de opresión del patriarcado y las violencias que tienen por ideología el machismo y la misoginia.

El reconocimiento estructural del machismo y el patriarcado hace posible el reconocimiento de cada acto de violencia dentro de un entramado de relaciones de poder, lo que conlleva una ruptura con la idea de la objetividad (masculina) ante los distintos sucesos a los que deben hacer frente las organizaciones feministas. No nos encontramos en una sociedad ni en una comunidad que sean neutras, nos enfrentamos constantemente a ideologías machistas fuertemente arraigadas y naturalizadas entre los sujetos.

La consideración de que los diversos campos disciplinarios, instituciones académicas, jurídicas, estatales e inclusive los movimientos revolucionarios han sido desarrollados históricamente bajo la primacía masculina -tanto porque han sido hombres quienes realizaron sus formulaciones ideológicas más importantes como por la histórica participación mayoritaria de ellos– tiene por conclusión obligada la imposibilidad de la objetividad. Puesto que dicha “objetividad” como afirmación epistemológica se constituye nada más que como la imposición histórica de la subjetividad masculina; en palabras de Adrienne Rich: “Objetividad es el nombre que se da en la sociedad patriarcal a la subjetividad masculina.”

Así desde el feminismo se plantea como respuesta a lo anterior, una visión integral, contextual y relacional de lo subjetivo, en definitiva, se tiene en consideración todo el entramado de relaciones de poder que generan los supuestos patriarcales. Desde la observación situada de estas relaciones se pueden dilucidar muchos elementos, entre los cuales están los políticos, culturales, sociales, por nombrar algunos.

Esta lectura del entramado de las relaciones de poder lleva a considerar la subjetividad de las mujeres como válida e importante dentro del espectro político, lo que es la principal fortaleza, y al mismo tiempo uno de los puntos más criticados del movimiento feminista a la hora de abordar la violencia machista.

Las implicancias de esto se extienden a los hechos concretos, un ejemplo de esto se da al abordar las denuncias de violencia machista. La forma de recepción de la información tiene una diferencia sustancial dependiendo de la posición que se asume, por un lado se puede tomar la posición de la subjetividad de las mujeres, lo que implica acoger, escuchar y no cuestionar los testimonios con primera preocupación en la víctima. Mientras por otro lado, la idea de la “objetividad” que muchos han defendido parte desde la presunción de inocencia, cuando a alguien se le inculpa de algo. Esta presunción de inocencia, tiene como consecuencia directa que a la víctima de violencia machista, se le pida pruebas, se le cuestione y se le revictimice al tener que pasar por una serie de protocolos que solo contribuyen a la obstrucción de la continuidad de la denuncia. En este sentido la idea de “objetividad” es contradictoria puesto que los datos, principales aliados del paradigma positivista, muestran cifras contundentes al respecto de las denuncias: sólo el 36% de las mujeres que han sido agredidas por violencia machista, denuncia. De este porcentaje el 41% desiste3. Que el 64% de las mujeres4 no denuncie tiene múltiples motivos, dentro de estos podemos encontrar los vinculados al amedrentamiento de parte del victimario, pero también juegan un papel importante los órganos de denuncia que muchas veces someten a cuestionamientos inapropiados a las denunciantes y hacen que el proceso de denuncia sea tortuoso. Ante esta situación institucional actual, decidir creer en primera instancia a las mujeres que denuncian es algo sumamente político, y como tal, necesario para nosotras.

Hemos experimentado en los hechos que la necesidad de las pruebas y la idea de la presunción de inocencia ante las denuncias, características de la institucionalidad donde dichas denuncias no encuentran solución, cuando son tomadas por la comunidad se vuelven un impedimento para llegar a una solución a nivel comunitario u organizativo. Curiosamente, estos últimos niveles se muestran más reaccionarios inclusive que las mismas instituciones (donde sabemos que no podemos esperar más de estas).

Se tiene la idea de que como nada está comprobado (sin cuestionarse de que muchas veces no hay forma de comprobación por las mismas características de la violencia) nada se puede hacer, configurando así un clima en el que dicha “neutralidad” desprotege a quienes denuncian y deja impune a los ejecutores de la violencia.

De esta forma, a diferencia del resto de la comunidad y los mismos grupos revolucionarios de izquierda, las organizaciones feministas se posicionan políticamente al respecto y deciden acompañar a las víctimas desde el momento de la denuncia. Esta política feminista propicia contextos que son más amables con las denunciantes y además es un modo de concientizar sobre las relaciones patriarcales y las violencias a las que somete a las mujeres. Entendemos que denunciar hace de este conflicto algo más visible y si hay una comunidad comprometida probablemente se hagan cosas al respecto. Pero sabemos que propiciar la denuncia por la denuncia en contextos que no son favorables es una medida arriesgada cuando no se tiene garantía de un respaldo.

De lo anterior, la lección que nos queda es la necesidad de construir soluciones comunitarias a esta problemática que estén pensadas desde una perspectiva necesariamente feminista, es decir, soluciones nacidas de un posicionamiento fuertemente político, y no esperar que la institucionalidad nos las presente, puesto que como ya hemos planteado, todas las instituciones se sustentan en una lógica patriarcal. Es precisamente en la construcción de soluciones comunitarias donde las cosas dejan de ser tan transparentes, un ejemplo de esto es el caso del movimiento estudiantil que nos toca de cerca. Si bien hoy en día en muchas federaciones y centros de estudiantes existen espacios feministas, el grueso de las organizaciones están compuestas por partidos o agrupaciones estudiantiles que siguen replicando lógicas patriarcales en su interior y que por lo tanto no son capaces de tomar posición en espacios más amplios. Posicionarse en pro de las mujeres implicaría un reajuste de múltiples alianzas que estas agrupaciones han establecido en sus complicidades con otras organizaciones de izquierda. Claramente para ellos no es prioridad la generación de espacios seguros, esto es: libres de violencia machista para nosotras.

Izquierda universitaria y feminismo

El acompañamiento y la confianza hacia el testimonio de las mujeres que son elementos fundamentales para el tratamiento integral de la violencia patriarcal, han sido mayoritariamente negados u omitidos por los grupos políticos de izquierda, excusándose en la idea de “neutralidad” ante este tipo de casos. Como hemos dicho anteriormente estos grupos contribuyen a que los puntos fuertes del feminismo sean vistos muchas veces como los puntos negativos para la opinión de las comunidades universitarias, desde los estudiantes hasta funcionarios y académicos.

Han llegado a considerar que las acciones que responden a la necesidad de visibilización de estos casos serían el equivalente a una caza de brujas que solo buscaría perjudicar a personas individuales, en vez de asumir la visibilización como parte importante de la creación de un ambiente adecuado para la denuncia. Además, claramente ignoran que fueron las mujeres las principales perjudicadas por la histórica cacería de brujas.

Para estos grupos muchas veces lo político queda relegado solamente a las acciones y discusiones, principalmente en espacios públicos, que se abocan a “la revolución”, esta tiene como sustento y pilar fundamental de sus luchas la opresión de clase, lo cual excluye o deja en un segundo plano la premisa feminista de que lo personal y lo que los hombres han relegado al ámbito de la subjetividad son elementos políticos también. Cuando decimos que lo personal es político aludimos a que las experiencias más íntimas de la vida de las mujeres, las que están relacionadas con nuestros cuerpos y el espacio doméstico, han sido donde el patriarcado ha impartido sus políticas misóginas. En este sentido las experiencias de violencia que creemos de carácter aislado o “personal” tienen un correlato con la estructura patriarcal y el común de la experiencia de las mujeres, sin embargo el aislamiento nos hace pensar lo contrario.

Esto explica por qué asusta tanto para quienes quieren mantener sus privilegios masculinos cuando las mujeres nos reunimos en espacios no mixtos a discutir o simplemente a conversar sobre nuestras vidas, sobre el amor romántico, la penalización del aborto, la violencia intrafamiliar, el acoso sexual, los femicidios, el lesbianismo, la sororidad, o el amor entre mujeres.

Las prioridades que se asignan a las opresiones tienen como consecuencia la creación de un foco de atención eminentemente económico y también el posicionamiento en el centro de las disputas sociales de tipo económicas o políticas (en el sentido tradicional de la palabra, que muchas veces es la conquista de instituciones de poder, sean formales o no), y dejan de lado todas las demás luchas, por lo que ubican en la periferia de sus preocupaciones la política feminista. Ejemplo de lo anterior es que los organismos que trabajan temas relacionados con la violencia machista estén aparte de los oficiales o más generales, es decir, siempre se relegan a una comisión, a una secretaría o a una vocalía, así sus premisas nunca se generalizan ni toman en cuenta en todos los ámbitos en los cuales estas organizaciones sociales se despliegan, siendo que el feminismo tiene mucho que decir respecto de todo. La consecuencia de esto es que siempre se prioricen las acciones y discusiones en torno al tema que han delimitado como centro por sobre las de género5. Si algunas acciones para lograr la revolución pasan a llevar las problemáticas tratadas por el feminismo, estas fácilmente son dejadas en segundo lugar haciendo caso omiso de las problemáticas machistas.

Muchas veces se han escuchado expresiones como que el feminismo despolitiza el movimiento estudiantil, o se le acusa de postmoderno por no ser materialista (utilizado acá como sinónimo de clase) para sus análisis, instalando así una forma correcta de revolución, que según ellos se reduciría a conseguir destruir la dominación económica. Mientras tanto, no hay que abordar los temas de género de manera autónoma puesto que con la revolución económica se conseguiría inmediatamente la igualdad y se acabaría la dominación masculina. Una expresión de esto han sido frases del tipo “para qué necesitamos feminismo si con el marxismo basta”, negando así la especificidad de la opresión patriarcal, y la necesidad de una visión feminista.

Llamamos la atención también con respecto al hecho de que muchos grupos políticos universitarios en el último tiempo, debido a la contingencia que ha tenido el feminismo, han tomado superficialmente las banderas del feminismo como una manera simple de llenar militantes en sus filas, haciendo utilización del concepto pero sin llevarlo a la práctica ni establecer un franco diálogo con el movimiento feminista y su teoría, sino como un slogan políticamente correcto.

El anarquismo no es la excepción

Estas críticas no son exclusivas para los grupos políticos de izquierda marxista, las concepciones expresadas en declaraciones y prácticas que hemos presentado aquí también las hemos encontrado en grupos anarquistas. Frases en lienzos gigantes como: la lucha no es de género, es de clases (Corriente Revolucionaria Anarquista). Es uno de los ejemplos más patentes de la idea de jerarquización de las luchas. También a lo largo de la historia se ha visto que el movimiento anarquista no ha sabido desenvolverse adecuadamente con el feminismo, durante la guerra civil española las mujeres agrupadas en Mujeres Libres a través de las publicaciones de su revista ya daban cuenta de cómo los anarquistas seguían concibiendo la revolución sin tomar en cuenta las perspectivas que ellas planteaban en aquel momento.

“Oímos diariamente hablar demasiado de la libertad de los oprimidos y de la noble causa de la <justicia social>. Pero no oímos nunca, salvo contadas ocasiones, que estos libertadores se refieran a la necesidad de declarar íntegramente libres a las mujeres.”6

El anarquismo aquí criticado es el que comparte los fundamentos materialistas históricos del marxismo o que se sustenta en conceptos como la centralidad de la opresión económica y en consecuencia con una fuerte base ideológica de los conceptos bases de la modernidad, tales como la objetividad, y el alcance de una verdad, en este caso revolucionaria, a través del análisis científico. Es patente, dado los argumentos presentados anteriormente, que no es ni será capaz de comprender los planteamientos del feminismo, y es más, muchas veces considerará el feminismo como un movimiento que empaña y entorpece el trabajo de su verdadera revolución.

Así mismo, otras corrientes del anarquismo caen en el error de considerar que por el solo hecho de estar en contra de toda opresión ya se constituyen como feministas, sin embargo, no se hacen cargo de la problemática patriarcal con la especificidad necesaria, con lo que queda como una mera declaración de buena voluntad que resulta peligrosa por no tener un correlato concreto en la práctica política.

Muchas veces se cita pasajes de autores anarquistas, al igual como marxistas citan a Lenin, autores que supuestamente reconocen la opresión de las mujeres con lo que intentan legitimarse entre las feministas. Pero, ¿hay una revisión concreta de las mujeres que escriben sobre sí mismas y lo que les ha significado el patriarcado en sus vidas?, ¿hay un análisis realmente profundo y radical de la sociedad patriarcal en la cual vivimos? Otro elemento que nos parece fundamental es si acaso la práctica política de estos grandes teóricos difundidos tanto por el marxismo como por el anarquismo era realmente coherente con su vida personal.

Lo anterior porque si bien en lo escritural no había problema alguno con posicionarse a favor de nosotras, en la práctica fueron acérrimos enemigos de las estrategias políticas y de los temas que abordaban las mujeres en sus reuniones no mixtas o de toma de conciencia, como es el caso de la revolución rusa y el cuestionamiento desde el marxismo de Lenin a Clara Zetkin sobre sus temas de discusión. En sus comentarios este muestra una careta profundamente conservadora y moralista contradictoria con el espíritu revolucionario con el que le ha caracterizado la izquierda marxista. En el caso del anarquismo creemos no es necesario entrar en detalles con respecto al fuerte y evidente machismo y misoginia que caracterizaba a Proudhon a la hora de referirse a las mujeres.

¿Entonces qué? luchas autónomas y solidaridad

Así un anarquismo que declara ser feminista por antonomasia, o aquel clásico (cuando ni siquiera los clásicos como Eliseo Reclus eran tan conservadores) que se jacta de no ser postmoderno, y se enorgullece de sus análisis económicos, no dará respuesta a las interrogantes y desafíos que plantea el feminismo como movimiento a los demás, el anarquismo dentro de ellos.

Sin embargo, no todo está perdido, un anarquismo que se niega a la definición petrificadora tiene la posibilidad de generar el necesario diálogo con el feminismo y de ver la gran cantidad de elementos que poseen en común. En este diálogo resulta imprescindible rechazar el paternalismo y evitar la apropiación de los problemas que aborda el feminismo. El anarquismo debe ser capaz de empatizar, revisarnos a nosotros mismos y solidarizar. Debemos ser capaces de poner a prueba nuestros análisis del poder y seguir desnaturalizando elementos naturalizados en la práctica cotidiana, para no caer en los errores recurrentes en los que se ha caído hasta ahora en relación con el feminismo.

Es precisamente en las interrogantes a las cuales el anarquismo no puede dar más respuestas en las que el feminismo puede generar reflexiones complejas y que estén en coherencia con las estrategias necesarias para la destrucción de la civilización patriarcal. La falta de especificidad que ha tenido el anarquismo para abordar dichos problemas ha llevado a que no dé abasto para realizar análisis acabados del patriarcado y por lo cual está en el deber de escuchar, comprender y solidarizar con el feminismo.

Todas estas reflexiones como dijimos en un principio no vienen a dar una discusión solo teórica, sino que se transforman en acción y es en ella donde se verifican estos planteamientos, de ahí la importancia de ser capaces de hacer frente a los problemas apuntados por las feministas, comprendiendo sus análisis de la opresión patriarcal, y no cayendo en la crítica facilista. Esta es la única forma en la que el anarquismo puede seguir en la senda de formar un diálogo sincero para avanzar hacia la emancipación en todos los aspectos de nuestras vidas. En este mismo sentido es necesario plantear que el feminismo por sí solo constituye un lente con el cual se pueden observar todos los fenómenos sociales, independiente que toquen o no a las mujeres, así hemos constituido nuestra propia opinión sobre el clasismo, el especismo, o el colonialismo, añadiendo complejidad al divisar todo desde una perspectiva de las mujeres que históricamente ha sido omitida u ocultada por los hombres. Aquí radica la autonomía de este movimiento que es desde donde se pueden tender los puentes para un diálogo enriquecedor con el anarquismo que abra nuevas perspectivas para la liberación de toda opresión.






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