Les presentamos este texto que denuncia soez y contumaz decisión por parte del PNV de continuar premiando al responsable directo de la muerte de Iñigo Cabacas, lo cual constituye de hecho un acto de colaboracionismo con los mismos sociatas españolistas que en el pasado desplegaran a los GAL.
Aquí lo tienen:
Igor Meltxor | Escritor y analista políticoHan pasado ya más de tres años desde la muerte de Iñigo Cabacas. Tres años de dolor, incomprensión, injusticia y humillación. Y digo bien humillación, porque humillados se sienten los familiares y amigos del joven Iñigo al ver cómo está actuando tanto el PNV y PSE como la Consejería de Interior en el caso de su hijo. Decía Gandhi: «Siempre ha sido un misterio para mí cómo puede haber hombres que se sientan honrados con la humillación de sus semejantes». Y es que en este caso se va más allá, y se honra con ascensos y reconocimientos policiales a miembros de la Ertzaintza con responsabilidad directa en la muerte de Cabacas. Honrar a unos para humillación de otros. ¡Qué bonito! Y mientras tanto, una familia que no entiende el porqué de este escarnio público.
Han tenido que sufrir el ninguneo y la indiferencia del presidente del club de fútbol su hijo seguía con pasión, y que solo tuvo la deferencia de ponerse en contacto con ellos tras denunciar la familia el comportamiento de este en un medio de comunicación. Por no hablar de la retirada de placa en el exterior de San Mamés en memoria de Iñigo. Han sufrido la cobardía altanera del exconsejero de Interior Rodolfo Ares, o la falta de sensibilidad del actual director de la Ertzaintza, Gervasio Gabirondo, quien afirmara que la muerte de Iñigo había sido «un accidente», o que no era partidario de eliminar las pelotas de goma. Para recordar también aquellas imágenes en el Parlamento de Gasteiz, donde tras una comparecencia de los padres de Cabacas, y en el transcurso de una discusión con el jeltzale Joseba Egibar, otro parlamentario del PNV daba órdenes a una Cámara de ETB para que no grabara el incidente. Les dispensan el trato de victimas de segunda y pretenden además que no alcen demasiado la voz no vaya a ser que molesten. Indignante. Si hablamos de imágenes, otros que no debemos olvidar es la de familiares y amigos de Iñigo golpeados por ertzainas a las puertas de los juzgados de Bilbo, mientras eran grabados con cámaras por los policías.
Vivimos tiempos donde se habla mucho de relato, de memoria, de vícitimas… y donde escuchamos con insistencia el reconocimiento del daño causado a una parte de la sociedad vasca y a un sector en concreto. ¿Quién le ha pedido cuentas al ertzaina que ordenó «entrar con todo» el día de la muerte de Iñigo? Nadie. Cinismo e hipocresía. Decía Moliere que «la hipocresía es el colmo de todas las maldades». En el caso Cabacas, es un hecho. Politicos que se tapan los ojos, la nariz y la boca, para ocultar sus vergüenzas, mientras lucen sus carnets de demócratas que no hace sino dejar al descubierto su mezquindad. Muchos de esos políticos y ertzainas jamás podrán mirar a sus ojos a los familiares y amigos de Iñigo. Jamás podrán tener una mirada limpia frente a ellos, porque en el fondo, muy en el fondo, saben que su actitud no sería la misma si de un familiar suyo se tratara. Decía el escritor francés anteriormente citado que «aquellos cuya conducta se presta más al escarnio son siempre los primeros en hablar de los demás». Y así es, los mismos que piden responsabilidades del pasado, condenas… Los mismos que miran para otro lado con Iñigo.
Ertzainas que ascienden o vuelven a sus puestos, consejeros que se van de rositas y, para colmo, se le da un sitio de honor como miembro del Instituto de la Memoria, Convivencia y Derechos Humanos en el Parlamento de Gasteiz. Esto, aparte de indignante, resulta grotesco. Y mientras tanto, un fiscal que parece tomarse con calma este caso, actúa con mayor celeridad cuando se trata de juzgar declaraciones de políticos independentistas, mientras calla, por ejemplo, cuando el expresidente de Kutxabank aclara que «no acostumbro a dejar heridos». Distintas varas de medir. Le faltó tiempo para investigar la elección de la alcaldesa de Andoain, gracias al voto de un concejal independiente. Diría el señor Calparsoro: «Igual me he equivocado con lo de Andoain, pero pensé en los concejales asesinados y merece investigarse». Dejo a la valoración del lector cualquier tipo de comentario al respecto.
En este relato, digno del esperpento de Valle Inclán, nos encontramos con que el Departamento de Seguridad nombra a Jorge Aldekoa como jefe de la Ertzaintza. Aldekoa ya fue elegido para el cargo en noviembre de 2013, lo que generó cierta contestación porque él era el máximo mando de la Comisaría de Bilbo la noche del operativo que mató de un pelotazo a Iñigo Cabacas. En julio del año pasado, el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco le quitó el cargo de intendente al aceptar el recurso de otro compañero que había quedado por delante de él en el proceso selectivo. Semanas después Aldekoa dejó el cargo, volvió a optar al curso de ascenso y ahora que lo ha logrado el Gobierno de Lakua le devuelve al puesto de jefe de la Ertzaintza, que había quedado vacante esperándole. Una más, a la lista de despropósitos en este caso.
Jorge Aldekoa, ‘nagusi’ de la Comisaría de Bilbo cuando mataron a Iñigo Cabacas, también tuvo un papel protagonista en otra de las cargas de la Ertzaintza que será largamente recordada. Se trata de la intervención policial contra la multitudinaria manifestación convocada el 14 de setiembre de 2002 en Bilbo, en la que la Ertzaintza intervino causando diversos heridos y en la que la multitud respondió sentándose en el suelo para evitar ser dispersada. Ni el uso de tanquetas con cañones de agua la movió.
Aldekoa era entonces el jefe territorial de la Ertzaintza de Bizkaia, y aquel 14 de setiembre formó, en calidad de ‘responsable policial más alto’, una ‘mesa de crisis’ junto a los ‘responsables políticos con mando directo’, que eran el viceconsejero de Seguridad, Mikel Legarda, y el director de Seguridad Ciudadana, Jon Uriarte. Según consta, las funciones de esa ‘mesa de crisis’ eran «ir tomando decisiones, planificar dispositivos `in situ’ y supervisar su ejecución».
Sin embargo, en una cadena de hechos que recuerda mucho a las exculpaciones que ahora se están realizando desde el Gobierno sobre el papel de Jorge Aldekoa en el dispositivo que acabó con la vida de Cabacas, los tres integrantes de la ‘mesa de crisis’ declararon en su día ante el juez que ni se les pidió permiso ni dieron la orden de cargar contra la multitud. Tampoco saben con certeza lo que ocurrió, porque habían perdido la visión del lugar que les proporcionaba el helicóptero, que justo en el momento más determinante de la tarde tuvo que ir a repostar. La responsabilidad la dirigieron hacia los mandos que estaban frente a la manifestación.
Algunos de los heridos interpusieron denuncia por las lesiones padecidas. Aunque la vía penal fue archivada hasta en tres ocasiones, en la última de ellas se reconoció la responsabilidad de la Ertzaintza, aunque no se pudo identificar a los agentes. Por vía administrativa, el TSJPV ordenó indemnizar a dos personas que perdieron un ojo y un testículo por sendos pelotazos.
Indemnizaciones y solucionado. En este caso, el resultado fue otro. La muerte de Iñigo Cabacas.
En todo este fatídico relato se repiten los nombres de policías que han tenido responsabilidades con actuaciones represivas en el pasado. Mismos nombres, similares hechos, conductas inadmisibles, desproporcionalidad y negligencia. Y todo ello rodeado por un aureola de absoluta impunidad.
Este es el caso del ertzaina Raul Alberto Otaola, identificado como el agente 3325, el mismo mando que en 1995 gritaba «cargar, cargar» en el cementerio de Tolosa, con la llegada de los cuerpos de Lasa Y Zabala, y que era uno de los dos máximos responsables del dispositivo del 5 de abril de 2012 en la zona del callejón María Díaz de Haro de Bilbo. Número dos de Jorge Aldekoa en la comisaria de la capital vizcaína. En su comparecencia en el Parlamento de Gasteiz, el anterior jefe de la Ertzaintza, Antonio Varela, señaló a Otaola como la persona que se desplazó al lugar de los incidentes, y que se trataba de un policía que había sido subjefe de la Brigada móvil, cargo que ostentó Otaola. Por cierto, hablando del señor Varela, jefe de la policía autonómica con Patxi López y que tras la vuelta del PNV a Ajuria Enea emigró a Andalucia raudo y veloz para ostentar el puesto de director general de Interior, Protección Civil y Emergencias de la Junta de Andalucía. El PSOE le buscaba acomodo en tierras andaluzas, mientras la familia de Cabacas pedía su imputación en el caso.
Todo en este caso es grotesco, zafio, oscuro… Los espejos cóncavos del Callejón del Gato, del que hablaba Valle Inclán en su ‘esperpento’, reflejan las caricaturas ignominiosas de personajes con cuentas por saldar, pero que caminan con la firmeza del que se sabe impune y con la soberbia del que conoce las entretelas del corrompido sistema. Pero detrás de lo grotesco, de la ignominia y hasta de lo absurdo, se vislumbra siempre una situación dramática, como es el caso de la muerte de Iñigo.
Justizia iñigo cabacas lizeranzurentzat
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