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miércoles, 12 de agosto de 2015

La Espada de los Cinco Siglos

Más de cinco siglos ha perdurado la defensa de su terruño por parte de los vascos.

Más de cinco siglos.

Las batallas libradas en Noain, Amaiur y Hondarribia son la prueba de que el vasco es un pueblo que entonces y hoy ama su libertad, su identidad.

Les compartimos este reportaje publicado en Gara:

La espada que Amaiur tuvo oculta 500 años

Tras diez años de excavaciones, la Sociedad de Ciencias de Aranzadi presentó ayer su mayor hallazgo en el castillo: una espada. Por el lugar donde fue encontrada, su tipología y los restos hallados a su alrededor, todo apunta a que fue utilizada durante el asedio español de 1522, cuando Velaz de Medrano lo defendió con 200 hombres frente a 10.000.

Aritz Intxusta
Es una espada más bien larga y bastante fina. Mide aproximadamente un metro y treinta centímetros y, al igual que Nafarroa desde que capitulara Amaiur, está rota. Se trata de una espada típica del siglo XVI, de cuando la conquista. La empuñadura tiene dos gavilanes en forma de cruz y desde ellos salen dos guardanudillos. Esos dos aretes servían para que se introdujera el dedo índice para controlar con mayor precisión la hoja y, sobre todo, la punta. A diferencia de las medievales, era un arma refinada pensada para la esgrima y pelear de perfil, no para abrirse paso a tajazos. Estas espadas suelen llevarse colgadas entre la vestimenta y de ahí que se las conozca como roperas.

La Sociedad de Ciencias Aranzadi presentó ayer la espada con motivo de la primera visita de un representante del Gobierno navarro a las excavaciones del castillo de Amaiur, un yacimiento en el que llevan trabajando ya una década. La presidenta Uxue Barkos y la consejera portavoz, Ana Ollo, respondieron a la invitación de Aranzadi y se llevaron la sorpresa. «No había oído yo hablar de la espada», comentaba Barkos al director de la excavación, Juantxo Agirre, mientras este le guiaba por los trabajos de recuperación en los que trabajan los 40 voluntarios. «La tengo ahí arriba», le contestó el arqueólogo.

La espada estaba guardada en un cofre de madera con un interior de tela. Junto a ella, los arqueólogos dispusieron varias balas de cañón (de unos 15 kilos de hierro fundido) que han aparecido incrustadas en los muros del castillo. Agirre no abrió el cofre hasta que no subieron arriba la presidenta y todos los voluntarios que trabajan en verano en el castillo para sacarse una foto de familia. Aunque se sabía de su existencia, jamás habían dejado hasta ayer que se fotografiara. La espada, tras casi 500 años bajo tierra, tenía un color negro salpicado de óxido. Fue una aparición relativamente fugaz ya que, en cuanto terminaron las fotos oficiales, el cofre volvió a cerrarse y la espada volvió a desaparecer a la espera de que se le busque un lugar digno y seguro.

Aitor Pescador es un historiador que ha podido estudiar a fondo la espada. «Es bastante larga para la época y sabemos que es del siglo XVI. La particularidad es que es un hallazgo rarísimo, porque se ha encontrado en una zona de conflicto». El lugar exacto donde se halló fue una galería que se derrumbó debido a una explosión. De ahí que se presuma que se perdió durante la batalla.

Aunque Amaiur vivió varios episodios bélicos en el siglo XVI, el principal fue el asedio de 1522, cuando Jaime Velaz de Medrano intentó resistir a la espera de ayuda de más partidarios de Enrique II desde el otro lado del Pirineo. Pero la campaña de reconquista se había perdido ya en Noain y Amaiur tuvo que capitular. Había unos 200 defensores frente a un ejército de 10.000 soldados.

Pescador no puede precisar si la espada perteneció a un español o a un navarro. No parece que fuera un arma excesivamente lujosa, por lo que tampoco se sabe si era de un noble o de un soldado. «En Amaiur había siete nobles cuando se encierran en el castillo. Las crónicas les llaman ‘gentiles hombres’», explica el historiador. Estaban Velaz de Medrano y su hijo Luis, Miguel de Jaso, Juan de Olloqui, Juan de Azpilikueta, Luis de Mauleón y Victor de Mauleón. «Por lo que sabemos, la espada podría pertenecer a cualquiera de ellos, pero también a cualquier otro defensor u atacante. Hasta podría ser del negro Jorge», asegura Pescador. «La gente no suele saberlo, pero había un negro entre los defensores y, de hecho, consiguió huir del castillo», prosigue. El historiador remata la anécdota contando que Jorge apareció a los días en Doneztebe y fue interceptado por una patrulla de españoles. El huido se inventó una coartada, pero con su tono de piel era dificilísimo. «Obviamente, aquello no coló, le dijeron ‘tú vienes de Amaiur’. Se lo llevaron preso y, después, probablemente lo esclavizaron», comenta Pescador.

El descubrimiento, pura suerte
Durante la visita oficial de Barkos, Agirre llamó a la arqueóloga que encontró la espada. Se llama Naiara Arrizabalaga y es de Ondarroa. El hallazgo lo hizo junto con otro compañero, Hodei, del valle de Aranguren. Al recordar qué sintió al toparse con la espada, le salió el euskalki y dijo que fue «inkreibli». La excavación en Amaiur es bastante particular. «A diferencia de otros trabajos, donde hay gente de cualquier nacionalidad y se habla en cualquier idioma, aquí lo hacemos todo íntegramente en euskara», explicó Agirre, que además de dirigir la excavación es secretario general de Aranzadi.

Lo primero que asomó de la espada fue el pomo. «Pensábamos que se trataba de algún tipo de bala, era demasiado grande como para una pistola, pero quizá fuera de un arcabuz. Ya nos habían salido balas de cañones», explica la voluntaria de Aranzadi. «Seguimos excavando y nos dimos cuenta de que era un mango. En ese momento, avisamos a Juantxo [Agirre] y se paralizó toda la excavación», explica.

Arrizabalaga recuerda que fue una fiesta. Enseguida llamaron a un restaurador experto, Juan Mari Martínez Txoperena, para que asesorara durante el proceso de extracción. Pese a todo, se tomó la decisión de que la espada fuera recuperada por los mismos que la encontraron. Y eso que lo de Arrizabalaga fue llegar y besar el santo. En realidad, se topó con el mango de la espada prácticamente el primer día en que se puso manos a la obra, hace ya cinco años. «Fue pura suerte. El primer día que llegamos no se pudo excavar y el segundo, nos la encontramos y eso que el agujero principal lo había abierto otro», explica la arqueóloga. «Encontrarla me dio fuerza para seguir trabajando aquí durante años», sostiene.

Solidaridad y miseria institucional

En parte, la espada ha tardado cinco años en ver la luz por la miseria a la que se han visto sometidos los trabajos en Amaiur. Aranzadi acudió a las ruinas del castillo en respuesta a una petición del pueblo, que ayuda a los voluntarios en todo lo posible con un auzolan en el que llevan inmersos una década entera. También les apoya el Ayuntamiento de Baztan, al que pertenece Amaiur. Y han colaborado con las excavaciones Udalbiltza y Udalbide. Por contra, el Gobierno navarro jamás ha apoyado el proyecto. De ahí que fuera tan importante el respaldo mostrado ayer por el nuevo Ejecutivo. Pese a la falta de fondos, Aranzadi ha logrado acondicionar las ruinas y dotarlas de paneles informativos con dibujos. Incluso se ha construido una pasarela diseñada por un ingeniero voluntario y construida también en auzolan. Con ella y los paneles, el lugar ha dado un paso de gigante de cara a recibir visitas.

El empeño de un pueblo por mantener su historia viva

La memoria del asedio al castillo de Amaiur se ha intentado mantener viva con numerosas iniciativas. La primera fue la construcción de un monolito en 1922, en recuerdo a los defensores con la leyenda siguiente en euskara y castellano: “A los hombres que en el Castillo de Maya pelearon en pro de la independencia de Navarra, luz perpetua. 1522”. El monolito fue volado en 1931, pero se reconstruyó en 1982 en el mismo lugar (justo donde antes se levantaba la torre principal del castillo).

Ayer, el alcalde de Amaiur, Isaac Rekalde aseguraba que el castillo «atrae a mucha gente al pueblo y al valle y también constituye un patrimonio de inmenso valor». Rekalde instaba también a que se saque adelante algún proyecto para que la espada presentada ayer pueda quedarse en el pueblo, que es adonde pertenece.





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