Les presentamos el más reciente Cronopiando de Koldo Campos:
Koldo Campos Sagaseta
Independencia
Basta que un mudo la murmure de espaldas para que se agiten sus señorías en las audiencias, los honorables en el Congreso y los nostálgicos en sus trincheras. Poderes del Estado, por cierto, ejecutivo, legislativo y judicial, que sólo cuando son “independientes”, cualidad que todos reivindican, es que alcanzan su plenitud y gloria. La verdad es que sorprende que un concepto tan hermoso como “independencia” provoque tantos respingos, tanto espanto. Al margen de su virtud, que quien no la festeja sólo aspira a llegar a celebrarla, “independencia” es uno de los conceptos mejor relacionados. Cuando uno busca esa palabra en el diccionario siempre aparece acompañada de otros grandes valores como “soberanía” y “libertad”, siempre asociada a esas honradas referencias con las que el calendario la recuerda, siempre como un hito que conmemorar y bendecir.
De hecho, de la “independencia” hasta la guerra celebramos. ¿Qué estadounidense no se emociona un 4 de julio, qué español un 12 de octubre?
Y tampoco hay mayor fundamento en cualquier proceso educativo, de cualquier tipo, que hacer posible la independencia de sus educandos. Educamos a nuestras hijas e hijos para que se valgan por sí mismos, para que tomen sus decisiones, tengan sus propios criterios y sean capaces de desenvolverse solos, para que sean independientes. Esa es la razón de ser de la educación.
Un requisito imprescindible para el logro de cualquier convivencia social es respetar la independencia de sus miembros. No se concibe una relación que se proponga ser equitativa, democrática, plural, en la que sus partes no sean independientes.
¿Por qué entonces ese temor hacia un concepto, hacia una “independencia”, que todos los países que pueden disfrutarla la celebran? ¿Por qué ese miedo a que el otro disponga, también, de tus mismos derechos y gozos? ¿Cuál es el problema de querer la independencia?
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