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sábado, 1 de noviembre de 2025

Egaña | Pensamiento en Blanco y Negro

Les invitamos a leer esta reflexión acerca del espacio tiempo en el que nos movemos, cortesía de nuestro amigo Iñaki Egaña:


Pensamiento en blanco y negro

Iñaki Egaña

No se trata de retroceder unas décadas y escrutar la sociedad y sus élites en la ausencia de los colores, aquellos que ya había anunciado la tecnología cinematográfica para el tecnicolor. Más bien, del pensamiento dicotómico, el pensamiento polarizado, cuando se contemplan dos alternativas que son totalmente opuestas y excluyentes entre sí. El todo o el nada, al que parecemos abocados en Occidente, que crea expectativas negativas en parte de la población, susceptible de arrimar el hombro en los cambios, como si no fuera posible derrumbar a los gigantes. Nihilismo de nuevo cuño, disfrutar de la vida y evitar el choque.

Hay un rumrum de base, con un hartazgo que se percibe en esa dicotomía de nuestros días. Parece que no hay otro tema de discusión que Trump y sus desvaríos, que Ayuso y su última ocurrencia, el nivel de fascismo de Netanyahu o las obscenidades de Milei. Desafíos a los que hay que enfrentar, sin duda. Y, por otro lado, menosprecio al trabajo a largo plazo, a la construcción de las hormigas, al reforzamiento de comunidades como si estos compromisos se tratasen de temas menores, y que lo único importante es hacer valer estrategias diseñadas hace siglos por y para occidentales. En un medio ya incontrolable en el que la mentira ha sustituido a la verdad, incluso a la que llamábamos “verdad revolucionaria”. Una fase humana que Ramón Sola, hace bien poco, definía como “kaka aroa”, continuidad de la edad de piedra, la media o moderna. No hay planes a largo plazo por la supervivencia de nuestra especie, no hay luces largas en la mayoría de los proyectos occidentales. Mi impresión, cada vez más asentada, refiere a que surfeamos de improvisación en improvisación. Cuando miro a nuestras instituciones autonómicas, forales, estatales y europeas, no me queda ya duda alguna.

Pertenecemos a una sociedad cada vez más polarizada, aunque el sustrato viene de lejos. Nuestra civilización creyó aquello de la supremacía occidental, con sus reglas y moralidad, algo que, cuantitativamente, fue minoritario, aunque cualitativamente se impuso al conjunto del planeta. Con expolios y genocidios monárquicos. El colonialismo. Paradójicamente y cuando nos aferrábamos a nuestro recorrido pasado, resultaba que aquellos “otros” estaban más avanzados en algunos territorios, en astronomía, en medicina, en organización social, mientras que nuestros antepasados acababan de abandonar el interior de las cavernas.

La colonización europea del mundo nos ha dejado un legado erróneo de pueblos, culturas y civilizaciones. El mapa mundial actual está cincelado con los trazos coloniales, postcoloniales o monárquicos, con fronteras impuestas, dividendo pueblos y uniendo vecinos que no lo eran. Experiencias como las de casa que nos acoplaron vascongados con castellanos o bretones en dos estados de lenguas ajenas. Territorios conquistados por reyes y emperadores ambiciosos, obsesos por ampliar su poder. Arrastrando a sus súbitos que crearon (creamos) un ambiente de arrogancia para imponer modelos supremos, como democracia y derechos humanos que concluyeron siendo la base moral de la humanidad.

Aquello, sin embargo, tenía truco. El legado estaba lleno de mentiras. Era un pensamiento en blanco y negro, polarizado por la supuesta supremacía occidental. Democracia, sí. Pero cuando no afectaba a las elites económicas y de poder occidentales. Decenas de intervenciones postcoloniales, en Latinoamérica, en África, en Asia. Derechos humanos también. Pero para los de casa únicamente. Y con reparos. Sistema electoral con listas abiertas. También, aunque en función del resultado con la bala en la recamara para una nueva intervención militar o económica. Y un largo etcétera. Desaparecieron los colores del planeta e impusieron (impusimos) unas reglas chantajistas. No sólo en lo económico, político, religioso, cultural y social, sino en todo aquello susceptible de tener ADN humano.

Hoy, los maestros en improvisación utilizan el viejo adagio rescatado por Bush, Blair y Aznar: “O estás conmigo o estás contra mí”. Sin matices. Y si estás contra mí, iremos a por ti. Aquello que ayer ocurrió en Argelia o Vietnam (con la ocupación de Francia y EEUU) se repite estos meses en Palestina, Siria, Yemen… está siendo usado bajo el argumento y la naturalidad de la superioridad moral de Occidente. Tel Aviv, Washington, París, Londres… avalan algo que si sucediera en otros territorios bajo sus alianzas sería denunciado como ataque frontal a la democracia y a los derechos humanos.

Hoy, a pesar, hemos comenzado a tener algunas dudas sobre estas falsas dicotomías. La decadencia actual de Occidente, el ascenso de otras que la soberbia occidental aparentemente no las vio venir, ha vuelto a machacar nuestras conciencias. BRICS, Organización de Cooperación de Shanghái, Alianza de Estados del Sahel, OPEP… en paralelo a las clásicas que marcó el inicio de la Guerra Fría y que con la caída del bloque soviético supuso el éxito de un mundo unipolar dirigido por Washington, con la sumisión, entre otros, de nuestra Unión Europea, sinónimo de sometimiento. En esta nueva “cruzada” (seguro que en algún momento volverán a emplear el vocablo), entre ese mundo que se desploma y ese nuevo que surge multipolar, los defensores del viejo modelo, monstruos hoy, han abierto peligrosamente las puertas al fascismo. Ya estamos en una fase previa, la autocracia, y en la degradación absoluta del concepto de democracia. Y ya sabemos cómo solucionar Occidente los conflictos. Con guerras.

Son impresiones pesimistas, sin duda. Debemos aceptar que estamos en un mundo en transición, que debe concluir con un planeta multicolor: culturas, religiones, historias propias, lenguas, caminos diversos hacia la prosperidad. Un proceso civilizatorio novedoso y una gobernanza global entre iguales. Unas bases, sé que me cuesta señalarlo desde mi moral occidental, que no son exclusivamente ideológicas. Las herencias históricas de romanos, españoles, británicos, franceses… son la que heredaron las elites de EEUU. Y así nos va.

 

 

 

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