Les compartimos la respuesta por parte de nuestro amigo Iñaki Egaña a quienes se han desgarrado las vestiduras derivado de las declaraciones llevadas a cabo por José Manuel Albares con respecto a la violencia generada por España en contra de las civilizaciones que habitaban el continente que hoy se denomina América.
Lean ustedes:
Herencia nostálgica
Iñaki EgañaLa semana pasada, José Manuel Albares, ministro de Asuntos Exteriores de la Unión Europea, lamentó la injusticia cometida contra los pueblos originarios durante la conquista del continente americano que comenzó a finales del siglo XV. La disculpa fue una ruptura con la posición histórica de Madrid que ha mantenido durante décadas, siglos, la posición de su monarquía, expresada explícitamente en Puerto Rico por Felipe VI en 2022, la defensa del “modelo de presencia de España en América. Los latinoamericanos deberían sentirse orgullosos por la herencia que dejó España durante la conquista”. Semejantes y continuas declaraciones supusieron que en la investidura de Claudia Sheinbaum, México no invitara a la misma a la corona española, lo que provocó un aluvión de críticas desde todos los ámbitos nostálgicos hispanos. Con la declaración de Albares, la salida al ruedo de los seguidores del lema “Proud of Spain's history” ha vuelto a colmar medios y redes.
La reacción ha tenido una cuádruple vertiente. Por un lado, los negacionistas que han rechazado que hubiera cualquier tipo de violencia. Nada nuevo. Son los mismos que han escrito una historia impoluta de España y en otros aspectos similares de Francia en sus colonizaciones, y que en muchas ocasiones han tenido como soporte academias y universidades. Conocemos bien a esta turba, imbricada en el Estado profundo, que ya negaron el bombardeo de Gernika, que aquel 11M trasladaron al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que ETA había sido la autora de la masacre de Madrid, que con motivo de la Declaración de Aiete en 2011 dijeron que España había causado cero víctimas en el conflicto, que, en la actualidad, a pesar de seis mil evidencias, niegan las torturas.
Por otro, los supremacistas culturales, revestidos de ilustración y erudición, apologetas de la expansión de una supuesta civilización contrapuesta a la salvaje con la que etiquetaron a los pueblos originarios. Tal y como machacaron a nuestros antepasados hasta hace bien poco llamándolos cavernícolas, al igual que despreció quien lleva el nombre del aeropuerto madrileño al euskara cuando dijo que no podría ser universitario, del mismo modo que el líder del PSE calificó como un sinsentido que el Gobierno español pidiera perdón por identificar a la Legión Cóndor qué lugar pulverizar para hacer mayor daño a la comunidad vasca, que los maquis que mataban guardias civiles en León eran héroes y Txabi Etxebarrieta, Txiki y Otaegi eran terroristas a pesar de que enfrentaban al mismo enemigo.
Un tercer sector, emotivo e irracional. La comunicación de Albares ya fue respondida por Alberto Núñez Feijóo: “Yo no me voy a avergonzar de la Historia de mi país". Poco antes, con motivo de la celebración de la Fiesta Nacional española, Feijóo, ya había ensalzado "el orgullo de ser españoles" y la "cultura en común forjada con los hermanos en Hispanoamérica". Son los mismos que narraron que España “resistió” durante ocho siglos la ola musulmana, que crearon el mito cristiano de Pelayo, que convirtieron en apátridas a los republicanos derrotados en la guerra civil, que ante las protestas y el apoyo internacional a los imputados en el Proceso de Burgos se enfundaron la capa de “España reserva espiritual de Occidente”.
Y el cuarto argumento no es menos embaucador. La historia compartida. Un considerando que, lamentablemente, muchas veces lo hemos podido escuchar desde posiciones de izquierda. Una línea que evita las políticas extractivas de Repsol, Telefónica o Iberdrola al otro lado del Atlántico o lingüísticas como la del Instituto Cervantes siguiendo la línea de Nebrija de convertir el castellano en lengua del imperio. La historia compartida que relanzan en la actualidad para citar la historia de España en cooperación con el pueblo romaní durante 600 años. Una explicación que esconde injusticias, genocidios. Que hace bien poco fue utilizada también en el 500 aniversario de la conquista castellano-aragonesa del Reino de Nafarroa. Ya en 1992, España instauró el lema de “encuentro de culturas” al referirse a los cinco siglos de la conquista. Enrique Moradiellos, catedrático y Premio Nacional de Historia, aseguró que con la conquista “Europa pasaba a compartir culturas con la Américas”. Tal y como el Gobierno Foral de Navarra, entonces dirigido por UPN, citó 1512 como el año de “la incorporación del Reino de Navarra a la Monarquía Hispánica” y marcándolo como “el momento decisivo de un proceso de signo benéfico, que se consolidó pronto porque suponía la restauración de la unidad originaria de España”. No se rían. Hace unos años, el diario monárquico ABC decía que “Los españoles de la Edad de Piedra descubrieron América”, apuntando que cruzaron el Atlántico helado a pie hace 20.000 años. España eterna.
Cualquiera de los cuatro argumentos anteriores guarda un terrible shock colectivo, la “pérdida” de un imperio que dio una posición hegemónica a España en la historia. Un imperio que se desmoronó por la bancarrota económica de la monarquía hispana y su ambición desmesurada por conquistar nuevos territorios. Ayer en el top mundial, hoy uno más. Este complejo sigue presente en la narrativa de la corte madrileña y ha sido recientemente origen de aberraciones como la firma en las Azores del entonces presidente Aznar con los mandatarios de Washington y Londres para la desestabilización militar de Oriente Medio.
Esta herencia nostálgica ha llegado hasta nuestros días y es utilizada como arma de confrontación. Es notorio que tiene trampa. Pero también entre nosotros. El pasado fue el que fue, con claroscuros. La línea del tiempo nos muestra comunidades en supervivencia, luchas de liberación, matxinadas y levantamientos y también luchas de clases, supremacismo de género, elites monárquicas y económicas, jauntxos. Una pelea constante, con aciertos y errores. No existieron ni Shangri-la, ni Karamablu, ni las arcadias de Pierre Loti. Me atrevería a decir que la herencia nostálgica (no confundir “herrimina, dolor de pueblo” traducido del euskara como nostalgia) es habitualmente, reaccionaria.
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