Desde las páginas de Deia traemos a ustedes este ejercicio en memoria histórica y en resistencia antifascista vasca:
366 días de combate por Euzkadi (1936-1937): El tiempo de Juan Beistegi
Durante el tardofranquismo, el eibarrés Juan Beistegi, comandante del batallón Loyola, recogió sus recuerdos, que ahora salen a la luz de la mano de Sabino Arana Fundazioa
Aitor Miñambres AmezagaLas memorias de Juan Beistegi (1911-1993) tienen un gran valor, tanto para las personas interesadas en el conocimiento de la Guerra Civil en particular, como para el gran público que se asoma a descubrir la historia vasca en su amplitud. Se trata de una recopilación de episodios de extraordinaria importancia política, nacional y social, ocurridos en el siglo XX y dados a conocer desde los ojos y las vivencias del autor: el nacionalismo vasco, el socialismo, la industria armera, la enseñanza, la monarquía, la dictadura, la república, la revolución, el estatuto, la guerra, la cárcel, la represión, más dictadura y, por último, la esperanza.
Estos pasajes ayudan a conocer de manera bastante precisa aquellos duros tiempos que no son otros que los que precedieron a los actuales y, por tanto, muy próximos a nosotros. Por añadidura, el momento en que estas memorias fueron recogidas para ser enviadas al investigador norteamericano William Smallwood Egurtxiki, hace de ellas un documento más valioso si cabe, pues por entonces aún no se conocía con certeza el final de aquella etapa oscurísima por la que atravesaba Euskadi.
Askatasun Eguzkia
La infancia y juventud de Beistegi fue el crisol donde confluyeron multitud de experiencias que forjaron su carácter y pensamiento. Hijo de una familia acomodada de armeros eibarreses procedentes de Elgeta, desde muy temprano desarrolló gran amor por su lengua nativa, el euskera, interés que continuó después de su escolarización en castellano y hasta el fin de sus días. De la mano de su padre, también llamado Juan e incipiente nacionalista, conoció el teatro vasco y, en sus propias palabras, "estas cosas despertaban en mí la conciencia vasca".
La Gran Guerra europea supuso un buen negocio para la industria armera local, actividad que después fue decayendo. Así, la empresa familiar, Beistegui Hermanos (BH), diversificó su negocio hacia la fabricación de bicicletas. Para entonces, el joven Juan conocía a la perfección el funcionamiento de las máquinas del taller. Sin embargo, se hacía necesario abrir mercado y para ello era menester saber idiomas, lo que le llevará a Sheffield (Inglaterra) a aprender inglés. Por esas fechas, la dictadura de Primo de Rivera tenía los días contados y nuevos aires de libertad se sentían próximos. Así, a su retorno a Eibar, Beistegi comenzó a militar en el nacionalismo vasco, hasta entonces fuera de la ley: "Llegué a tiempo para participar en las elecciones municipales de 1931" que trajeron la II República con la marcha de Alfonso XIII.
Durante este periodo Eibar fue el escenario y reflejo de todas las luchas y reivindicaciones de la sociedad vasca de la época. Así, Beistegi fue parte de la explosión de abertzalismo en Euzkadi, de los Aberri Eguna, la actividad mendigoizale, el resurgimiento de la cultura y lengua vascas, la apertura de nuevos batzokis y la lucha por el estatuto de autonomía de la mano del Partido Nacionalista Vasco; pero también fue testigo de la actividad del Partido Socialista, de la fallida Revolución de Octubre, del triunfo del Frente Popular y de las luchas callejeras con los adversarios políticos, en muchos casos futuros compañeros de trinchera. Para entonces, sus convicciones eran sólidas: no solamente se hacía preguntas sino que también sabía dar respuestas.
Un año de guerra
A mediados de 1936 no todo era trabajo y política para Juan, pues ya para entonces había conocido a la que con los años sería su esposa, Mari Tere. Sin embargo, por esas fechas el joven ya percibía un ambiente insurgente entre los tradicionalistas que a su tío "intentaban sacarle dinero para la sublevación". El golpe de Estado llegó finalmente el 18 de julio de 1936, de la mano del ejército y fuerzas de derecha españolas. La confusión de los primeros momentos fue indescriptible, el Gobierno armó a la ciudadanía leal a su causa en la medida de lo posible.
Durante los primeros días, Juan repartió las pistolas almacenadas en la fábrica de su padre entre las partidas de milicianos que llegaban. Después, corrió presto a alistarse con los suyos en Loiola –Azpeitia–, en Euzko Gudarostea, las milicias jeltzales.
El 26 de agosto fue enviado al frente de Ernio, donde sobresalió por su capacidad de liderazgo: "Llegó una orden del cuartel general nombrándome teniente del grupo". Allí conoció a Cándido Saseta y a su futuro jefe, Lino Lazkano, pero, sobre todo, sería el capitán Isidro Andonegi quién más impronta dejaría en Beistegi, el ejemplo a seguir que estaría siempre presente: "Intenté seguir sus enseñanzas, haciendo las cosas como él las hubiese hecho de haber seguido con vida".
La campaña de Gipuzkoa fue una fatalidad para las milicias vascas. Faltos de armas y municiones, los defensores se vieron obligados a retirarse ante el avance de los rebeldes. Tras una dura lucha cayó Irun, y después Donostia, Elgoibar, Bergara y Mutriku, hasta que la llegada de armamento a finales de septiembre de 1936 frenó el ímpetu de los sublevados en la muga entre Gipuzkoa y Bizkaia: "Habían llegado fusiles y estábamos felices". El frente se estabilizó y finalmente, el 7 de octubre de 1936, se creó el Gobierno de Euzkadi.
Juan Beistegi y sus gudaris fueron enviados a Gernika, donde se formó el batallón Loyola, la unidad que él llegaría a comandar. Poco tiempo después, el 29 de noviembre, partían hacia la gran batalla que jamás olvidarían: Legutio, en un intento del ejército de Euzkadi de recuperar su territorio. El combate se desarrolló en unas condiciones muy duras, un baño de sangre y fuego en un escenario frío, lluvioso y adverso. Allí, el joven Beistegi alcanzaría la veteranía. Ante sus ojos, su capitán, Andondegi, moría de un disparo, "le estalló la cabeza", suerte que siguieron otros muchos compañeros, mientras los camilleros no daban abasto. El ataque tuvo un final desastroso. El mismo Beistegi fue evacuado al hospital presa de una neumonía: "Hacía mucho frío pero yo estaba ardiendo: tenía 40? C de fiebre". En los días sucesivos, las fuerzas vascas, aún bisoñas, no alcanzaron el objetivo y la ofensiva perdió fuerza hasta detenerse.
Una vez recuperado y de vuelta al frente, Beistegi se hizo cargo de la compañía Lartaun del batallón, atrincherado en el monte Albertia, frente al enemigo, sin dar tregua día y noche. "Pasamos las Navidades en nuestras posiciones", esperando ser enviados a Gernika para fin de año. El relevo de Nochevieja llegó con retraso y los hombres del batallón "nos fuimos a la cama hambrientos y de lo más enfadados".
De regreso al frente, pasaron las semanas y el 31 de marzo comenzó la ofensiva del general Mola contra Bizkaia. El enemigo rompió el frente por Araba, cerca de las posiciones que defendía Beistegi. La preparación artillera y los bombardeos aéreos fueron demoledores: "Por entonces tenía a mi perro conmigo. Se llamaba Jai y era de la misma raza que el Rin-Tin-Tin. Ese día me despertaron, diciéndome que el perro estaba temblando y que llegaban aviones". Los combates durante la siguiente semana fueron durísimos: "Yo estaba cubierto de polvo negro de arriba a abajo, pero seguíamos disparando. Hice más de 5.000 disparos con la ametralladora". Finalmente, el enemigo consiguió superarles. El comandante Lazkano era evacuado en Ubide y Beistegi tomaba el mando de la unidad: "Le encontré en un caserío, debajo de la mesa de la cocina. Había tenido un ataque cardiaco. Me pidió que cuidase del batallón."
El batallón Loyola fue enviado a reforzar el frente Este, a las peñas de Eskubaratz y Untzillatz sobre Mañaria. Allí Juan tuvo conocimiento de la caída de Eibar y del brutal bombardeo de Gernika: "Nuestra casa de Eibar se quemó y la de Gernika fue destruida. En 48 horas lo perdimos todo". Semanas después, el batallón recibía la orden de retirada hacia el Cinturón de Hierro: "La idea de nuestros hombres había sido siempre la de luchar mientras tuviéramos que retroceder y, si fuésemos vencidos, defender Bilbao hasta morir". Sin embargo, al llegar a Sodupe y conocer que Bilbao había caído, "el impacto fue terrible".
La guerra prosiguió en las Encartaciones, con golpes de mano en Alen y Kolitza. Beistegi rechazaría acudir al frente cántabro: "Mientras tengamos un trozo de nuestra patria, mis hombres quieren luchar por ella, en vez de que lo hagan otros". A finales de agosto recibió la orden de retirada, pues Santander estaba a punto de caer en manos enemigas, pero el partido le pedía resistir hasta cerrar un pacto con los italianos que garantizaría la vida a los gudaris vascos. Finalmente, el 26 de agosto de 1937, tras 366 días de combate, Juan Beistegi se entregaba al teniente coronel Farina en Limpias. Quería seguir la suerte de sus hombres, encerrados en Castro Urdiales. Hasta ese momento "los italianos en general nos trataron muy bien", recordaba.
De prisión en prisión
Finalmente los italianos se marcharon y los presos quedaron en manos de franquistas españoles. Comenzaron los malos tratos y los juicios sin ninguna garantía. Beistegi fue trasladado al penal del Dueso y condenado a muerte y, a pesar de algunas sugerencias, no renegó de sus principios: "Tenía que declarar que estaba arrepentido y que me habían forzado a luchar. Me puse furioso". Empezaron los fusilamientos y también los viajes de cárcel en cárcel. Primero a Larrinaga, con la esperanza de un canje que no llegó, y después a Burgos "en unos vagones de ganado y luego, atados con una gran cuerda, andando hasta la prisión". El 1 de septiembre de 1939 recibía la noticia de que le conmutaban la pena de muerte. En la cárcel Beistegi conoció la miseria humana. Trató con compañeros buenos y generosos, pero también con personas a las que la situación las hizo mezquinas e insolidarias. Hasta el director de la prisión se aprovechaba del trabajo de los penados para ascender en su carrera. Finalmente, en 1943 era puesto en libertad provisional y se preguntaba por qué tanto dolor: "Nosotros tuvimos suerte, pero nuestros pobres compañeros fusilados no la tuvieron. Así era aquel régimen de oprobio. Sin embargo, la lucha continuaba y nos esperaba vivir bajo una dictadura sin alma".
Seguiré en mi trinchera
Tras su salida, en una ocasión llegó a pasarlo mal por no realizar el saludo fascista obligatorio en un evento público en Elgeta: "En aquella plaza y con mis antiguos compañeros, gudaris del batallón Loyola, me era imposible". Afortunadamente, la cosa no fue a más.
Sin resignarse, siguió colaborando con la Resistencia vasca, e incluso se vio obligado a exiliarse a México en 1951 "aunque aún no había sido totalmente descubierto". Retornó en 1960, pero continuó en su puesto: "Yo seguiré en mi pequeña trinchera. A fin de cuentas, solo soy un gudari que luchó por su patria y no quiere que esta muera con él". Así cerraba sus memorias. Falleció en Zarautz el 22 de septiembre de 1993.
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