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viernes, 8 de octubre de 2021

El Cosmopaletismo de 'Maixabel'

Esperemos que ya pronto surja un director o directora de cine que aborde el conflicto vasco -de 1936 a la fecha- desde el punto de vista, precisamente, del pueblo vasco. Si dicho o dicha cineasta, además de todo, resulta ser vasco o vasca, pues que mejor.

Pero, desafortunadamente, por hoy, hay que seguir lidiando con el relativismo y con la falta de valentía que se pone de manifiesto una y otra vez.

Tal es el caso de la película 'Maixabel', obra de Iciar Bollain con la que la industria española del cine se suma a la estrategia del 'divide y vencerás' con el que el régimen borbónico franquista intentó fragmentar al colectivo de presos políticos vascos, misma que ha pasado a la historia por su infamia y que es conocida como 'la Vía Nanclares'. El cine como propaganda.

Dicho lo anterior, les dejamos con este artículo de opinión inspirado en esa cinta, mismo que traemos a ustedes desde Naiz:


Maixabel, crónica de un relato sesgado

Pedro A. Moreno Ramiro

Es imprescindible entender que para poder hablar con cierta legitimidad del conflicto vasco, la persona que lo haga debe haber estado afincada en este país, al menos durante unos cuantos años, para así poder entender el clima que se vivía en sus calles y plazas. Es por esta razón entre otras que la película “Maixabel” de Icíar Bollaín y que protagoniza Blanca Portillo junto con el gallego Luis Tosar, poco tiene que ver con la realidad vasca que se vivió y en cierto modo se vive aún en la actualidad en este territorio; los clichés utilizados, la falta de perspectiva historiográfica y la ausencia del «otro relato» en este film evidencian lo sesgado que es el mismo y que ni por asomo refleja los diferentes sufrimientos que se vivieron en Euskal Herria. Por no hablar de que infantiliza, ridiculiza y aborda desde un punto de vista muy paternalista los motivos por los que los protagonistas entraban en ETA o de como dicha organización no era más que un «engaña chiquillos» sin la capacidad crítica de abordar el fenómeno como lo que fue, un conflicto armado y político que se vivió por unos motivos concretos y que tenían un trasfondo muy definido a nivel ideológico.

Como casi siempre que se habla de ETA en el cine o en cualquier trabajo documental, de nuevo en esta cinta se eligen unos victimarios muy claros y unas víctimas muy definidas. Sí que es verdad y toca decirlo, que utilizar a Juan María Jauregi como protagonista pone sobre la mesa a un personaje histórico diferente con un recorrido político vinculado a la izquierda en el pasado, eso sí, el cual con el paso de los años acaba militando en el PSE-EE. De igual forma, la perspectiva con la que afronta la muerte de Juan María Jauregi su viuda Maixabel Lasa y el distanciamiento de la misma con otras asociaciones de víctimas estrechamente relacionadas con la extrema derecha, da un paso adelante en la forma de tratar el conflicto que en otras ocasiones no hemos visto en la gran pantalla. Es verdad también, que al espectador vasco y de sensibilidades euskaltzales e independentistas se le puede quedar un sabor más agrio que dulce, ya que la directora madrileña no profundiza en el conflicto y solo humaniza a aquellos exmilitantes de ETA que se acogieron a la «Vía Nanclares», perdiendo así la oportunidad de abordar la temática tratada desde una óptica más amplia donde el contexto, los orígenes históricos de la banda armada y la sociología vasca cuentan con un peso fundamental para poder explicar qué es lo que pasó en Euskal Herria. Dicho esto, considero que es una cinta que tampoco va a gustar a la caverna española (PP, VOX, AVT…) y que desde luego también, es un trabajo que va a provocar debate y polémica en algunas zonas del territorio estatal al ser visualizada.

Si seguimos abordando el conflicto vasco y todas sus consecuencias, podemos apreciar que en ciencia política lo que aquí sucedió muchas estudiosas en la materia lo podrían calificar como «guerra de baja intensidad». Esto quiere decir que para los militantes de cualquier organización armada, el Estado contra el que luchan y sus fuerzas de seguridad son un objetivo, al igual que para el ejército o los cuerpos de seguridad los miembros de esa organización «x» son unos objetivos que pueden perfectamente eliminar en un tiroteo o en una confrontación armada. En este punto es importante mencionar, que muchos de estos Estados en estas de «guerras de baja intensidad» vulneran los derechos humanos llevando a cabo torturas como método de presión, desmoralización y obtención de información del enemigo -me limito a hacer una explicación académica de lo que es una «guerra de baja intensidad»-. De hecho, lo que paso aquí y salvando las distancias, lo hemos visto en Irlanda con el IRA o en Alemania con la RAF, por poner dos ejemplos recurrentes. Es fundamental enunciar que todos los Estados se han dotado de cloacas para enfrentarse a los grupos armados disidentes sin respetar su propio Estado de derecho.

Ni qué decir tiene que la violencia es un drama y que nadie en su sano juicio recurre a la misma de buen gusto. El estrés postraumático que sufren multitud de militares es un ejemplo de las secuelas psicológicas que puede dejar la guerra y la muerte incluso en personas que han sido formadas para matar a otras personas en escenarios de guerra. Nadie duda de la crudeza de los conflictos violentos y del dolor que producen a los bandos implicados, eso sí, en torno al conflicto vasco todo el mundo habla de las 864 víctimas que causo la Organización armada vasca, pero nadie o casi nadie profundiza en el dolor causado por el Estado español y sus cuerpos para-policiales, según el informe del Gobierno Vasco “Sobre víctimas del terrorismo practicado por grupos incontrolados, de extrema derecha y el GAL”: fueron asesinadas sesenta y seis (66) personas y heridas de distinta consideración otras sesenta y tres (63). Hubo así mismo un secuestro. El GAL asesinó a veinticuatro (24) e hirió a veintisiete (27) más. El Batallón Vasco Español cometió dieciocho (18) asesinatos y causó heridas a otras dieciocho (18). La Triple A cuenta, por su parte, con ocho (8) asesinatos en su haber, por otros seis (6) del GAE, como los grupos más relevantes en su acción criminal.

Los datos proporcionados con anterioridad no tienen en cuenta las torturas o violaciones de derechos humanos cometidas en dependencias policiales; del mismo modo, no se refleja el castigo asistido a las familias de las presas políticas vascas de la mano de la dispersión, las muertes causadas en la carretera fruto de dichos desplazamientos o la vulneración de derechos básicos que han sufrido muchas ciudadanas vascas por el mero hecho de ser vascas.

ETA paró su actividad armada en 2011, aun así, lo que no ha parado ha sido la represión, las detenciones, los montajes policiales o la violencia que ejerce el capitalismo español sobre la clase trabajadora. Sistema que nos obliga a pluriemplearnos, pagar alquileres que no se corresponden a nuestros salarios, desangrarnos con facturas de la luz cada vez más altas, desahucios, etc. Por no hablar que aquello que pedían hace unos años en Euskal Herria, es decir, que se utilizasen vías exclusivamente políticas para la resolución del conflicto vasco, hemos visto como en Catalunya utilizándose esas vías por parte de los políticos y las políticas catalanas, las mismas solo han derivado en represión y penas de cárcel impuestas por el Estado español o en el mejor de los casos el exilio de dirigentes políticos independentistas.

En definitiva, la violencia que causa el capitalismo o el Estado con sus herramientas económicas, políticas, judiciales o represivas no se contemplan en ningún informe, aún siendo el suicidio una de las principales causas de muerte en el Estado español por encima de los accidentes de tráfico. Solamente en el año 2019 las muertes por suicidio han subido un 3,7% según datos del INE y estos suicidios, son una prueba más de que algo falla en mundo basado en la competitividad, el credencialismo salvaje y la precariedad más feroz.

Para terminar, me gustaría remarcar lo que ya he expresado, la violencia es un drama, no es deseable y mucho menos para casi nadie es un gusto utilizarla. Por ello, debemos hablar de la misma desde una perspectiva integral, que no de manera sesgada y partidista, de seguir haciéndolo así, una parte de la sociedad vasca siempre se sentirá pisada, humillada y maltratada. Los relatos no se basan en el blanco y en el negro, sino que por el contrario, son la gama de claro-oscuros los que determina la historia sociopolítica de cualquier país.

Seguramente aún quedan muchos años para que algún director o directora se atreva a contar la otra verdad, la de aquellos y aquellas que vivieron en Euskal Herria la violencia directa del Estado con sus numerosas muertes, torturas, humillaciones o la tan cotidiana represión que sufrían y sufren miles de jóvenes vascas. Voces silenciadas, las cuales merecen ser tan escuchadas y llevadas a la gran pantalla como las voces del otro lado del conflicto, las cuales por cierto, siempre cuentan con todo el respaldo institucional y la propaganda del relato único. Relato sesgado e impropio de un conflicto armado y político que debería de intentar abordarse desde la más precisa veracidad y objetividad posible.

 

 

 

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