Un blog desde la diáspora y para la diáspora

sábado, 7 de noviembre de 2020

Egaña | Vóljov

Desde su página en Facebook traemos a ustedes la minuciosa respuesta que nuestro amigo Iñaki Egaña ha proporcionado a quienes desde las cloacas del estado español han bautizado la operación con la que se privó de su libertad a 21 independentistas catalanes.

Aquí el texto:

Vóljov

Iñaki Egaña

Dentro de unas semanas se cumplirán dos años de la muerte de un retoño de Somorrostro, Amaia. Hija de mineros, huyó de la guerra siendo niña, se estableció junto a su madre en Moscú, fue expulsada de Francia por el laureado De Gaulle. La última superviviente de seis hermanos. Hijos de Dolores, la Pasionaria. Amaia Ruiz Ibárruri.

El éxodo de la familia oriunda de Gallarta, el símbolo que enorgullece nuestro pasado del hierro en esa montaña devorada que fue Triano, tuvo un acontecimiento luctuoso en la defensa de Stalingrado. Rubén, el hermano de Amaia, hijo de Dolores, murió con apenas 22 años, un día de setiembre de 1942. Era teniente del Ejército Rojo.

La batalla de Stalingrado (hoy Volgogrado) fue una la más cruentas de la Segunda Guerra mundial. Los expertos en temas bélicos añaden que la más sangrienta en la historia de la humanidad. Dos millones de muertos. La otra batalla que recordamos con horror es la de Leningrado (hoy San Petersburgo), un asedio de 900 días que provocó oficialmente 632.653 muertos y oficiosamente el doble, la mayoría por hambre.

De aquellos niños vascos que viajaron a la Unión Soviética en 1937, en el mítico Habana, más de un 10% murió durante la Segunda Guerra mundial (280 de hambre, bombardeos y enfermedades en la retaguardia y 50 en combate). Entre Stalingrado y Leningrado. El recuerdo de Rubén, por ser hijo de quien era, llegó hasta nuestros días. Del resto, apenas unas líneas en algún libro ensombrecido en la estantería de una biblioteca deteriorada.

Rescato con humildad los nombres de aquellos niños que partieron de Santurtzi y cuatro años después, aún sin ser adultos, murieron combatiendo en el frente de Leningrado. La vida, en ocasiones, es muy triste. Luis Frades Murga de Urtuella. Y Enrique Etxeberria, Paulino Arrizabalaga y Enrique Escudero, los tres de Eibar.

El pasado 28 de octubre, la Guardia Civil volvió a remover los cimientos de la memoria. Recuperó, para una operación policial contra el soberanismo catalán, el nombre de una de las acciones previas al sitio de Leningrado, la que tuvo lugar en el río Vóljov (Volhov o Volkov según el estilo idiomático). Lo grabaron como rojos contra azules, pero en realidad se trataba de nazis contra el resto del mundo. Hitler contra la humanidad.

En aquella operación sobre el río Vóljov, las tropas españolas de la llamada División Azul (un apéndice del Ejército de Hitler) avanzaron sobre el río y coronaron con “éxito” su misión. El generalato de la Guardia Civil ha querido manifestar su condición política e ideológica, de una manera diáfana. No hay por qué ocultar su posición ultra. La Guardia Civil es intocable. Frades, Etxeberria, Arrizabalaga y Escudero rematados décadas después de su muerte.

El operativo militar de 2020 (la Guardia Civil es un cuerpo castrense) ha “coincidido” con la absolución de la Audiencia Nacional a Josep Lluis Trapero, mayor de los Mossos d´Esquadra, de la acusación de connivencia con los soberanistas en aquel referéndum apaleado por agentes, jueces y medios en octubre de 2017. En cuanto el fiscal anunció que no recurriría la medida, la Benemérita puso en marcha la que llamó Operación Volhov. Para manifestar públicamente su desacuerdo.

Y de paso volver al discurso de siempre. Moscú en las bambalinas del Frente Popular que ganó las elecciones en 1936. Moscú en la organización del plebiscito independentista de 2017. Moscú en la internacional terrorista detrás de ETA en 1980. Comunismo, separatismo, dos caras de una misma moneda. ¿Quién dijo que España se modernizó con las Olimpiadas de 1992?

La operación militar ha venido a apuntalar, al margen de su incursión simbólica, una tendencia secular. La impronta de la Guardia Civil cuando desde la sociedad civil se ofrece una noticia que enfrenta su existencia o con la que no comparte su resolución. Algo propio del cuerpo verde y también del Estado profundo o de los servicios secretos, a fin de cuentas, con centenares de agentes aspirados de los cuarteles de la Benemérita.

En ocasiones, no lo niego, podrá haber sido una casualidad. Pero en los escenarios políticos la chiripa es mínima. Casi todo obedece a una causa. A comienzos de octubre pasado, recordarán, tres ex militantes de ETA fueron detenidos por su presunta implicación en un viejo zulo ubicado en Maeztu. La noticia sorprendió. El zulo había sido destapado por la Ertzaintza tiempo atrás. El fiscal no pidió prisión para los tres imputados, lo que me hizo suponer que fue una operación autónoma del Instituto Armado, de la que probablemente ni siquiera el Ministro del Interior tuviera conocimiento. Horas antes, la AVT había puesto el grito en el cielo, con el altavoz de los medios habituales, por el acercamiento de media docena de presos vascos.

Una situación similar se produjo cuando a comienzos de este año, de nuevo la AVT protestó por acercamientos de presos. La Guardia Civil detuvo a cuatro militantes de Sortu. Cada vez que la señal se enciende, las detenciones aparecen. Cada vez que el signo político no es el adecuado, los protagonistas perpetuos de la marca España echan leña al fuego para intentar modificar el rumbo político.

Así ha sido en décadas. Aquel ya lejano 21 de febrero de 1981, dos centenares de guardias entraron en el Congreso español secuestrando a los diputados presentes. El golpe tuvo sus efectos, entre ellos el parón autonómico que aún anda el PNV intentando recomponer. En febrero de este año, Denis Itxaso fue nombrado delegado del Gobierno en la CAV. Al día siguiente controles de la Guardia Civil para señalar quién tiene la varita de mando.

Me vienen a la memoria decenas de episodios similares, señales de todo tipo para modificar el escenario, el cierre de Egunkaria, la ejecución de Santi Brouard. Y también las simbólicas, el secuestro del Olentzero en Leitza, las pintadas de Amaiur, el cemento sobre la vieja Iruñea en la plaza del Castillo… y esta última, la Operación Volhov. Para que no haya dudas del color, ideología y fines de sus autores. In memoriam.

 

 

 

°

No hay comentarios.:

Publicar un comentario