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sábado, 28 de noviembre de 2020

Egaña | Aquel Proceso de Burgos

Nuestro amigo Iñaki Egaña, en su habitual columna en Gara, amplía la información con respecto al Proceso de Burgos.

Desde su perfil de Facebook aquí lo traemos para ustedes:


Aquel Proceso de Burgos

Iñaki Egaña

Se cumple medio siglo de un hito de los que marcó profundamente nuestra historia reciente, al menos la de varias generaciones. Qué lejos estamos de nuestra juventud, qué cerca cuando la evocamos. El Proceso de Burgos, juicio a la disidencia vasca, llevó a trece hombres y tres mujeres al estrado por su militancia en ETA en general, por la muerte del comisario Manzanas en particular. Seis penados a muerte, más de 500 años de prisión.

Conmutadas las ejecuciones, los procesados salieron de prisión con los indultos de 1977, algunos deportados a Europa. Pero el saldo represivo fue bestial. Estado de excepción, cerca de mil detenidos, cientos de torturados y dos muertos por las fuerzas policiales, Roberto Pérez Jauregi, en Eibar, y el navarro Antonio Goñi Igoa, en Donostia.

Euskal Herria ha conocido otros escenarios punitivos que tuvieron tanta trascendencia como el de Burgos. Tanto en cantidad como en calidad. Entiéndase ambas en sentido negativo, Francia y España ahogando a la causa vasca. Hasta 1945, decenas de juicios llevaron al patíbulo a centenares de compatriotas. En 1937, 229 donostiarras fueron juzgados en un único sumario, probablemente, el más numeroso en cuanto imputados del siglo XX. En la cercanía el llamado 18/98, que provocó la detención de 76 personas y que contenía 12 sumarios. En 2007, la Audiencia Nacional condenó a 47 de los imputados en dicho conjunto sumarial.

El Estado francés no se quedó atrás. Los tiempos han cambiado, y no estaría más de recordar que Marc Legasse, uno de nuestros escritores más queridos, fue encarcelado y juzgado hace décadas por solicitar esa mínima autonomía que hoy preside Jean René Etchegaray. Hace ahora exactamente un cuarto de siglo, en noviembre de 1995, la Corte de París abrió un macro-juicio contra 72 personas, la mayoría bretonas, acusadas de ofrecer cobijo a refugiados vascos.

Sin embargo, el Proceso de Burgos jalona nuestro abecedario revolucionario con más intensidad que el resto. Un mito, de esos que llenan nuestra mochila sediciosa, junto a la Marcha de la Libertad, la lucha por vaciar las cárceles, la pelea contra la central nuclear de Lemoiz o la colisión con los especuladores inmobiliarios y turísticos en la costa lapurdina.

Las lecturas actuales de aquel acontecimiento son más sencillas que las del momento. La perspectiva da serenidad, ofrece amplitud de contexto y separa las implicaciones coyunturales de las profundas. Algunos de aquellos imputados tuvieron un recorrido político ajeno al de sus inicios. Otros en cambio, remaron en la misma txalupa hasta la eternidad.

Con estos mimbres, quiero destacar algunas de esas cuestiones que me ofrece la perspectiva. La primera, la de la rescritura del pasado. A gentes como Markel Olano, que apenas tenía cinco años cuando se produjo el Proceso, no se le puede pedir un ejercicio de memoria, pero sí que conozca en qué posiciones se hallaba su partido, que aplaudió la muerte de Manzanas y llamó, junto a otros, a la huelga general, en una de sus escasas apuestas históricas por parar la maquinaria laboral. Sus rayas rojas son modernas.

A pesar de lo que pueda parecer, el Proceso fue hijo directo de la situación mundial. Paradójicamente, el confinamiento político de la clase política vasca estaba en las antípodas de lo que sucede en la actualidad, donde la información fluye a través de las redes en un suspiro. La censura era brutal, las librerías estaban colmadas de textos empalagosos, la frontera únicamente la superaban contrabandistas y clandestinos.

Con una izquierda europea comprometida con los procesos de descolonización, contra la guerra del Vietnam, rejuvenecida tras los levantamientos de Mayo de 1968, macerando decenas de proyectos insurreccionales, el apoyo de la intelectualidad de las revueltas a los procesados fue automático. Nombres como Pablo Picasso, René Cassin, Jean Paul Sartre, Olof Palme, Mikis Theodorakis, Rafael Alberti, Louis Aragón o Nikos Pulantzas dieron su apoyo explícito a los inculpados de ETA.

La movilización estudiantil y sobre todo obrera, fue otro de los hitos que marcaron el apoyo a los juzgados. Una nueva clase obrera, también en una porción importante migrante, tanto externa como interna, subió del peldaño laboral al político. Hubo madurez durante los años anteriores en la gestión de la protesta obrera, en un medio en que los sindicatos eran ilegales, para convertir Euskal Herria en singularidad. Lo laboral confluyó con lo político, algo redundante que, en demasiadas ocasiones, sus protagonistas obvian. No fue entonces.

Entre múltiples cuestiones, el papel de la lucha armada en la resolución del juicio, adquiere también desde la perspectiva una dimensión diferente. El secuestro del cónsul alemán Behil, utilizado por ETA como rehén, fue, desde mi opinión, determinante. No sabría decir en qué magnitud dentro del resto de termómetros: movilización popular interna y externa, presión diplomática, discrepancias en el seno del régimen… Los imputados afirmaron que las movilizaciones salvaron sus vidas.

Pero… cinco años más tarde al Proceso de Burgos otros militantes vascos fueron también juzgados. El régimen abandonó el macro juicio, menguó al máximo los procesos y ejecutó las sentencias de inmediato. Hubo indultos, pero Txiki Paredes y Ángel Otaegi, junto a tres comunistas del FRAP, fueron ejecutados. Las divergencias internas al régimen eran superiores, las movilizaciones tan numerosas como las de 1970, la presión diplomática similar. Pero no hubo rehenes. Esa fue, precisamente, la lectura de los Polimilis, que enviaron varios comandos a Madrid para secuestrar a uno o dos personajes relevantes del régimen. Como es sabido, la infiltración de dos topos abortó la tentativa.

Escuetos en victorias, el Proceso de Burgos fue un triunfo popular y militante que nos dejó una muesca en el ADN. Aquella generación que a veces mira al pasado con nostalgia, debe saber que somos lo que somos gracias a su audacia. A su compromiso. Y a su generosidad. 




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