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viernes, 3 de abril de 2020

Egaña | Pandemia y Ética Social

Desde su página de Facebook traemos a ustedes este texto de Iñaki Egaña dedicado al manejo que se ha hecho de la crisis generada por el SARS CoV-2.

Lean por favor:


Iñaki Egaña

La crisis sanitaria y económica provocada por la expansión de la Covid-19 ha propuesto un dilema: salvar a los más débiles o, por el contrario, mantener un confinamiento relativo, aún a sabiendas que ello provocará más muertes, por la prolongación de la pandemia, pero logrará mantener activo parte del sistema económico actual. Una especie de darwinismo social, la supervivencia de los más aptos frente a la desaparición de los torpes, en este caso aquellos con su sistema inmunológico más frágil o sin una sanidad que les arrope.

La segunda de las propuestas echa por tierra la sociedad de bienestar acumulada, aún con muchos recortes como se ha visto, durante décadas. La humanidad, incluso el sapiens desde tiempos remotos, ha sobrevivido gracias al espíritu solidario, comunitario. Para hacer frente a la adversidad, y también para construir sus sociedades. Sistemas como el feudalismo y sobre todo el capitalismo, asimismo en su fase neoliberal, han atacado y atacan la igualdad, la difusión de los derechos a toda la comunidad. Reivindican la barbarie, la hegemonía del más fuerte.

Estos últimos días, con el agravamiento de la pandemia, hemos asistido a una especie de alineamiento entre los defensores de una u otra opción al dilema planteado. Los que piden un receso social para evitar una tragedia descomunal, estampada sobre todo en las espaldas de los más débiles, que al día de hoy son las y los trabajadores precarizados en un porcentaje elevado, y los que piden mantener la actividad económica privada en los centros estratégicos para su supervivencia como clase.

En EEUU, el presidente Trump apostaba por esa línea. En Brasil, Bolsonaro se hacía eco de las multinacionales, en Alemania Merkel tiraba del carro empresarial para no cerrarlo, en Holanda Mark Rutte miraba su ombligo y en Italia los sectores más reaccionarios pedían enviar directamente al cementerio a los mayores para evitar un colapso excesivo.

En la cercanía, ha llamado la atención la pataleta de varios dirigentes del PNV frente al confinamiento de los sectores no esenciales decretado por el Gobierno de Madrid. Una opción que sus cabecillas ya habían descartado previamente, con unas maneras dialécticas sumamente agresivas e insultantes.

Esta coreografía de defensa numantina del sistema económico, de la opción darwinista, ha sido orquestada, a través de una melodía monocorde, con cuatro actores de primer nivel. Todos ellos jeltzales, en su sector ultra neoliberal. El núcleo duro. Koldo Mediavilla, responsable institucional, Andoni Ortuzar, secretario general del partido, Iñigo Urkullu, presidente del Gobierno y Eduardo Zubiaurre, secretario de la patronal vascongada. Un quinto quedaría por matizar ¿quién manda realmente en el ente televisivo ETB? Ninguno de ellos se ha desviado una coma del discurso: frente a la relevancia económica, lo sanitario es secundario.

Los insultos y ataques de Mediavilla a las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, sus mentiras con respecto a lo sucedido con la industria en tiempos de la guerra civil (un sector del PNV desobedeció las órdenes republicanas y dejo la industria pesada en poder de Franco y de Hitler) y, sobre todo, aquel “yo ya estuve en la UVI” y que ahora vengan otros a compartir experiencia, debería ser suficiente para desacreditarlo políticamente de por vida.

La deriva de Urkullu no es nueva. Su oposición frontal a un desarme de ETA que no pasara por los cuarteles de la Ertzaintza o la Guardia Civil, fue una pequeña anécdota en comparación con su papel en su intermediación con Puigdemont en la crisis catalana, siguiendo entonces la línea interpretativa abierta por el CNI y Jorge Moragas. Su escapismo en el derrumbe del vertedero de Zaldibar y su cobardía frente a la supresión de la autonomía, marcan la talla política de un polichinela que es incapaz de articular un mínimo sentido comunitario vasco.

No compartí ni ideología, ni espacio político con ellos, pero otros lehendakaris como Juanjo Ibarretxe, Jean René Etchegaray o Juan Cruz Allí pusieron más empeño en la construcción de esta invertebrada Euskal Herria que el que se hace llamar “lehendakari de todos los vascos”.

Zubiaurre, el jeltzale que preside Confebask, la organización empresarial que maniobró en la sombra para ilegalizar a ELA y a LAB, se ha convertido en portavoz de su clase. Despreciando la salud y haciendo grande el lema de que en este mundo únicamente caben los más capacitados. Desde su beligerante discurso nos ha dado una clase magistral de la naturaleza criminal del sistema que defiende, el capitalismo.

En épocas de crisis, dicen, se hace complicado ocultar las intenciones y la naturaleza personal. En esas épocas, y esta es una de ellas de forma descomunal, las caretas se desplazan, los disfraces se desmoronan. Los colores se difuminan y las decisiones se angostan en el blanco y negro. La dirección informativa de ETB ha sido una de esas que no ha podido disimular su alineamiento político. Descarnadamente, como si se tratara del NODO franquista. Propaganda pura y dura. Un escándalo como en su tiempo lo fue el de Tele Madrid, cuya dirección llegó a ser denunciada por sus trabajadores.

En épocas de crisis “todos somos socialistas” escribía recientemente el filósofo esloveno Slavoj Zizek. Sustentaba semejante afirmación en que líderes como Trump hablaban de nacionalizar empresas privadas para superar el parón económico. Es cierto que la solidaridad se ha desparramado. En especial por esos sectores que hasta ahora no estaban siquiera visibilizados. Pero la realidad, machaconamente, nos demuestra que el inmovilismo, a pesar de la crisis, tiene gigantes defensores.

Defensores de un estatus que marcaba paso con una palabra que han repetido hasta la saciedad. Ética. Ética política, humana, social, económica. Y resulta que cuando la situación se ha complicado sobremanera, han huido rápidamente del vocablo. Han huido del apoyo a los más débiles, primera condición que nos hace humanos.






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